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La gran apañada

Juan Capote

Cuando, por primera vez, entré en la Caldera de Taburiente tenía diecisiete años. Ávido de información sobre aquel lugar, cuyos senderos me habían sido señalado como peligrosos, pregunté a uno de los veteranos asiduos a la zona. “Mira Juanito”, me dijo, “si tú ves una vereda con cagarrutas de cabras, puedes caminar por ella. Pero si solo encuentras huellas de alpargata de cabrero, ni se te ocurra meterte porque te matas”.           

La poca capacidad para hacer algo, hace que sientas envidia (no siempre sana) de aquellas personas con facilidad para ejecutar lo que a ti te resulta imposible. Debido a ello no puedo dejar de sentir admiración por quienes tienen oído musical absoluto o  habilidad manual para hacer trucos o juegos malabares. También, como individuo con una cierta facilidad para ser afectado por el vértigo, se genera en mí fascinación hacia ese tipo de sujetos capaces de caminar en una ruta lindante a  precipicios de doscientos metros. 

Esto viene a cuento por la enorme discusión que se ha desarrollado relacionada con la eliminación de las cabras asilvestradas en las montañas de Gran Canaria. Parece que todo el mundo coincide en que un animal doméstico no pueda estar  sin control en un espacio natural protegido. En lo que no se ponen de acuerdo es en la fórmula a utilizar para eliminar la amenaza que constituyen los rumiantes asilvestrados. 

En un reciente articulo, publicado en la revista Agropalca abordé el problema centrándome en la situación de Gran Canaria. Ahora pretendo dar mi opinión acerca de una de las cuestiones claves sobre el control de estos animales: caza vs apañada.           

La caza de animales asilvestrados tiene muchos aspectos poco claros que han generados detractores hacia ese método. Se ha dicho y escrito mucho sobre ello por lo que yo solo voy a remitirme a una opinión profesional, el informe que hace AVATMA sobre un caso similar en las Islas Baleares. Su alternativa, la apañada, es fundamentalmente objetada  por dos razones: se supone que es peligrosa y poco eficaz.           

Empecemos por la última. Pienso que un colectivo de poca gente sin una planificación exhaustiva y con medios simplemente artesanales, podrá capturar algunos ejemplares pero no resolver el problema. Pero ¿se ha planteado una campaña con gran número de efectivos humanos con habilidad para moverse en ese tipo de montaña, como son los practicantes del ‘Salto del Pastor’, cabreros, guardas e inclusos escaladores de Gran Canaria y de otras islas? Me temo que no. ¿Se ha considerado la posibilidad de hacer una planificación considerable y con tiempo, en la que participen esos mismos colectivos? Me temo que tampoco. No vale salir al campo a ver por dónde van las cabras y después a intentar acorralarlas. En Fuerteventura, donde las apañadas son una tradición milenaria, los 'comisionados conocen perfectamente el terreno y, en consecuencia, distribuyen a la gentes según sus capacidades. Personas como yo, alérgicas al risco,  hemos participado también cerrando las salidas por las rutas menos peligrosas.           

En Gran Canaria no existe un grupo de expertos a ese nivel, pero si gente con conocimientos suficientes para ir a estudiar el terreno, establecer unas rutas y cerrar otras con anterioridad al día del evento. Con la ayuda de las lanzas, u otros instrumentos alargados que lleven un lazo de cuerda en la punta, una cabra acorralada a menos de tres metros de distancia es una cabra capturada… viva. Quizá sea fruto de la admiración que siento hacia  los ‘risqueros’, pero estoy convencido de que pocas cabras se les escaparán si la planificación es la adecuada.

En cuanto al peligro, es evidente que ninguna cabra o rebaño de ellas merece  una exposición innecesaria de la vida de un ser humano. No obstante, el concepto de peligro está relacionado con la capacidad de cada persona. Recuerdo que una vez subía a la montaña montando un caballo, con el que competía en saltos, para observar de cerca a varias personas que estaban ejerciendo cierta actividad, desde mi punto de vista, temeraria: el ala delta. Cuando me vieron, una pareja se acercó con cuidado a mi apacible montura. “Pueden acariciarlo”, les dije y, para mi asombro, la respuesta fue la siguiente: “No, no, que a nosotros nos dan miedo los caballos”. 

Con esto quiero decir que en ciertas actividades cada uno asume los riesgos que considera conveniente, pero estos se pueden minimizar con una buena organización. De entrada solo se debería permitir, aparte de guardas y técnicos de la administración pertinente, la participación de personas mayores de edad que, o bien son miembros de una federación deportiva, o ejercen  la actividad profesional como cabreros. Deben estar organizados en cuadrillas, lideradas por veteranos que eviten la exposición a peligros innecesarios. Finalmente, cada una de esas personas debe firmar una declaración jurada por la que se hacen responsables de sus propios actos. Esto debería ser coordinado por técnicos de medio ambiente, pero las decisiones sobre el terreno las deben tomar los expertos en moverse por el territorio o lugares similares. Voy a poner un nombre, un ejemplo. Eduardo Pérez es un antiguo cabrero de La Palma que lleva muchos años trabajando de guarda forestal, con anterioridad en la Caldera de Taburiente y ahora en Toledo. Le he visto, mientras rodábamos un documental hace veinticinco años, partir involuntariamente en tres pedazos una lanza cuando saltaba a ‘regatón muerto’. Su experiencia le evitó sufrir daño alguno, lo mismo que le ha permitido moverse en las cumbres de La Palma como pez en el agua desde que era un niño. Es el tipo de persona que tendría estar en un evento como la apañada a que nos referimos.           

Se ha comentado también que la orografía  de Fuerteventura no es comparable con las cumbres de Gran Canaria. Entiendo que por razones geográficas es así, pero en la isla majorera esta actividad presenta  riesgos y rutas por las que no pasa todo el mundo. Yo mismo participé en una apañada que tuvo un desenlace luctuoso (por supuesto, a mucha distancia de la posición segura donde me encontraba). Allí falleció un magrebí, ágil como un gamo y, por cierto, muy apreciado entre los cabreros. Pero si lo anterior se puede decir de Fuerteventura, no se debe opinar lo mismo acerca de La Palma. Allí, donde el relieve es todavía más abrupto, existe otra versión de la captura de cabras asilvestradas. Se trata de la suelta de machos o hembras en los riscos, bien sea en la montaña o en la costa, eligiendo lugares con una única y cerrada salida. Cuando, meses después, los animales se han desarrollado con vitalidad, un grupo de cabreros, muchas veces acompañados de perros Pastores Garafianos, especializados en esta actividad, baja (o sube) a capturarlos y lo hacen con notable éxito. Yo he visto las zonas y, a pesar de la lógica distancia,  me ha dado vértigo solo de pensar que alguien pasa por allí. Hoy no se hace esto por necesidad. Afortunadamente nuestros cabreros se pueden permitir criar los animales en la granja, pero es indudable que esta costumbre repercute en la salud de los caprinos... y de sus dueños.           

El 14 de abril salió en prensa que la comisión europea rechazaba el método de la apañada como sistema para erradicar cabras. Sin embargo, el 22 de este mes se recoge la convocatoria hecha desde el Cabildo para capturar cabras apañándolas, si bien los criterios de autorización estaban elaborándose todavía. Parece un poco contradictorio pero me gusta ver la botella medio llena, y creo que es una oportunidad para empezar a hacer las cosas bien. Por la misma razón no quiero pensar que lo que se pretende es permitir que una serie de personas vayan al monte con las mejores intenciones pero sin una planificación y organización depuradas, lo cual dificultará su éxito. Yo soy especialista en cabras y no en apañadas, por lo tanto espero que se entienda que este es un artículo de opinión y que solo quiero hacer comentarios basados en mi experiencia. Pero por la misma razón conozco a mucha gente relacionada con el caprino y válida para esa actividad, fuera de Gran Canaria, que podrían complementar a los expertos locales. Hace dos días, en la Feria Feaga de Fuerteventura, me encontré con el presidente de la Asociación de Criadores de la Cabra Palmera. Moisés Carmona es un joven y eficiente ganadero acostumbrado, como una veintena más de personas, a la captura de caprinos asilvestrados. Le pregunté si él y sus amigos estarían dispuestos a ir a Gran Canaria gratis para ayudar a apañar a las cabras. “Mira Juan”, me dijo, “para nosotros eso es como ponernos un caramelo en la boca”. Su abuelo me hubiera llamado Juanito. 

 

Juan Capote

Presidente de la International Goat Association          

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