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8 de marzo: No al silencio

Lucía Rosa González

La alumna escribe en la pizarra sus ideas e intuitivamente mira de reojo al resto de la clase para constatar la ortografía de lo que escribe. La profesora enmudece. Y el aula enmudece; no hay borrador que mutile la clave de su pensamiento.

Las cosas buenas del no silencio.

Con cincuenta años, mi madre fue a la autoescuela. Sin palabras nos quedamos cuando puso la mano en el freno y su libertad en el acelerador. Ningún estímulo del mundo exterior podía desviar su atención del viejo coche mini que ella guiaba.

Me imagino a las madres de la guerra; paren, amamantan, alimentan, aman. Por igual a todos los miembros de su descendencia. La explosión desparrama, lesiona. Madres, ¿conviene echarse a correr antes del parto? ¿Qué sería del mundo? Si el cansancio emocional no las bloquea por dentro, hay que salir de aquí no sigilosamente. Y gritar.

Cuando la crueldad es tal que suenan golpes, poseer sano tu cuerpo entero es un derecho que la maldad extrema jamás decidirá; la cobardía del ¡bum! no es más que el simulacro de una batalla de cobardes en contra de las palabras. No más brechas al no silencio.

Si hay paridad en el silencio; el nuestro sucede en otro ámbito.

Ante la inminente amenaza de quien maltrata, la mirada firme de enfrente aniquila. No el arma; tú empuñas el alma. El deseo de posesión es quien destruye. 

No hay peor silencio que el de tantos países occidentales cuyas bocas permanecen cerradas a cal y canto ante la violación de los derechos de la mujer en países orientales, la mayoría con regímenes totalitarios: lapidación por adulterio, mutilación genital, niñas obligadas a casarse; y este mundo congelado dando cabezadas en la infinita vía láctea.

Si hay silencios que dicen, es aterrador el ruido de los políticos que en cada legislatura posponen sus compromisos de igualdad. Al amparar los privilegios de la otra mitad, acuñan su huella indeleble para la posteridad. http://www.publico.es/uploads/2018/03/06/5a9eba5d0fd80.jpg

Nada es perfecto. Tampoco el silencio.

Cuando una empresa merma su retribución salarial por cuestión de género, la mujer exige que se le equipare; encaramada sobre una tarima cotidiana denuncia con firmeza la desigualdad del trato. ¿Hasta cuándo?

¿Y dentro de unos años qué? ¿Aún se estará previendo en los despachos la lógica de los cargos uniformemente proporcionales no solo al conocimiento, sino a la igualdad?

En la calle, el mimo, mitad mujer, mitad hombre, emite su pronóstico de futuro con los labios herméticamente sellados. Y es esta pantomima la que abre el canal del diálogo, la señal expresiva de la gente con las manos en alza. Oímos la celebración de los aplausos con el pecho cargado de palabras críticas que la diversidad del mimo facilita y agranda.

En las aceras, el público inmóvil calla expectante ante la situación vital que el mimo representa. El clímax del espectáculo subyuga. Los espectadores aprietan labios. Están eufóricos o bien hechos pedazos. Guardan palabras. Algo inmenso de la justicia natural se dice.

La creatividad no entiende de géneros. 

Lucía Rosa González

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