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Lo que el volcán dejó, la carretera destruye

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La emergencia da para todo. Estaba planeada de antemano; la única opción para la carretera de La Costa estaba estipulada así desde el primer día. Y no dan el brazo a torcer. Que sean representantes políticos insensibles quienes tengan en sus manos tu futuro convulso, lastrado previamente por la dramática destrucción de un volcán, es desconsolador. ¿Pero no sienten en sus carnes nuestro grito?

El alcalde de Tazacorte ha sido incapaz de detener el exterminio. Ni ningún otro representante político de la isla. Todos confabulados. Además, no se ha modificado absolutamente el trazado, el engaño ante los medios de comunicación es evidente, pues ese diseño que ellos argumentan modificado circulaba desde hace una semana en los whatsaps. Justificaciones pobres que fragmentan aún más un valle fragmentado por forzosas lenguas de lava.

Lo peor del volcán vendrá después del volcán, decía la gente con voz trémula. Y no pitonisa, sino la gente normal amparada en la sabiduría que da la tierra, la carne de la tierra. Pensé que eran expresiones pintorescas acordes con las catástrofes. Jamás imaginé que se fueran a llagar las pocas zonas verdes que el volcán no sepultó.

Las fincas que sobrevivieron a la lava quedarán arrasadas por una macrocarretera que chirriará sobre sus vértebras. Los barrios de Marina, San Borondón, Cabrejas, San Isidro serán arrollados, destripados por una obra disfrazada de emergencia pero que no es de emergencia. Si lo fuera, remediaría el estropicio que causó el volcán, satisfaría nuestras necesidades según la Ley de Contratos del Sector Público.

De los tres canteros de la finca de Los Barriales, la lava entró en dos. Y ahí quedó todo. Fueron tres meses de suplicante lucha contra la indolente lava para que detuviera el golpe; y la lava frenó, pero viene la reconstrucción y te propina el golpe de gracia, remata la masacre.    

Una isla sostenible, ¿qué implica? ¿Una macrocarretera insostenible? ¡Un espantapájaros para espantar a los tristes pájaros! Que La Palma sea Reserva Mundial de la Biosfera, ¿qué diablos significa? ¿Quién controla los desastres de la reconstrucción bajo la terrible máscara de la emergencia? ¿De qué lado está Medio Ambiente? ¿Nos cuida y protege o nos arrastra como lagartijas por el oscuro asfalto?

Una alternativa que los vecinos entenderán, dicen los responsables del insolente proyecto. ¿De qué vecinos hablan? No carecemos de tal capacidad para entender que hay que dinamizar la movilidad, pero qué necesidad hay de atravesar las zonas que ni siquiera la lava se atrevió a aniquilar. ¡Aprovechen los tramos intactos de carretera que el volcán respetó! ¡Crucen las tongas de lavas! Respeten la luz verdosa de las plataneras, ¿no oyen su alarido? Quizá es que no se han percatado de que el volcán nos desnudó, nos dejó en los huesos; pero lo que es aún peor, viene la reconstrucción y nos deja desnudos y a la intemperie.

Desde Argual a Puerto Naos solo se llevarán tres hectáreas, dicen los defensores acérrimos de la vía, pero eso es una falacia. Un argumento irreal.

La realidad es que las fincas agrícolas exentas de lava se transformarán en brazos de asfalto, las plataneras hundirán sus raíces en nichos de cemento, los ojos de las hojas cerrarán sus párpados para siempre ceñidos por los huecos ventilados de las murallas, aplastadas por los rechinantes cucharones de las palas y, si los abrieran, se sentirían desfallecer no asfixiadas bajo tierra, sino ahogadas por el agua clorada de las piscinas de los macrohoteles futuristas, donde la mayoría de los actuales propietarios de las fincas jamás nadarán.

Algunos desmoralizados propietarios considerarán infructuosa una lucha contra la violenta especulación reconstructiva. He aquí una bolsa de brillante dinero contante y sonante, he aquí brillante el futuro:

Bloques de hormigón despiadados como hachas mutilarán tus cepas, barras de hierro encendido cegarán los dedos de tus manos, te desflorarán a fuego lento, descarnándote a chispazos, no las lenguas de la lava que la tierra parió, sino otras manos desgareparán y destroncarán tus tallos espantados que el mundo entero pisoteará.

No nos vale la cruel expropiación, no amamos el oro contaminado por la salvaje especulación que nos ofrecerán, amamos las hojas, el sonido de las hojas rozando las piedras negras que nos entregó la lava y construir sobre ella los escalones que las fincas reivindican para nuestros esperanzados pasos. 

Las temblorosas piedras desterradas de las paredes, sobre las que los obreros de los almacenes acostaban las piñas frondosas para el reposo antes de cargarlas a hombros, se acomodarán a las modernas urbanizaciones rodeadas de césped en que los paseantes no serán los isleños. El agua desconsolada correrá sobre paseos de cemento, no sobre las hambrientas calles de barro de los canteros.

Exigimos una urgente modificación del sangriento trazado.

¿No hay en la clase política el mínimo aprecio a la agricultura, ni al sentimiento de desamparo de unos desolados barrios desvencijados? Cómo se nota que a ustedes el volcán no les afectó.

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