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La Palma es mujer

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En los sótanos de la isla no solo sobreviven los volcanes, en los subsuelos del mundo de la isla hay mujeres enterradas, pero que asoman la cabeza y emergen y se alzan como pinos hambrientos de luz, a la intemperie, igual que hachos de tea incombustibles.

Mujeres bisabuelas que trabajaban en las fincas, arrancaban el gramillo, las malas hierbas, sembraban las huertas, cargaban plátanos y el estiércol de los animales que atendían, arrancaban las piedras de las huertas particulares, o deshacían los paredones de los cercados y las trasladaban en espuertas que llevaban a la cabeza, hasta las fincas, para la construcción de las paredes de los canteros.

Con su niñez a cuestas, arrastraban por el monte los fejes de pasto o los remolcaban a hombros, atados con sogas gruesas que astillaban sus dedos; con los garrafones de agua potable del chorro en la cabeza sobre una toalla enroscada en forma de almohadilla, como una serpiente chupándoles la frente; con los cántaros de leche de sus cabras y de las cabras de los alrededores al costado para el reparto, recorriendo las calles del Valle puerta a puerta.

He aquí el alimento, la sustancia, la teta que nos amamanta. Sin ellas no existiría nuestro aliento.

Mujeres abuelas que subían las cuestas empedradas, cargadas con cestas de higos y tunos para la familia, y para los animales que eran como de la familia, frescos o secos al sol sobre eras de pinillo, que bordaban con presilla y bodoques los manteles y tejían con seda los pañuelos. Mujeres curtidas por la humacera de sus quesos, con el aroma a pencas secas en la nuca. Hoy suenan en nuestra memoria como cáscaras de almendras cascadas con piedras de volcán.

Mujeres barqueras quienes, desde el Puerto de Tazacorte, a pie transportaban hasta el Valle el pescado en una cesta a la cabeza. En sus semblantes aún destellan las escamas.

Mujeres madre talladas en la roca que, empapadas por la lluvia horizontal, no merman su llama, sino que encharcan con sus pechos de madre la misma roca que las encandila y chamusca pero que las hace más fuertes, atrevidas, valientes. Oímos su grito en las cicatrices de la tierra herida por la lava. Sobre esa lava resonarán sus pasos.

La mujer hija, activa, emprendedora, rebelde, lesbiana, directora, contestataria, obrera, sensual, sexual, transexual, que con ahínco lucha por la diversidad y contra la adversidad de la historia de la mujer para dejar de ser invisible y trascenderla. Nunca más una página de la historia sin nuestros nombres. Nunca más una calle de la isla sin nombre de mujer.

Porque la orografía de la isla es mujer, la mujer fuente, la espiral mujer, la mujer Taburiente que sacia nuestra sed, la mujer cumbre, la Vieja y la Nueva, la mujer montaña, la Rajada, y la Cogote, fraternas hasta la muerte, y las montañas amantes, La Laguna y Todoque, con los pechos desnudos entrelazados, goteando su leche poderosa que amamanta sin rencor a la lava hirviente que las deslumbró primero, y luego, celosa, las estranguló. Hay celos que matan. Pero también la mujer lava que corre sin mirar atrás y que avanza y alumbra con la misma intensidad que las lámparas de lava que construye con sus propios dedos de diosa talladora.

La platanera es mujer, y la huerta, la viña enterrada de ceniza es mujer, y la azada que retira la ceniza; las aguas que nos revuelcan son mujeres y son también la sal; la mar es mujer y la arena con la que ha de construir de nuevo sus casas derrumbadas, decapitadas. La mujer torre elevada, desplegando en el aire las campanas del templo de Todoque antes del desplome. Sonando despedazada, pero propagándose como palomas sobre los laureles, desmaterializándose, presagiando qué. Esta tierra es mujer.

Mujeres graja que sobrevuelan alto el valle de la isla del mundo, cuyas bocas son puntas de lanza, ráfagas de esperanza listas para arrastrar lo que sobra de lava, de esa mancha que ennegrece nuestra hermosa tierra fértil. Atentas al cambio, a la expectativa, con su inconmensurable vitalidad igualitaria, resplandecientes de visibilidad, escarban y escarban con su experiencia, con los ojos, con la lengua y las tripas en este valle nuestro cegado por la impaciencia de la reconstrucción.

La mujer Valle de manos ágiles y mente enérgica quiere recomponer el Paraíso, hurgar en Todoque, desenterrar Pampillo, cavar en La Laguna, llenar de agua los pozos, los aljibes, los tubos, los volcánicos y los metálicos, restablecer las dulas en las Hoyas, el riego, derramar las acequias, resucitar las farolas de las Norias, abalanzarse sobre las fincas, desflorar los bagos, desgarepar las matas, emborracharse con el jugo de las hojas y, ebrias, interpretar su luz.

Y retornar sobre la lava, o al lado, o a las cuevas debajo de la lava para atravesarla con palas, con guatacas, con las uñas y rescatar las prometidas chimeneas prendidas al calor familiar. Y resembrar la lava, perforarla hasta la sangre y plantarla, repoblarla: de la oscuridad al verdor. Y trazar con rigor las carreteras que nos acerquen, atentos puentes sobre las furiosas tongas de lava, hechas jardín, que nos junten para convocar al barrio entero al café de las cinco de la tarde; mujeres intuitivas reconstruyendo el patio ante el que nos rendimos, como ante un amante, al abrigo de nuestros salvajes poyos de buganvillas. Los nostálgicos patios de nuestros barrios degollados. Con la esperanza trepando por los muros.  

Y concluido el estudio topográfico, el diseño, la discusión con las otras y los otros integrantes igualitarios del proyecto, en la larga noche oscura del valle, la mujer isla quiere reconstruir la isla. No ser lágrima, ni hacha, con decisión y cordura, nunca en segundo plano, quiere, con igualdad, no solo estar en el plan de reconstrucción, quiere ser el plan, ser la reconstrucción. Ser el valle, la isla, ser la Palma porque la Palma es también mujer.

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