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“Todavía La Palma no está perdida”

Félix González

La frase “Todavía La Palma no está perdida tiene su historia”. Los tres chicos que fueron a participar en la regata Asociación Canaria de Clubes Náuticos (ACCN) Optimist de Gran Canaria, patrocinados por el Nuevo Real Club Náutico de Santa Cruz de La Palma, apenas llevaban unos meses navegando unas cuantas horas los fines de semana. Uno de ellos solamente había salido en dos ocasiones en solitario. Nada más llegar al hospitalario anfitrión  Club Victoria, se encontraron con más de 60 competidores mucho más curtidos que ellos en la mar. Aun así, el equipito palmero zarpó decidido, aunque con algunas dificultades comprensibles por su aún inexperiencia para afrontar estas lides. Apenas tratando de catar el viento, y con poco tiempo para orientar el rumbo en unas aguas desconocidas, se encontraron con olas por proa que rompían en los bajos de la barrera de Las Canteras,  que de pronto les hicieron abrir los ojos como platos. No cedieron,  pelearon con este escollo, recuperaron la calma, cazaron vela, ajustaron el timón, se adentraron en el Atlántico y lograron hacer la primera etapa (más de tres horas de navegación en solitario).

En la salida del segundo día les tocó, como en el anterior,  el último turno. El inicio fue otra vez  algo accidentado, lo que los dispersó y separó del grupo de regatistas que los aventajaba  al menos en media milla. Trataron de alcanzarlos, una vez resuelta magníficamente la crítica situación inicial, por María y Joaquín, sus diestros instructores. Pronto surgen de nuevo las dificultades, sufren un vuelco, se descuelga la percha de un barco y el ímpetu  se resiente. María, con toda su ropa puesta,  se lanza rápidamente al agua para apoyar a la valiente Daniela que había volcado. Mario se mantiene activo y Ezequiel se salva in extremis de un chapuzón con la maniobra que él denomina como la del gato noruego loco. María rescata la percha y Joaquín vuelve a armarla, manteniendo el equilibrio con un pie en la zodiac y otro en el optimist, gracias a  un fatigado cabo. A pocos minutos del inicio parecía que ya todo estaba decidido. Que allí acababa esta hermosa aventura que con tanta ilusión se habían propuesto concluir. Con la moral herida, se repliegan. Los entrenadores acogen y recogen a sus pupilos, los suben a la embarcación nodriza , mostrándoles que la seguridad es lo primero. Les recuerdan que no vinieron a ganar. Que la participación había sido digna y que aun con el naufragio de las expectativas, podían volver felices y satisfechos a tierra, con la satisfacción de haberlo intentado con tal valentía. Que no era una derrota. Que estaban muy orgullosos de ellos porque nunca pensaron que en las difíciles condiciones con las que se encontraron llegarían tan lejos. Se lo decían, poniendo todo el corazón en sus palabras. No querían que se afianzara en esas tiernas caritas el sentimiento de fracaso que todos respiraban. Ni que el recuerdo de este radiante domingo, zozobrara. Ni que lastrara la ilusión que en poco tiempo estos pequeños ya habían logrado albergar por la mar. Ya el pelotón de la regata había escapado definitivamente. Miraron por última vez hacia el horizonte repleto en la lejanía de un enjambre de velas que se divisaban como diminutos triángulos blancos  y que ya se alineaban para la salida.  Ataron los cabos de proa para iniciar la maniobra de remolque de los tres barcos hasta el puerto.  Todo estaba dispuesto para un cabizbajo regreso. Y de pronto, este grupito de niños se planta y madura una consigna no pensada ni prevista, ni hablada. Entonces, uno de ellos actúa de improvisado portavoz y proclama: “Todavía La Palma no está perdida”. Toma entonces la escota, empuña el timón, orienta la vela buscando una ceñida que lo quite del marasmo y ahí percibe el empuje de sus compañeros, la atenta mirada de María, y la firme, experta y  alentadora  voz de Joaquín en su cuello, partiendo de nuevo rumbo decidido a conquistar la meta. Y lo consiguen. Terminan la regata. Regresan extenuados, todos con la satisfacción del deber cumplido dibujada en sus rostros.

Ya en tierra, con la sal en la piel y los huesos calados aún por la maresía, Joaquín se encuentra, sin buscarlo, un monumento al navegante con una leyenda que dice: Como no sabían que era imposible, fueron y lo hicieron.

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