El 'Sorcery' conquista La Estaca con temple y juventud palmera

12 de julio de 2025 10:44 h

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El Sorcery conquista La Estaca con temple y juventud palmera.

Tras zarpar de Santa Cruz de La Palma, una entrada épica al puerto de La Estaca culminó una travesía de 56 millas marcada por una meteorología exigente, decisiones tácticas precisas y el temple de una tripulación. Hay vientos que acarician, vientos que empujan… y vientos que muestran las aristas menos amables de su carácter. De esos que ponen a prueba, no solo la resistencia dearboladura y casco, sino también a la marinería y su capacidad de mantenerse serena bajo presión. Así fue el tramo final del Sorcery en la I Regata de Altura Virgen de los Reyes: una llegada a La Estaca que será recordada por su belleza técnica, su tensión súbita y la admirable reacción de una tripulación donde juventud y experiencia navegaron al unísono.

No todas las travesías se recuerdan por su posición en la clasificación. Algunas quedan grabadas porque, entre velas y viento, algo más intenso se pone en juego. Así ocurrió esta vez, cuando la experiencia de la veteranía y la audacia de la juventud palmera,lograron tejer una gesta marinera que desafió previsiones y confirmó aprendizajes.

Desde la salida, la tensión se dibujaba en los rostros. La flota buscaba hueco y viento limpio en una empopada que prometía velocidad, con 20 nudos constantes del noreste. El Sorcery, patroneado por Toy Hernández, contaba con Yeray al frente de la tripulación: mano derecha del patrón, figura clave en las maniobras y referente de confianza tanto para los jóvenes como para los regatistas más veteranos. Respondía con nobleza a cada ajuste. A bordo, cuatro jóvenes formados en la Escuela Insular de Vela del Cabildo de La Palma compartían maniobras con regatistas de largo recorrido. La travesía parecía desarrollarse con relativa estabilidad hasta que, en la aproximación a la línea de llegada, el océano recordó que muchas veces alberga un último y súbito gesto.

Fue precisamente en ese último tramo, poniendo ya proa a la bahía de La Estaca, cuando la prueba tomó otro cariz. El viento, que había respetado el guión durante buena parte de la travesía, decidió hacer su entrada estelar. Lo que se preveía como un aumento controlado hasta los 30 nudos se tornó de pronto en una violenta racha. Cuando el anemómetro del Sorcery marcó los 40, la botavara superó el ángulo crítico y el barco mostró su costado más expuesto, con la línea de flotación al límite de la inmersión. Y en medio de todo, los chicos. Los más jóvenes, dos de ellos en primera línea de maniobra, a cargo del coffee grinder, se sujetaron con rapidez mientras escalaban a barlovento. No se trataba solo de evitar una caída al mar, sino de contribuir a equilibrar el barco con su propio cuerpo. La cubierta, inclinada al borde de la vertical, parecía descolgarse del horizonte. La tripulación reaccionó con la sangre fría requerida. Con la serenidad que da haber practicado tantas veces y bajo las indicaciones de sus monitores todas las maniobras en aguas de Santa Cruz de La Palma, aplicaron en segundos su pericia.

Fueron instantes intensos, breves pero definitivos. Una crisis técnica resuelta con cohesión táctica, templanza y liderazgo compartido. Porque en el mar, como en la vida, no siempre hay tiempo para pensar. Hay que saber hacer.

La entrada al puerto de La Estaca fue digna de cualquier novela de navegación oceánica: una llegada épica, con el barco bañado por el oleaje, la tripulación extenuada y un silencio en cubierta que solo lo rompía la satisfacción de haber vencido, no solo al viento, sino al propio miedo.

El Sorcery conquista La Estaca con temple y juventud palmera.

La experiencia de estos jóvenes regatistas palmeros remite a las ideas de Judith Rich Harris, cuando señalaba que el grupo de iguales —y no solo la figura del adulto— es el verdadero motor de socialización y aprendizaje. En el Sorcery, ese grupo existió y funcionó: aprendieron unos de otros, se apoyaron sin jerarquías rígidas y encontraron en el desafío un espejo donde reconocerse como equipo.

Quizá por eso esta regata trasciende la anécdota deportiva. Porque lo que ocurrió en ese barco, durante ese tramo final, no fue solo un reto náutico. Fue una forma intensa y real de crecer. Una vivencia compartida que enseña que la vela, bien entendida, forma carácter, templa emociones y refuerza esa cohesión grupal que es vital en el mar y esencial también en tierra firme.

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