El Sorcery conquista la IX Regata Arrecife-Agadir: una victoria con acento palmero
El pasado 19 de agosto, a las 10:10 h, se izaron las velas en Arrecife. Lanzarote quedaba al suroeste, por popa, cuando la mar abierta, colosal y severa, les mostró las 223 millas de aquel desafío hacia la costa africana. La IX Regata Internacional Arrecife–Agadir arrancaba bajo un parte que anunciaba dureza: vientos sostenidos de 25 a 27 nudos. La realidad superó ampliamente las previsiones, recibiendo el azote derachas de hasta 40 y olas que alcanzaban los cuatro metros. Una noche entera aguardaba a la flota con la incertidumbre del Atlántico como juez.
El Sorcery, un Farr 54 de RNC de Arrecife, fue patroneado por Antonio Luis Hernández (Toy), quien impuso desde el principio la calma del que conoce bien el oficio sobre la mar. Cada maniobra fue ejecutada con precisión por sus doce tripulantes solventes: winches ajustados, velas trimadas, escotas afinadas y cuerpos dispuestos a alinearse en banda para compensar las escoras. Este engranaje perfecto, en una gesta de tal calibre, integraba también a dos tripulantes noveles: Aulis y Ezequiel, jóvenes regatistas de 17 años, formados en la Escuela Insular de Vela del Cabildo de La Palma, bajo la coordinación de Pacuco Díaz y su equipo de monitores de la Real Federación Canaria de Vela.
Para ellos, la regata significó algo más que una competición: fue también parte de un rito iniciático. Con tanta modestia como entusiasmo, asumieron las guardias nocturnas que les correspondían, ejecutando maniobras al límite cuando tocaba y acataron como corresponde la disciplina. Un aprendizaje que solo se incorpora en años de escuela. Allí, entre veteranos, comprendieron que el mar no exige solo conocimientos técnicos, sino también fortaleza interior. Como advirtió Daniel Siegel, la adolescencia es una “tormenta cerebral” que, bien guiada, se convierte en motor de crecimiento. Esa tormenta, en el Sorcery, se fue convirtió pronto en un certero rumbo.
Durante la travesía nocturna, un golpe de mar provocó un inoportuno y transitorio fallo eléctrico. Los chicos, a cargo entonces de la rueda, reaccionaron con calma y, recordando lo aprendido de sus maestros en la Escuela Insular de Vela, continuaron con navegación estimada basada medios manuales, brújula y observación del cielo. Además, contaron con una fascinante bioluminiscencia que acompañaba la estela del barco. Permanentes destellos amarillos al choque del casco con las olas, se antojaban como un regalo del océano en plena oscuridad a quienes sabían resistirlo.
El alba los sorprendió firmes en sus puestos y, aunque una espesa y pertinaz niebla los recibió a unas millas aun de la meta lo que redujo drásticamente la visibilidad.Cuando al fin pudieron avistar la costa, comprobaron que se habían desviado algunos grados hacia el sur por lo que procedía una corrección inminente. La tripulación, ya toda en cubierta, supo recuperar con maestría el rumbo, cerrando la derrota con una última ceñida que les alcanzó justo para traspasar con un merecido júbilo la línea de llegada.
El Sorcery avanzaba invicto. A las 15:40 h del 20 de agosto cruzó la meta en Agadir tras 29 h 30 m de navegación, con 11 h 25’ de ventaja en tiempo real y 2 h 27’ 43“ en compensado. Ganador absoluto y récord en la historia de la prueba.
Pero más allá de los datos, quedó la enseñanza: la fuerza del equipo, la humildad que abrió a dos adolescentes la puerta de una navegación altamente compleja, y la belleza inesperada que alumbra aun en la oscuridad.
Robert Waldinger lo recordó desde Harvard: “Nuestra vida social es un sistema vivo que necesita cuidado; es en los vínculos con los demás donde hallamos la red que nos permite capear las tormentas”. En el Sorcery, esa red unió experiencia y juventud en un mismo latido.
Desde La Palma, un agradecimiento sincero al equipo del Sorcery: por su generosidad y por otorgar la oportunidad y confianza a nuestros jóvenes representantes, permitiéndoles aprender en un escenario tan exigente y al mismo tiempo tan constructivo para su personalidades.
Y así, La Palma también navegó hasta Agadir. No solo en la victoria de un barco. También en la transformación de dos adolescentes que, después de enfrentar las inclemencias, superar el sueño, el mareo, la ropa húmeda y fría, volvieron con la certeza de que el mar habita aún más en sus corazones que cuando partieron.
Kierkegaard lo había escrito: “El hombre es el piloto de su propio navío en un mar incierto”.
En el Sorcery, Aulis y Ezequiel timonearon el suyo.
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