El barrio de La Laguna, “tocado, pero no hundido”

En la imagen, una excavadora trata de despejar terreno en La Laguna, barrio de Los Llanos de Aridane afectado por una colada de lava que se adentró casi hasta la iglesia. EFE/Luis G. Morera

Luis G. Morera

Los Llanos de Aridane —

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Seis meses después de que terminara la erupción, el barrio de La Laguna ha quedado como una de las fronteras con el campo de coladas, con edificaciones en ruina invadidas por la lava solidificada y el sentimiento, en palabras del presidente de la asociación de vecinos, de estar “tocados, pero no hundidos”.

La Laguna es un barrio que servía como cruce de caminos y lugar de paso para los habitantes del Valle de Aridane en dirección a la costa, un pequeño pueblo con gasolinera, bares y cafeterías, espacios deportivos, sede bancaria y parroquia. Medio año después solo queda la iglesia.

Durante los casi tres meses que el volcán estuvo activo, los vecinos de este barrio vieron como los ríos de material incandescente devoraban edificaciones e infraestructuras haciendo peligrar la totalidad del vecindario que, según declaró el pasado 28 de octubre el director del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias, Miguel Ángel Morcuende, “pendía de un hilo”.

Y ese hilo no se rompió. La colada número ocho se detuvo a las puertas de la Sociedad Velia de La Laguna, una entidad emblemática en torno a la que giraba la vida social del barrio y que, pese a estar seriamente afectada, se mantiene en pie con una pancarta que anuncia en su fachada “90 aniversario 1932 - 2022”.

El presidente de la asociación de vecinos de La Laguna, Marcelino Rodríguez, recuerda perfectamente cómo era la mitad sur de su barrio pasados seis meses desde el final de la erupción, y desde la plaza de la parroquia de San Isidro Labrador, ha conversado con EFE sobre la situación del vecindario.

“La Laguna no es solo el cruce, también eran los alrededores” ha explicado a EFE, “ahora más de la mitad de esas casas están debajo de la lava, desde el polígono industrial del Callejón de La Gata, pasando por Los Campitos o el Camino de La Cruz Chica, todo eso era La Laguna”.

Marcelino Rodríguez rememora lo difícil que era dar consuelo a sus vecinos cuando la lava se llevaba sus casas y aún se pregunta “¿qué le decías a una persona que estaba perdiendo una casa? Lo siento. A la familia, a los amigos, solo le podíamos decir lo siento”.

Y a Marcelino le respondían los mismos vecinos, “ahora te toca a ti, yo ya pasé el duelo”, porque según avanzaba la erupción, las coladas se acercaban también hasta su residencia.

Marcelino se considera un afortunado, porque la colada se quedó a un metro de su casa, y comenta que “solo se estallaron dos cristales, no se puede entrar por la calle de siempre, tuvimos que tirar paredes para entrar, pero estamos ahí”.

Más de seis meses han pasado desde el fin de la erupción, y La Laguna no solo se ha convertido en el primer lugar de la isla que ha recuperado espacio ocupado por la lava, también es el nexo de unión entre el norte y el sur del Valle de Aridane por medio de una pista que atraviesa las coladas.

El sacerdote de la iglesia de La Laguna y residente en el barrio, Alberto Hernández, trata, desde su posición, de devolver la esperanza a los vecinos del barrio de La Laguna y de Todoque, cuya parroquia también estaba a su cargo.

“Yo fui de los primeros vecinos en volver a la casa parroquial cuando se terminó la evacuación, y lo primero que hice fue encender todas las luces para que se viera que la vida vuelve”, comenta Hernández.

El párroco decidió reabrir las puertas de la iglesia de San Isidro Labrador el 15 de mayo, día del patrón, con la intención de que “aunque no se celebraran las fiestas del barrio, quería que se recuperara un punto de encuentro que invite a revivir el barrio”, según ha relatado a EFE.

Las campanas de la iglesia, retiradas durante la erupción por el riesgo que suponían las coladas, han sido repuestas y suena el tañer anunciando los eventos de la parroquia, en la que ya se han celebrado de nuevo las primeras comuniones con una comunidad que ha crecido debido a la pérdida de la Iglesia de Todoque.

“Todoque está aquí”, explica Alberto Hernández, “aquí están sus imágenes, sus elementos y sus vecinos, y eso ayuda a mantener la identidad propia de barrios que, aunque ya no existen geográficamente, encuentran aquí su pequeño reducto con la imagen de su patrón”.

La Laguna es un barrio entre tantos otros de La Palma, como Tacande, Las Manchas, Tajuya o Las Norias, limítrofes con las 1.219 hectáreas ocupadas por el campo de coladas del volcán, que deben convivir con el nuevo paisaje de basalto sabiendo todo lo que se quedó debajo.

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