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“Me voy con la cabeza alta, la satisfacción del deber cumplido y sin nada personal contra nadie”

Eduardo Pérez ha sido jefe de la Policía Local de Santa Cruz de La Palma durante 16 años.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

“Me voy con la cabeza alta, la satisfacción del deber cumplido y sin nada personal contra nadie”. Eduardo Pérez, jefe de la Policía Local de Santa Cruz de La Palma, se jubila este lunes después de casi 41 años en el cuerpo. En 1978, con 25 años, tomó posesión como guardia, posteriormente ascendió a cabo y más tarde a sargento. Durante 16 años ha estado al frente de la Jefatura con la categoría de subinspector. “Me llevo muy buenos recuerdos, han sido cuarenta años de mi vida que se me han pasado volando porque siempre he estado a gusto en mi trabajo, he sido feliz aquí, la policía es mi vocación”, ha asegurado en una entrevista con La Palma Ahora. “La jubilación no es fácil para mí, me gustaría quedarme algún tiempo más, pero la normativa no me lo permite”, ha reconocido. 

“He tenido el honor de dirigir una plantilla corta pero muy comprometida y profesionalizada, una plantilla que está viva y ha sido capaz de realizar unos servicios extraordinarios, y para la que solo tengo elogios; siempre me he sentido arropado por sus miembros, por las autoridades y por los ciudadanos”, ha subrayado. “Por tanto, el balance que hago de mi trayectoria profesional es muy positivo; dejo una plantilla en la que hay mucha gente buena y mucho profesional”, ha recalcado. 

Eduardo Pérez ha sido el primer jefe de la Policía Local de Santa Cruz de La Palma natural del municipio con la plaza en propiedad. “Empecé de guardia y terminé ocupando la Jefatura, promocionándome en las diferentes categorías que he podido, y para la gente de mi época supuso un cambio radical pasar de la nada a alcanzar un nivel profesional y tecnológico; los policías de mi edad hemos tenido que esforzarnos mucho para adaptarnos a las nuevas tecnologías y a la normativa, reciclarnos continuamente para estar al día; nos hemos puesto a la altura de los demás pero con un esfuerzo impresionante, que nadie ha reconocido”, asegura. 

Recuerda su niñez y adolescencia en Mirca como “épocas maravillosas”. “Era un niño muy serio y la gente decía: ‘este va para guardia civil’, cuenta con su habitual sentido del humor. ”Contraje matrimonio muy joven, y esa circunstancia cambió mi deseo de ingresar en la Policía Armada (actual Policía Nacional). Un incidente ocurrido en el CIR de Hoya Fría (Tenerife) y el destino que me esperaba, que era el País Vasco, me quitaron la idea porque ya tenía una hija“, dice. ”Poco después tuve conocimiento de la convocatoria de plazas para la entonces Policía Municipal de Santa Cruz de La Palma“, añade. 

No olvida su primer día de servicio. “En aquella época no se hacían prácticas, te daban el uniforme y te mandaban a la calle, y eso me pasó a mí, me encargaron el traje en la sastrería y a los tres o cuatro días me dijeron: ‘vete al Puente a lucir el uniforme’. Estaba solo y muy nervioso, no sabía ni caminar, y denuncié un coche que estaba delante del bar Tajurgo; la mano me temblaba y el bolígrafo se movía tanto que no podía ni escribir, y yo pensaba: si llega el conductor me da un infarto”, relata entre risas. “Y a media mañana, apareció el conductor en la calle Pérez de Brito, a la altura del Casino, y me gritó: ‘vas a perder la ropa’, y pensé: Dios mío, dónde me metí yo”. Pero en aquellos momentos de desconcierto alguien vino a endulzarle el mal trago. “Un hombre que estaba allí se me acercó y me dio un caramelo como para consolarme, y ese señor, que hoy tiene 91 años y está en silla de ruedas, ha seguido dándome un caramelo cada vez que me veía; hace unos días lo vi, metió la mano en la chaqueta y me dijo: ‘Eduardo, mi niño, no tengo hoy caramelos’, y eso le afectó. Y en ese ir y venir del caramelo se me han ido 41 años de mi vida”, reflexiona. 

En los inicios de su carrera profesional, tuvo que enfrentarse a alguna situación para la que no estaba preparado. “A las dos semanas de estar en el cuerpo me enviaron solo a un servicio de una persona que se había ahorcado, y yo los ahorcados solo los había visto en las películas del oeste; me impresionó mucho aquella imagen y estuve un montón de días mal”. 

No oculta que “intervenir en la calle es complicado, pero yo soy muy positivo, siempre he pensado que todo tiene solución; prefería corregir a denunciar”. Eduardo, un hombre afable, cordial y solidario, desde el punto de vista emocional, nunca ha podido mantenerse al margen de los problemas de los ciudadanos. “Han venido a mi despacho a contarme muchas situaciones desagradables, incluso enfermedades, y eso me afectaba mucho porque soy humano, soy una persona”, resalta. 

Ha vivido su vida profesional con absoluta entrega, desde el primer día como agente hasta su jubilación como subinspector. “¿Sabes lo que significa que estés en una intervención y un policía te envíe un whatsapp y te diga: ‘eres igual que antes cuando estabas con nosotros en la calle’?; eso me llena los ojos de agua”. 

Eduardo Pérez, un profesional de gran talla moral y calidad humana, cuenta con un enorme reconocimiento social y aprecio. El anuncio de su jubilación formó un auténtico revuelo. Estuvo varios días recibiendo whatsapp de ciudadanos, cargos públicos y compañeros de profesión que le rogaban que no dejara la Jefatura. “Ha llegado el momento de irme, y me marcho con la cabeza alta, la satisfacción del deber cumplido y sin nada personal contra nadie; siempre he sentido el calor de la gente, me abrazan por la calle, y cuando sufrí el ictus, vi lágrimas por mí; ese cariño te ayuda a vivir”, afirma. “Quiero expresar mi agradecimiento a las autoridades que han depositado su confianza en mí, y a mi familia, de la que no he podido disfrutar como se merece en los últimos 16 años por las exigencias del cargo”.

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