Jaime Arrocha: desde los 20 años endulzando paladares
Jaime Arrocha lleva desde los 20 años endulzando paladares. Es el pastelero de la tradicional y familiar dulcería La Palmera del señero barrio de San Sebastián de Santa Cruz de La Palma, una pintoresca zona de la capital que antiguamente olía a canela y demás especias dulzonas. En la actualidad, este aroma goloso solo se percibe en el número 9 de la calle Fernández Ferraz, conocida como la Cuesta La Salsa. “La nuestra es la única que queda por aquí”, ha señalado a La Palma Ahora.
La profesión de pastelero más que una elección fue una imposición. “No me quedó otro remedio; esto es una dulcería familiar que se registró en el censo de industria el 4 de noviembre de 1960, aunque antes ya se hacían cosas; yo empecé a trabajar aquí con 20 años y pertenezco a la tercera generación; primero fue mi abuela, después mi padre y ahora nosotros (son tres hermanos)”. No tiene claro que la cuarta generación continúe con el negocio. “No creo, pero nunca se sabe, porque la vida da muchas vueltas”, dice.
Aunque los dulces se elaboran en San Sebastián, la dulcería La Palmera tiene el despacho en la calle Trasera, a donde se ha trasladado recientemente desde la Calle Real “por el problema de los alquileres viejos”.
Jaime, de 55 años, que ha sido enano durante cinco Bajadas, es un pastelero artesanal que no utiliza aditivos y que invierte mucho tiempo en elaborar sus dulces. “Aquí no hay química; lo único, el royal de toda la vida para los bizcochos”. Y todo el proceso se hace a mano. “Lleva mucho tiempo, no se paga lo que vale; el mercado está abusando mucho del producto congelado”, afirma.
Su profesión, le gusta, pero no es tan ‘dulce’ como parece. “Es muy sacrificada, son muchas horas al día; llego aquí a las seis de la mañana y algunos días salgo a las cinco, a las seis, a las siete o a las ocho de la tarde”.
Los dulces de La Palmera tienen fama. “Aquí hacemos queso de almendra, almendrados, reventones, marquesotes, hojaldre, bizcochos, milhojas, palmeras, tartas…”, enumera. “Y hay gente que valora lo artesano, y otra que prefiere lo industrial y congelado”, remarca.
Y Jaime es un pastelero poco goloso. Se pasa el día entre irresistibles pasteles y olores que engatusan, pero solo come “alguna palmerita o un dulce seco, sin crema”.