La portada de mañana
Acceder
El Gobierno da por imposible pactar la acogida de menores migrantes con el PP
Borrell: “Israel es dependiente de EEUU y otros, sin ellos no podría hacer lo que hace”
Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Dentro de Las Raíces: una historia de amor, un actor y un mauritano que huye del racismo

Mohammed Sylla durante una manifestación por la apertura de las fronteras el pasado 6 de marzo.

Andrea Domínguez Torres

Santa Cruz de Tenerife —
28 de marzo de 2021 06:00 h

3

Dentro de las carpas blancas que conforman el campamento para migrantes de Las Raíces conviven diferentes historias. Entre ellas, la de una relación de amor y la de un mauritano que huye del racismo que ejercen en su país las personas “menos negras”. En noviembre de 2020, Yanira conoció a Lasane (nombres ficticios), un marroquí que se alojaba en uno de los hoteles para migrantes habilitados en el sur de Gran Canaria. Ella trabajaba como auxiliar educativa en uno de los recursos gestionados por una ONG que prefiere no nombrar. Él permanecía de manera ilegal en el país a la espera de resolver su situación jurídica tras llegar en patera al muelle de Arguineguín. Lasane siempre le servía a Yanira de traductor para comunicarse con los otros chicos, porque manejaba bien el árabe y el español. La barrera idiomática es muchas veces uno de los muros más comunes para relacionarse y la figura de los traductores resulta fundamental en estos casos. “Se hacía un mundo entender a los chicos o hacernos entender”, narra la educadora.

Lo que en un principio era una relación cordial acabó siendo una relación amorosa. “Surgió poco a poco. Empezó ayudándome y nos comportábamos como compañeros de trabajo. Después venía a verme a la oficina a hablar de cualquier cosa y nos fuimos conociendo”, narra Yanira. Desde que Lasane se cruzó en su camino, la auxiliar se interesó por aprender árabe, y en tan solo tres meses ha conseguido comunicarse con los migrantes en este idioma.

Aunque su relación “no fuera normal” o “estuviera mal vista”, Yanira y Lasane crearon su historia de amor. Pero de pronto, una decisión del Gobierno central les separó. Un día, se les notificó a él y a sus compañeros que abandonarían el hotel de Gran Canaria para viajar a Tenerife. Ambos se hundieron, confiesa Yanira. “Fue horrible, porque había tres grupos diferentes para el viaje y desconocíamos qué día viajaba él. Luego descubrimos que pertenecía al segundo grupo y saldría a primera hora de la mañana. No había otra opción, si se negaba a viajar se quedaba en situación de calle”, apunta.

Desde hace un mes, Lasane permanece en el campamento de migrantes de Las Raíces, al que fue trasladado después de pasar dos días en el Hotel Cordial de Tenerife. Allí, Lasane escucha a Yanira contar su historia con el brazo sobre su hombro, preocupado porque ella muestre su rostro y pueda sufrir represalias. En su primer viaje a Tenerife, Yanira se reencontró con Lasane y confiesa que no sabía que iban a llevarlo allí. No puede evitar llorar mientras observa las “jaimas”, nombre con el que Lasane se refiere a las casetas que los migrantes del campamento montaron en el exterior del antiguo acuartelamiento militar en forma de protesta.

Yanira y Lasane están comprometidos y dispuestos a luchar por estar juntos hasta el final. Ella aprovecha sus días libres para poder viajar a Tenerife y verle. Mientras tanto, Lasane está a la espera de su turno para poder solicitar asilo. La auxiliar educativa conoce a muchos de los chicos que están en el campamento de Las Raíces. Con ellos compartió varios meses en el mismo hotel de Gran Canaria. Ahora los abraza y llora al verles. Entre ellos, Mohammed Sylla.

El traductor no oficial de Las Raíces

Con 22 años, Mohammed Sylla salió de Mali. En diciembre de 2020 dejó atrás a su hijo de cinco meses y a su esposa. También a su madre y a sus hermanas. Mohammed es quien lleva el dinero a su casa desde 2016, cuando una enfermedad acabó con la vida de su padre. La situación en su país y en el resto del continente le llevó a arriesgarse a morir en un cayuco. “Vengo a España para buscarme la vida porque África es un coche sin conductor”, lamenta.

Mohammed alcanzó la costa canaria en un viaje desde Mauritania. Años antes había intentado llegar a España a través de Marruecos, pero no lo consiguió. Su camino por diferentes países para lograr una vida mejor le llevó a toparse con personas que le robaron todo lo que tenía. La guerra, la pobreza y el sufrimiento fueron algunos de los factores determinantes para que Mohammed decidiera dejar atrás a su familia en busca de un futuro mejor para su bebé. Desde 2012, el norte de Malí está inmerso en un conflicto bélico que ha ido agravándose con el tiempo y extendiéndose al resto del país. Ese mismo año, el ejército dio un golpe de Estado. Desde entonces vive bajo una dictadura militar que arrastra incluso la acusación de la Organización para las Naciones Unidas (ONU) al ejército maliense por haber cometido crímenes de guerra.

Mohammed habla 26 idiomas, entre ellos muchas de las lenguas nativas de África como el bambara o el soninke. Con sus compañeros y con los voluntarios que acuden al campamento se expresa en un perfecto francés y también en español, ya que estuvo ocho años trabajando en Guinea Ecuatorial con una empresa española. Por este motivo se ha convertido en el traductor no oficial de sus compañeros desde que llegó al Archipiélago. Primero lo fue en el CATE de Barranco Seco, luego en el hotel en el que se hospedó en el sur de Gran Canaria y ahora en Las Raíces. Tampoco duda en ponerse frente a una cámara para denunciar su situación y la de sus compañeros cuando es necesario.

El maliense dice que no le gusta la música, pero no puede resistirse a bailar cuando escucha una canción. Confiesa que su padre no le dejaba jugar, solo leer y estudiar. Tampoco le gusta el mar, que le hace recordar a su viaje en patera, pero vuelve a su niñez cada vez que está frente a las olas. Su comida favorita es el arroz acompañado de “cualquier cosa” y su sueño es conseguir el asilo en España y traer a su hijo a estudiar al país cuando cumpla los siete años.

Sin móvil con el que comunicarse, Mohammed no había podido hablar con su familia desde que arribó a las Islas. No puede evitar emocionarse al recordarlos. “No sé si estarán bien”, lamentó. En marzo, tras varios meses sin saber de ellas, pudo volver a escuchar la voz de su madre y su esposa. También el llanto de su bebé. Desde entonces recibe fotos y también noticias diarias sobre ellas. “Me dicen que están bien, pero no lo sé porque yo no estoy ahí para verlo”.

Mohammed lleva más de un mes atrapado en Las Raíces, el campamento más temido por los migrantes en Canarias. A la espera de solucionar su situación jurídica, sin trabajo y sin dinero que enviar a su familia ha solicitado protección internacional. “Ante el deterioro de la situación humanitaria y la seguridad de Malí”, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, instó a finales de 2019 “a los Estados a brindar protección a las personas que huyen de las zonas afectadas por el conflicto”.

A pesar de ello, con paciencia y perspectiva, el maliense ha conseguido que su solicitud de asilo progrese y esta semana saldrá del campamento instalado por el Ministerio de Migraciones. Tras pasar frío, hambre y esconderse a la hora de la comida a comer galletas donadas por los vecinos para evitar las discusiones por la comida, Mohammed está un paso más cerca de la Península, pero no podrá comenzar a trabajar hasta septiembre. Él desearía poder hacerlo ya. Tampoco quiere abandonar Tenerife, donde ha hecho amigos y ha conocido varios rincones: “Tarde o temprano volveré”.

El actor del campamento

Fuera del recinto, junto a “las jaimas”, aguarda el actor del campamento, como a algunos compañeros les gusta llamarle. Abdou es un joven senegalés de 23 años que contagia su risa a otros migrantes con los que comparte bromas y algunos bailes. A pesar de su actitud positiva y su sonrisa permanente, su vida no ha sido fácil. Cuando tenía 14 años, en 2011, su padre murió y él se quedó a cargo de cuatro hermanos y de su madre enferma. “Mi madre no puede caminar y está sola en Mauritania”, narra.

Mientras tanto, sus hermanos están en Senegal, su país natal. Abdou habla wolof, el idioma nativo del país subsahariano, y también francés, pero su situación familiar le impidió terminar de estudiar. Su cercanía ha hecho que encuentre una familia en Canarias, un matrimonio argentino a los que le gusta llamar mamá y papá, que le hacen su estancia en el campamento más sencilla y con los que construye poco a poco un hogar.

A trompicones aprende español y trata de resolver su situación legal. Su destino se ha cruzado con el de Mohammed y Lasane en Las Raíces y, aunque su historia es similar, vienen de países colindantes pero diferentes. Senegal ha vivido en las últimas semanas una oleada de disturbios tras la detención de Ousmane Sonko, el líder de la oposición en el país. Abdou muestra las imágenes de una de las personas que murieron en las confrontaciones: “En Senegal hay problemas, no quiero volver ahí”, confiesa. A la espera de su cita para solicitar el asilo, Abdou solo quiere una oportunidad para ayudar a su familia desde Canarias. Su madre necesita una operación que cuesta 300.000 uguías (moneda mauritana), una cifra que equivale a 7.000 euros en el valor de mercado actual. Abdou trabajó desde su adolescencia como pescador, donde el dinero que ganaba no era suficiente para ayudar a su madre.

Senegal no está dentro de los países con cobertura de protección internacional. Sin embargo, la crisis económica que sufre el país tras la pandemia y la situación política actual lo convierten en un Estado a los que muchos de los migrantes del campamento de Las Raíces no quieren volver. El Ministerio del Interior anunció un vuelo de deportación para este 10 de marzo, posteriormente decidió sin explicación cancelarlo. Antes, la cartera de Fernando Grande-Marlaska había aplazado otro viaje programado para febrero. El anuncio de los vuelos de deportación cae sobre los chicos del campamento como un jarro de agua fría. Muchos senegaleses viven con miedo a ser devueltos a sus países sin haber logrado su objetivo de progresar en España o en cualquier otro país de Europa. Arriesgar la vida para volver al principio del camino es su gran temor.

Mauritania, un país de mayoría negra que persigue a los negros

Baba es un hombre mauritano de 35 años. Emprendió su viaje junto a su primo Abdourahaman desde Mauritania hasta Canarias. En el mismo cayuco, ambos alcanzaron El Hierro, la isla más occidental de Canarias. Allí pasaron una larga cuarentena tras una travesía de cuatro días. Después de varios test de detección de la COVID-19, Abdourahaman se vio obligado a permanecer en la isla más tiempo que Baba, encadenando cuarentenas. Baba abandonó antes el lugar, a pesar de haber llegado en la misma embarcación. Fue reubicado en un complejo turístico del sur de Tenerife y semanas más tarde fue destinado al campamento de Las Raíces.

Baba confiesa que su primo le escribía desde El Hierro para decirle que quería marcharse de ahí y volver a Mauritania porque no aguantaba la situación. A lo que él le aconsejaba paciencia: “Espera, espera”. Pese a los meses que lleva en Canarias, Abdourahaman lamenta que aún no haya aprendido el idioma. Ahora se ha reencontrado con su primo en Las Raíces y agradece a los trabajadores del recurso de acogida y a las personas canarias que aparecen por el lugar, por las que “poco a poco” va entendiendo mejor el idioma.

Tras varios días juntos en el campamento, ya se han hecho a la rutina del establecimiento. Cuando comenzaron las protestas de los migrantes, Baba alternaba noches durmiendo en las “jaimas” del exterior y otras pernoctando dentro en las instalaciones gestionadas por Accem. Después de haber presentado su solicitud de asilo, Baba duerme en el interior, a la espera de un vuelo de derivación que lo llevará a un punto de la Península que aún no conoce. Junto a Mohammed, el destino de Baba está cada vez más lejos de Tenerife, una isla en la que se quedaría si pudiese encontrar un trabajo.

El mauritano huyó de su país dejando atrás a su madre y a sus tres hermanos, dos mujeres y un hombre. El padre de Baba falleció cuando él tenía ocho años, asesinado por soldados del Gobierno mauritano por ser revolucionario. Su madre también es una revolucionaria que lidera una cooperativa textil de mujeres en el país, en la que lucha por los derechos de ellas.

Baba explica que Mauritania, país fronterizo con Senegal, vive desde hace años una dictadura liderada por “hombres menos blancos, frente a una población de mayoría negra”. El racismo en Mauritania, un país de mayoría negra, ha hecho que muchos hombres como Baba se vean obligados a huir de su país para salvar su vida. Por este mismo motivo, otras muchas personas fueron expulsadas del lugar hacia territorios vecinos. Baba, con el asesinato de su padre a cuestas, fue expulsado a Senegal, donde aprovechó para estudiar Literatura, carrera que no pudo terminar por falta de dinero. También ejerció de futbolista y de personal de seguridad en un establecimiento.

Ahora, aguarda paciente su turno para tomar un vuelo rumbo a su nueva vida. Mientras, explica que “dentro (del recurso) hace frío y las colas para la comida son de dos horas”. “Cada vez somos más personas y a veces hay discusiones por la comida porque es poca”, confiesa mientras llega una nueva guagua cargada de migrantes al campamento con más capacidad de Canarias.

Baba y Mohammed continúan con su viaje migratorio hacia la Península, y aunque a los dos les entristece abandonar Tenerife, solo quieren encontrar un trabajo para poder ayudar a sus familias. Acostumbrados a las despedidas, Baba deja en la isla a su primo Abdourahaman, que aún espera su cita para solicitar el asilo. Atrás también se queda Abdou, que aguarda paciente su turno. Lasane, por su parte, apuesta por un amor a una isla de distancia y una situación jurídica “difícil de resolver”.

síguenos en Telegram

Etiquetas
stats