Espacio de opinión de Canarias Ahora
Almudena
Solo en una ocasión y con poco tiempo. Una cafecito. Aun no tenía la amenaza de la enfermedad sobre su vida, con lo cual fumamos y hablamos de literatura. Acababa de grabar la que probablemente fue su última entrevista en TVE, en uno de los cursis salones del Teatro Real de Madrid. Le confesé que me había costado un poco entrar en sus novelas, por mis prejuicios anarcosindicalistas hacia su filocomunismo tradicional. No se asombró cuando le conté que mis prejuicios hacia ella me los curó con insistencia un amigo médico y joseantoniano, ¡manda carallo! Sonrió porque uno de sus grandes amigos también era de ese gremio de filias y del Atlético de Madrid, y representante de futbolistas muy granado. Le confesé mi entrega absoluta a Los pacientes del doctor García y la ansiedad por la próxima entrega de los Episodios de una guerra interminable, la quinta: la sexta nunca llegaría.
Sonreímos ambos y nos despedimos cordialmente sin saber todo lo que se nos venía encima. A ella, sobre todo, pero a toda la humanidad en general, la pandemia. Por eso el otro día, en medio de este torbellino de exageraciones de escándalos de corrupción y de corrupciones escandalosas, me puse a ver por fin el documental biográfico Almudena de su amiga Azucena Rodríguez, a la cual sigo y admiro desde hace tiempo. Me gustó, en general; me aburrieron algunas partes excesivamente gregarias o suntuosamente contadas en clave muy personal. Por ejemplo, las amistades, que como todos sabemos siempre son peligrosas desde Pierre Choderlos de Laclos. Almudena Grandes lo sabía muy bien.
Pero el cariño cinematográfico de Azucena hacia Almudena no me sacó de la disipación. “Llama a Margarita” me dijo Camila, una comisaría de policía retirada nacida en Ampuriabrava. “Llámala tú, si te atreves, que ahora es ministra de Defensa.” “Es que ella lo sabe todo sobre cosas antiguas similares, algo, a lo que está pasando, orígenes navarros, orígenes sucios e insospechados, absolutas confianzas, absolutas deslealtades y tropelía en el socialismo español. Es decir, Luis Roldán. Es decir, el capitán Kan, Laos, Tailandia, Paesa…”
Qué horror. Almudena se hubiera espantado y hubiera escrito, seguro. Almudena era el azabache de nuestra literatura, me dije. Mucho más, el lápiz bello y fino de la memoria que tanto necesitamos, todos los días: lloré con Inés y la alegría, y no solo por mis querencias aranesas. Me sigo emocionando con el doctor García. Hasta siempre, Almudena.
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