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Hace unas horas el presidente de Estados Unidos publicaba un pantallazo de los mensajes privados que le ha enviado el secretario general de la OTAN en los últimos días, felicitándole por atacar a Irán y exigir a Europa que gaste más en defensa. “Todos van a pagar a lo grande, como deben, y será tu victoria”, se congratula Mark Rutte, un historiador que dirigió el destino de los Países Bajos durante catorce años y que sabe lo que es -lo hizo cuando gobernó- aumentar sin contemplaciones el presupuesto militar. Rutte es desde hace 24 horas carne de titular: “Trump expone el vasallaje de Rutte publicando sus mensajes laudatorios”, “Trump filtra unos mensajes que le envió Rutte”, “Trump filtra un mensaje de Rutte que desmiente a Sánchez”, “Trump ‘flying into big success’ at Nato summit, claims Rutte”, etcétera. Pocos, muy pocos medios, añadieron el adjetivo “privado” o “privada” en el frontispicio de la noticia. Mensajes privados, conversación privada.
Al margen del contenido, que cada cual analizará como quiera en función de intereses y convicciones, sorprende la normalidad con la que todos hemos aceptado que un mandatario, en el caso que nos ocupa, de Estados Unidos -lo que agrava todavía más la situación- publique mensajes privados del jefe de la OTAN. Que los coloque en el escaparate digital sin sonrojo ni pudor. Hoy fueron los de Rutte, pero mañana podrían ser los de Von der Leyen o Xi Jinping. Hemos convertido, ya no el mundo, sino la propia vida -la de uno y la ajena- en un Gran Hermano de proporciones gigantescas, donde, por supuesto, no se salva nada ni nadie. Tampoco las relaciones internacionales. Hace décadas esa práctica nudista, en ocasiones, pornográfica habría enterrado, por ejemplo, los acuerdos que posibilitaron la Transición o la caída del Muro de Berlín. Rutte lo sabe bien, que es historiador. ¿Ustedes se imaginan a un Roosevelt “digitalizado” publicando los mensajes que intercambiaba con Churchill o Stalin? “Mira, que al final no vamos por el puerto de Calais, que atacamos por Normandía”. Hay determinados asuntos que solo nacen, crecen y fructifican guarecidos bajo el toldo de la prudencia y de la discreción. Asuntos que son incompatibles con un tablero político convertido en el plató de un reality show.
Trump es solo el exponente de una sociedad que quiere saber todo, contar todo y grabarlo todo. El concepto de privacidad, también el de intimidad, ha desaparecido incluso debajo de las sábanas. No digamos ya en una reunión, por mucho que sea a puerta cerrada, con todos los móviles sobre la mesa. Han logrado que la desconfianza y un simple teléfono, por muy smart que sea, dinamiten la normalidad de una conversación humana que puede resultar agradable o desagradable, afable o bronca, bonita o fea pero que, salvo prueba en un juicio, no es digna de ser grabada. Ese modo Villarejo que marca de un tiempo a esta parte las relaciones humanas nos acabará matando. Y ese día, no me cabe ninguna duda, habrá alguien que lo grabe.
No salgo de mi asombro.
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