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Querido mío

Se llamaba Pepe Rodríguez Maíz, Pepe Millo para los amigos, y era una de las mejores personas con las que he tenido la fortuna de cruzarme en la vida.
24 de julio de 2025 13:03 h

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Hoy se me ha muerto un hermano. Se llamaba Pepe Rodríguez Maíz, Pepe Millo para los amigos, y era una de las mejores personas con las que he tenido la fortuna de cruzarme en la vida. Fue hace más de 25 años en Antena 3 Televisión. Recién contratada, me mandaron a hacer una noticia con un reportero más bien hosco que no se ajustaba a la idea que tenía de los andaluces por aquel entonces. Ni guasón ni extrovertido. Cordobés, natural de Cabra -egabrense, no cabrón-, seco como él solo, combativo, inconformista, acostumbrado a salir a la calle con otro hombre duro, Pedro Perea, se convirtió con el paso de las semanas en mi compañero. Luego, en mi amigo. Por último, con el paso de los meses, en mi hermano. Formamos un equipo compacto casi sin darnos cuenta. Juntos en casi todas las coberturas, nos entendíamos en la calle con solo mirarnos: él sabía los planos que necesitaba para contar una historia, y yo sabía qué texto ponerle a su forma de ver el mundo a través del visor. Digamos que ocupé el sitio de Perico hasta mi salida de Antena 3. A mi vida, sin embargo, llegó para quedarse. Compartió conmigo lo bueno y lo malo, el ascenso a las alturas y el descenso a los infiernos. No se arrugaba. Yo tampoco.

Hace casi dos meses, cuando se precipitaba el final, quedamos en un restaurante del Muelle Deportivo. Uno de esos lugares donde tienes la sensación de que nada malo puede pasarte. Colores pastel, trato exquisito, una botella de vino tinto recién descorchada, la hilera de veleros apuntalando con sus mástiles un día soleado y apacible, su hija Marina, inteligente como ella sola, contando historias divertidas. Y pese a todo, pese a lo que podíamos parecer contemplados desde cualquier otra mesa, aquello no era más que un intento de despedida. La antesala de un duelo. Así y todo, tuvo la generosidad de preocuparse por mí: cuando yo no esté, cuidado con esto, cuidado con lo otro, no hagas esto, no hagas aquello.

La despedida de verdad llegó hace unas semanas en su casa. En compañía de Luis, otro amigo. Abracé su cuerpo, tan familiar y querido, conocedora de que esa vez sí era la última vez que lo hacía. Nos acompañó a la puerta, junto a Chelo, y de pronto se llevó el dedo al ojo mientras me subía al coche, y entendí el mensaje: “Te estaré cuidando”. Dicen que no se puede escribir desde el dolor. Yo he escrito hoy desde la más absoluta devastación, así que debo haber roto todas las reglas. Líneas y líneas para decir simplemente: Te quiero, ¡te echaré tanto de menos!, ¡qué suerte haber coincidido en el tiempo y en el espacio contigo!, ¡qué grandeza de ser humano! Hijo, padre, marido, amigo y hermano excepcional. Nos volveremos a ver, seguro.

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