Vaquería Las Salinas, una oda al cochino negro

Hamburguesa de cochino negro

Javier Suárez

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Hacía tiempo que tenía llamamientos varios de que tenía que acudir a comerme una hamburguesa de cochino negro que engancha a todo aquel que la prueba desde hace años. Lo que no me imaginaba era lo que me iba a encontrar ahí, un rincón que se te clava dentro en cuanto cruzas las puertas y te hace viajar en el tiempo a un lugar que siempre trae los mejores recuerdos.

Cuando uno entra a la Vaquería Las Salinas ya siente que está traspasando la línea que pasa de un restaurante normal a un sitio con magia. El tiempo parece que está parado entre estas paredes que acogen decenas de máquinas de escribir, radios, simples, bicicletas y un sinfín de objetos que servirían para estar mirándolos durante horas. Las mesas sobre un suelo de picón y tierra que, lejos de incomodar, te hacen conectarte con el lugar de una manera especial. 

Yo, que tenía la idea clara de ir a comerme la famosa hamburguesa de cochino negro y listo, de hecho fui un viernes a las seis de la tarde, no me pude resistir y tras la primera comanda de ese bocado, y dejándome aconsejar por el simpático camarero que me atendió, pedí unas Costillas Paco Méndez “que solo se hacen los fines de semana”. Primero llegó la costilla y mis ojos se abrieron como platos por su tamaño, pero más aún al probarla con su corteza crujiente y ese sabor de la parte del animal donde la grasa y la carne se funden en un único bocado.

De la hamburguesa, qué quieren que les diga, una vez la pruebas estás perdido porque ya la liga pasa a otro nivel: no puedes dejar de comerla aunque sepas que te quedan aún varias cosas por probar, pero es que simplemente es perfecta. El sabor de la carne, el punto de la misma, sus aderezos, el pan, y sin lugar a dudas las papas fritas “de verdad, las de toda la vida”, hacen que pase ctamente a convertirse una de las mejores hamburguesas que me haya comido en mi vida. Estoy escribiendo estas palabras y siento la necesidad de parar e ir a comerme otra.

En este momento donde la hamburguesa ya había caído casi entera y la costilla había bajado bastante, el cuerpo me pedía más fiesta. Leyendo la carta uno se da cuenta de que el dicho de que “del cerdo, hasta los andares” tiene en esta casa su razón de ser. Me atreví y le pedí a Paola que me sirviera media de cochino frito, de albóndigas y de croquetas. “¿Te vas a comer todo eso tú solo, mi niño?”, me sacó la carcajada más grande de la tarde. En este momento yo me estaba riendo puertas adentro porque estaba claro que ellos pensaban de mí que estaba como una cabra y yo disfrutaba como un niño siendo atendido por un maravilloso equipo que no tenía ni idea si yo era periodista gastronómico o lo que fuera, simplemente un cliente más. Y aquí lo de hacer que el cliente se sienta en casa lo llevan a rajatabla, ¡qué maravilla de trato!, la sala importa y este es un ejemplo de ello.

Las albóndigas fue el plato que menos me gustó por un excesivo sabor a tomate en la salsa que oculta lo importante, el sabor a cochino negro que sí tiene la albóndiga si la separas, la limpias y te la comes sola. Notables las croquetas, de esas caseras y no líquidas o con cosas encima que tanto se llevan ahora. Y hedonismo puro la carne de cochino frita, de esas que bajan bien con una cervecita fría, pan bizcochado y como decimos aquí, “a correr”. 

Ya en este momento lo que era una visita para la que tenía destinada escasamente una hora por temas personales que me reclamaban, se había alargado aún más. Tras pagar la cuenta, 45 euros nada más todo lo comido y de lo que podríamos haber disfrutado 2-3 personas tranquilamente, sí les pedí hacerles una foto a todos los que estaban ese día en el servicio a una hora tranquila pero que atenazaba noche movida porque el 80% de las mesas tenía el cartel de reservado. Ahí si les pregunté por los nombres: son Juan, Paola, Kevin, Carlos y Carolina, unos empleados que está claro sienten la casa como suya por cómo cuidan al cliente, lo bien que aconsejan y cómo se preocupan de todos los detalles. 

Antes de despedirme me enseñaron algo que me puso los dientes largos como es la hamburguesa de calamares saharianos que han creado hace aproximadamente un año y que está teniendo una tremenda aceptación. Solo verlas ya se me hacía la boca agua, pero queda para otra visita cercana. 

A la hora de escribir este artículo quise buscar algo más de información sobre La Vaquería Las Salinas, y encontré esto que desde el Patronato de Turismo del Cabildo de Gran Canaria y su blog Gran Destino dedicaron hace muy poco a esta casa, y que me gustaría recomendarles.

Y hablando de visitas, esta es una casa de esas que están hechas para compartir en familia, amigos o incluso compañeros de trabajo, yo ya estoy pensando en que una próxima comida con mis compañeros de Canarias Ahora tendría en este lugar lleno de máquinas de escribir, el lugar perfecto para empaparnos de cultura y gastronomía por lo que Carlos, ahí lo dejo.

La Vaquería Las Salinas, c/gravina 1, Arinaga

Tfno 928.183.213

Abre de lunes a domingo en distintos horarios, según el día, pero ininterrumpido de miércoles a domingo desde mediodía a la noche y solo servicios de almuerzo lunes y martes.

Precio medio por persona, 25 euros.

Si les apetece pueden seguirnos en Instagram, Twitter y Facebook bajo los nicks de @porfogones y @javiers_gastro.

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