Llévame al Huerto, la casa donde la salud y el sabor se abrazan en el plato

Entrada de Llévame al huerto.

Javier Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Esta crítica para mí significa mucho más que una crítica, es casi una manifestación pública de disculpas hacia todos aquellos restaurantes que llevan tiempo abiertos y que, sin embargo, pasamos por alto los profesionales que nos dedicamos a escribir sobre la gastronomía, cuando en realidad tendríamos que prestar atención a un detalle imprescindible: el éxito que supone seguir llenando sus salas de comensales a los que les gusta su propuesta. Y por eso, por comensales que están enamorados de la cocina de la chef Cristina Arteaga, decidí dejarme llevar a su huerto.

Acudí un miércoles, a mediados de septiembre, primera semana de colegios, y me encontré con la gratísima sorpresa de un local acogedor, agradable y que invitaba a disfrutar. Otra de las cosas interesantes y que me llamó la atención es ver como todas las mesas estaban o estuvieron ocupadas e incluso como más de uno se quedó sin sitio a pesar de que también cuenta con una agradable terraza en una zona que se ha afianzado gastronómicamente, la calle Ruiz de Alda.

La carta de Llévame al Huerto , sin ser excesivamente amplia, refleja la frescura de sus ingredientes. Se encuentran bastantes platos atractivos. Para caer en la tentación, un gazpacho de manga de Mogán con cherrys al umeboshi, delicioso y sorprendente porque, lejos de parecer un gazpacho en cuanto a su textura, más cercana casi al batido, el inconfundible sabor de la manga moganera se intensifica gracias a la justa medida del toque aportado por la umeboshi (ciruela japonesa).

El corazón verde de Cristina nos llega en forma de “La burrata del maestro: la mejor ensalada que probarás”. Aunque el enunciado pueda parecer presuntuoso y atrevido, sin duda es acertado porque es puro vicio en la mesa, donde el aguacate (otra vez Mogán) y sus tesoros de temporada se fusionan junto a nuestros higos, manzanas, papaya, cherrys y hojas de temporada, regado todo con una miel trufada y vinagre casero de vino canario. Si no es la mejor ensalada que usted haya comido nunca, se le acercaría.

Cristina es una chef autodidacta. “Yo sé que me apasiona comer sano, pero también que sea sabroso y, por qué no, bonito en la mesa. En mi vida no pude acudir a una academia como el Basque Culinary Center u otras similares, pero sí tenía claro que quería vivir de la cocina. Por ello no paré de buscar mi camino y ahora mismo siento que estoy de lleno en él. De ahí mi pasión por trabajar en darle mi visión a platos de cualquier origen, como puede ser el ceviche (peruano) aunque yo sea colombiana”.

Ante semejante declaración de intenciones estaba claro que el ceviche sería uno de los platos a degustar y ahora tocaba decidirse entre el tan consabido de atún, el siempre interesante matiz que da el salmón, o el salto interesante que podría aportar el de lenguado. Por este último me decanté. Podría suponer que estaría sabroso antes de probarlo, lo que no imaginaba es que me enfrentaría al mejor ceviche que me he comido en Gran Canaria en años. Por un lado, el exquisito trato al pescado tanto en corte como en tiempo de marinado para dotarlo de sabor sin quemar el producto. Por el otro, el conjunto de matices, sabores y texturas de su fondo eleva la experiencia de cada bocado a una fiesta de sensaciones. Como colofón, un chip de plátano que serviría para comérselo en sacos por sí mismo.

Como cierre de salados, tal y como reza el apartado del menú, una pasta sana y rica conformada por unos risoles de salmón y ricota al pomodoro con leche de coco, trufa-chile y parmesano. El enunciado del plato indica atrevimiento y valentía a la hora de integrar todos estos ingredientes y salir airoso. El resultado tiene la nota de sobresaliente, incluida una sensación de ligereza que no suelen dejar los platos de pasta fresca rellena. El bonus track lo trajo un Pad Thai de tallarín de arroz, langostino, shitake y thai de tamarindos, quizás el plato más flojo del menú que degusté, ya que no terminé de cogerle el punto a la cocción de los tallarines y en esta ocasión la mezcla de ingredientes se me tornó un tanto tosca. Sabroso, sí. Redondo a la altura de los anteriores, no.

No por repetitivo es menos cierto que cada vez más uno tiende a tener reparos en la parte dulce antes de llegar a la mesa, así que cuando empezaron a llegar los platos la sensación de satisfacción se fue incrementando. Aquí los postres siguen la tendencia del menú salado, originales en construcción a la vez que clásicos en raíces, de ahí que su tarta de zanahoria esté deconstruida en una parte por la mousse del vegetal pero a la vez reconocible en todo su conjunto, el lingote de chocolate de República Dominicana excelso en boca para los amantes del cacao con el toque chispeante que le aporta una reducción de maracuyá, para terminar con un bocado ideal en estos días de tanto calor, yogur griego artesano helado.

Para beber, una carta de vinos corta pero interesante, pero a su vez les pido que no dejen de sumergirse en sus cocktails y preparados caseros, una sorpresa más que adictiva.

Empezaba esta crítica haciendo un ejercicio de autocrítica (valga la redundancia) por no saber identificar esas casas que lejos de las modas trabajan con una solvencia más que garantizada. Aquí, Cristina Arteaga, su chef y alma máter “me ha llevado a su huerto”, al que ahora quiero volver no solamente a probar los platos de la carta que me quedan por degustar, sino para sumergirme en sus propuestas de desayuno, que han vuelto a ver la luz en esta segunda quincena de septiembre. Ver sus publicaciones en redes sociales tienen un problema: uno siente la necesidad de salir corriendo hasta allí. Además, el que la cocina sea prácticamente a la vista, unido al agradable y eficiente servicio de sala, hacen de este huerto la casa ideal para plantar más de una visita y no dejar de ir.

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