Los peores días del popular Rastro de Santa Cruz de Tenerife
El popular Rastro de Santa Cruz de Tenerife atraviesa sus peores días. La crisis ha tenido una incidencia tan rotunda en este mercadillo que ha llegado a poner en duda su continuidad. El Rastro se encuentra enredado en un círculo vicioso: los vendedores no tienen mercancía que ofrecer porque los compradores no tienen dinero para comprar. El resultado es una reducción drástica de los puestos y un empobrecimiento de los productos que se venden. Ya forman parte de la leyenda los antiguos coleccionistas a los que no les importaba gastar dinero si podían cazar una buena pieza. Ahora se han convertido en una especie en extinción al igual que los comerciantes llegados de Venezuela o Cuba que adquirían de golpe un importante volumen de productos.
El aspecto que arroja el Rastro en la actualidad es muy diferente al que tenía hace apenas unos años. Las calles aparecen vacías, lo puestos escasean, tienen mal aspecto y muestran una mercancía pobre y sin interés. En resumen, la apariencia es la de un mercadillo desvencijado, en el que los comerciantes van más a sobrevivir a base de vender lo que puedan que a ofrecer productos que resulten atractivos para los compradores. Sobra la segunda mano y falta calidad.
La presidenta del Rastro, Carmen Tejera, ratifica que efectivamente no soplan buenos vientos para el mercadillo. Más bien todo lo contrario. Incluso se podría decir que es el peor momento que atraviesa después de décadas de continuidad en las que no faltaron problemas pero tampoco se llegó a tocar el fondo del pozo como ahora.
“Está todo muy mal. Está todo parado. Eso de que la situación económica ha mejorado no es verdad. En el Rastro vemos que está igual o peor”, señala. ¿Consecuencias? Pues por ejemplo que los comerciantes no renuevan la mercancía de manera que ésta consiste, en la mayoría de los casos, en regalos caritativos de vecinos o incluso son sacados de la basura.
“Aquí la gente viene a pasear los domingos pero nadie compra nada. Algunos me dicen que cuando antes vendían 100 euros hoy apenas llegan a los 20. Y eso en el mejor de los casos”. El número de puestos fijos es de 631, al que anteriormente se sumaban 200 de carácter esporádico. Pues bien, hoy apenas se llega a los 600 entre ambos. “La actividad ha bajado una exageración. No hay dinero y a partir de ahí viene todo lo demás. El pobre hoy es más pobre, la clase media se ha quedado sin dinero y a los ricos no se les ve por ningún lado”, indica Tejera.
También se quejan de que les persigue la mala suerte. En Carnavales se vieron obligados cerrar dos fines de semana y a partir de entonces da la casualidad de que ha llovido todos y cada uno de los siguientes domingos.
Algunos puestos han pedido que el Ayuntamiento realice actividades para atraer a los posibles clientes. Pero Tejera no es muy optimista al respecto. Hace poco se llevó a cabo una ambiciosa campaña para promocionar al Rastro que incluyó la contratación de páginas enteras en los periódicos y anuncios en otros medios de comunicación.
El objetivo era dar a conocer que abriría con motivo de las fiestas de Reyes. “Pero no hubo resultado alguno. La gente venía a pasear y poco más. Fue muy triste”. La pregunta que surge entonces es :¿Existe por lo tanto, un riesgo cierto de desaparición? “Pues todo depende de cómo vaya la economía en el futuro. Si la cosa no varía lo vamos a seguir pasando muy mal”, indica.
Otro reto es concentrar los puestos en el menor número posible de calles y eliminarlos en lugares concretos como en Bravo Murillo. Y es que en la actualidad el Rastro presenta un aspecto desordenado con puestos enormes sin tener mercancía que ofrecer. “Lo que ocurre es que cuando alguien no viene el de al lado ocupa su lugar y el suyo. Eso no se debe hacer. Damos la impresión de ser una especie de mercadillo tercermundista”, indica la propia presidenta.De forma continua se plantea trasladar el Rastro a una ubicación alternativa con mejores perspectivas de crear actividad comercial y menos problemas con los vecinos. Entre los datos positivos está que, por lo menos, la policía local ha dejado de atosigarlos. Hace unos años los agentes pedían permisos, miraban la mercancía e imponían multas imposibles de pagar por parte de los comerciantes.
Entre los puesteros del Rastro el pesimismo suele ser la tónica dominante. Edelia Martínez reside en El Sobradillo y cada fin de semana de los últimos siete años se ha desplazado a Santa Cruz para vender sus productos que principalmente consiste en ropa de segunda mano. Indica que nunca ha visto tan mal a este negocio como ahora, hasta el punto de decir que en estos momentos apenas existe la cuarta parte de la actividad y de clientes que antes.
Martínez se ha especializado en la venta de ropa que le regalan sus familiares y amigos. “Nunca de una ONG. Esta ropa está totalmente limpia”. Sin embargo, venir al Rastro se ha convertido ya más en una costumbre que en una actividad que le genere ingresos. Apenas merece el tiempo y esfuerzo que emplean si se compara con los escasos resultados que obtienen. “A veces nos vamos sin haber vendido nada”.
Joaquín Darias vive en La Gallega. Lleva casi una década vendiendo pulseras y piezas de cuero en un puesto situado al final del mercadillo. No duda en señalar que de todas las épocas que ha vivido la actual es con diferencia la peor. Cree que algo se podría obtener si se ofrecieran más plazas de aparcamientos y se organizaran actividades para atraer a los clientes. Y es que ahora el grueso de las iniciativas de dinamización se concentran en el centro de Santa Cruz y parecen olvidarse del Rastro. No hace muchos años era habitual encontrarse con bandas de música o desfiles. Hoy no queda nada de todo eso. “Aquí la gente viene a conseguir cosas baratas. No importa la calidad. Sólo que sean baratas”, dice.
Algo más positiva es Idaira García. Hace ya ocho meses que acude con su marido desde el Puerto de la Cruz para montar en la parte trasera de la sede de Presidencia un llamativo puesto de vasos de cristal, platos o figuras de porcelana, entre otros. Todos y cada uno de ellos son regalos de sus amigos alemanes que de esta manera quieren ayudarles a mejorar su situación económica. Son comerciantes experimentados que llevan más de siete años trabajando en el Puerto de la Cruz.
No se quejan. Con lo que venden por lo menos pueden comer. En los meses que han estado aquí han escuchado las quejas continuas de sus compañeros de mercadillo. “El secreto es adaptarse a lo que se vende”, indica García. Al igual que el resto de puesteros tuvieron que cumplimentar una serie de trámites que consisten en el pago de un canon para ocupar estos puestos. La zona en la que permanecen ahora va a ser desalojada en breve. “En otros lugares pagas un dinero y tienes un puesto. Pero aquí no, aquí hay que venir de madrugada para conseguir un lugar”. En el caso de este matrimonio llegan a Santa Cruz sobre las cuatro de la mañana. A las diez habían conseguido ocho euros. En realidad comparados con los demás eran unos afortunados.
Javier Rojas es un experimentado comprador. Hasta hace algunos años acudía fielmente a su cita dominical con el Rastro. Ya no. Ahora se ha convertido en un visitante esporádico. Ha sido testigo directo de la paulatina decadencia de este espacio. “El Rastro se ha convertido en un lugar para pasear y poco más. Me resulta un poco triste ver lo que era antes y lo que es ahora”. Dice que ya resulta casi imposible encontrar piezas únicas, sino tan sólo ropa o cualquier otro elemento útil de segunda mano y a precios económicos. “Creo que los comerciantes gitanos son los más organizados y los que mejor saben sacarle rentabilidad a este mercadillo”.
Los auténticos caballos de batalla del Rastro han sido siempre las peleas con los vecinos y comerciantes y la necesidad de contar con una ordenanza que se adapte a la realidad y necesidades de este mercado. Durante años emprendieron una batalla judicial con los residentes que se quejaban por los ruidos que se originaban los domingos de madrugada a la hora de montar los puestos. Hubo varios intentos de anular el mercado pero al final la flauta sonó de una forma casi fortuita. Los puestos del Rastro bloqueaban la entrada a los edificios oficiales, como el de Presidencia.Sin embargo, con posterioridad los juzgados se pusieron del lado de los vendedores aunque obligaron a realizar determinados cambios y cumplir con ciertos requisitos. La batalla judicial se amplió también con los comerciantes de la Federación de Comercio de Tenerife (Fedeco) quienes habían presentado una denuncia en 2010 por la ubicación del mercadillo y la falta de licencia. Los comerciantes alegaron competencia desleal frente a las obligaciones con las que tenían que cumplir en cuanto al pago de la Seguridad Social, impuestos y tasas. Finalmente, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC) se puso del lado del Rastro pero determinó la necesidad de que se ordenara y regulara esta actividad. Los puesteros habían ganado otra batalla.
Finalmente, el pasado año se pudo aprobar la ordenanza que regula el funcionamiento del mercadillo. En el texto se estipula que no podrán venderse animales, artículos pirotécnicos, pinturas, combustibles, productos ácidos y fitosanitarios, abonos, carnes, aves, pescados, mariscos, leche, quesos, requesón, nata, mantequilla, yogures, pastelería, bollería, pastas alimenticias, anchoas, ahumados y semiconservas.
Tampoco se permitirá el uso de megáfonos, altavoces y aparatos de amplificación del sonido. En la ordenanza se estipula que la concesión de autorizaciones, debe llevarse a cabo cada año y tienen en todo caso carácter discrecional.
Las infracciones muy graves son sancionadas con una multa de hasta 3.000 euros y con la prohibición de la actividad durante un mínimo de 20 días o con la revocación del permiso concedido. Entre éstas se encuentran la venta en el Rastro sin tener autorización municipal.
Aquellos vendedores que coloquen el puesto en un lugar distinto al autorizado, que incumplan el horario establecido, que utilicen aparatos musicales o altavoces, o que aparquen el coche dentro del perímetro delimitado para la instalación del mercado estarán cometiendo una infracción grave, por lo que deberán pagar multas de hasta 1.000 euros y no podrán participar en el Rastro durante un máximo de 20 días hábiles.
Serán consideradas infracciones leves, por ejemplo, la falta de ornato y limpieza en el puesto y su entorno; no tener expuesto al público el distintivo que acompaña a la autorización municipal; no mostrar el permiso a la Policía Local ni a los inspectores, y la no instalación del puesto durante tres jornadas sin causa justificada. En este caso, los vendedores deberán hacer frente a sanciones de hasta 600 euros y no podrán participar en el Rastro durante un máximo de diez días hábiles de venta.
Una historia breve
El Rastro original comenzó su andadura en el año 1979 en la conocida como Rambla de Las Tinajas, por encima del Parque García Sanabria, junto al Hotel Mencey. La iniciativa surgió de unos vecinos de El Toscal y fue apoyada por los de Los Lavaderos. Sin embargo, al poco tiempo se plantearon problemas con el tráfico y se detectó el riesgo cierto de que se produjeran atropellos y accidentes. Por lo tanto se acordó trasladar el mercadillo a la Avenida de Anaga. Y fue tal el éxito de este emplazamiento que llegó a alcanzar la estación del jet-foil.
En el año 1988 los puesteros se trasladaron a la actual ubicación donde surgieron los conflictos de inmediato. Durante cinco años los comerciantes del Mercado Municipal se negaban a abrir sus puertas los domingos. Decían que el Rastro suponía una competencia desleal y criticaban la poca calidad de los productos que ofrecían. Sin embargo, poco a poco fueron percibiendo que más bien ocurría lo contrario.
El Rastro funciona como polo de atracción de clientes que acuden también por el Mercado. No es extraño que de los enfrentamientos se pasara a la coordinación hasta el punto de que desde entonces los puesteros del Mercado hayan defendido siempre a capa y espada a los del Rastro. Ambos se han dado cuenta de lo mucho que pueden ganar juntos.