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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada
Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

PEPPERMINT

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De ahí que hayan sido pocos los títulos protagonizados por actrices en el papel de vengadoras y que, con el paso del tiempo, aún permanezcan en el imagino colectivo del séptimo arte, a pesar de que fueron rodados hace ya décadas. Algunos de esos títulos se estrenaron en los años ochenta, momento en el que los roles se intercambiaron y los productores fueron capaces de entender que el mundo estaba cambiando, aunque el conservadurismo rancio y radical golpeara el bienestar de los ciudadanos de buena parte de mundo civilizado. Sin tener que pensar demasiado, hay dos títulos que demostraron, años atrás, que la venganza la podían servir tanto los hombres como las mujeres, reales o animados, todo sea dicho. La primera en discordia es Ms. 45 (Abel Ferrara, 1981) protagonizada por la frágil, pero letal Thana (Zöe Lund) una joven muda quien, tras ser violada dos veces en una misma jornada, empuña una pistola automática Colt calibre. 45, M1911-de ahí el título de la película- de uno de sus atacantes y, sin tiempo para superar el trauma resultante de una violación, emprende un sendero sembrado de cadáveres, sin importar la clase, condición o estatus.

Película dura, áspera y sin ninguna concesión a la galería, Ms.45 pasa por ser uno de los mejores de ejemplos de cómo las experiencias del arquitecto Paul Kersey (Charles Bronson) pueden ser imitadas y/o superadas por una mujer.

La segunda vengadora -personaje animado para uno de los segmentos que conforman la película Heavy Metal (Gerald Potterton, 1981)- es Taarna, la firme, resolutiva y decidida guerrera de la raza Taarakian, muda al igual que Thana, pero entregada a su labor, sin necesidad de un trauma tan desgarrador como el de una violación.

Armada con una espada, pondría en jaque a la mismísima katana empuñada por “la novia” (Uma Thurman), la no menos resolutiva asesina protagonista de las dos entregas de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004) quien regresa al mundo de los vivos para vengarse de quienes atentaron contra su vida. Lo que diferencia a Taarna de la desmedida asesina con tintes del fundador del Jeet Kune Do no es que la primera no es una asesina, sino una guerrera forjada y entrenada para defender a quienes, eones atrás, sellaron un pacto con la raza de los Taarakian para que, llegado el momento, los segundos los defendieran de las hordas como las que aparecen en el segmento animado.

La historia, escrita por Daniel Goldberg y Len Blum, inspirada en las historias de Arzach, dibujadas creadas por Jean Henri Gaston Giraud “Moebius” y luego desarrolladas por Howard Chaykin, Alex Tavoularis, Christian Bénard, Brent Boates, Christos Achilleos, Charles White III, George Ungar, Phillip Norwood e Ira Turek demuestra que, en el camino de la venganza, no importa el sexo del protagonista, sino el tesón y la determinación para acabar con la vida de tus antagonistas. Taarna deberá sufrir vejaciones similares a los que sufre Thana, pero, ambas, se recobran y terminan por impartir la justicia que reclamaban los crímenes cometidos por quienes se empeñaron en querer arruinar sus vidas y/o salir indemne ante la gravedad de sus acciones.

Esto último, tamizado por los modos y las maneras que rodean y empapan al siglo de las comunicaciones, el XXI, es lo que le sucede a Riley North, una joven madre y esposa que deberá morir y regresar a este mundo, de forma figurada, eso sí, como antaño le sucediera a Eric Draven (The Crow, 1984) y a otros muchos en su misma circunstancia, condenados a vagar por nuestra realidad hasta encontrar la venganza que les devolviera junto a sus seres queridos.

En cierto modo, Riley North (Jennifer Garner) es una de aquellas víctimas que, por ser mujer, no contó con un cuervo místico que le ayudó a encontrar la paz resultante de haberse vengado de quienes le arrebataron lo que más quería. En su caso particular, ella decidió recorrer los caminos que le llevaban hasta el interior del putrefacto corazón de las tinieblas literario, aunque sin necesidad de que un Kurtz le enseñara lo que de verdad escondía aquel lugar. Su empeño, durante los cinco años en los que desapareció del mundo de los vivos y de los socialmente aceptados, fue el de endurecer su cuerpo y su espíritu para soportar los más duros e impenitentes castigos, sin mirar atrás y sin reparar en ningún tipo de gasto. Al final, la madre y esposa que una vez fue se construyó unas alas entrelazadas por las balas y por la sangre vertida y ella se acabo transmutando en aquel cuerpo que condujo el devenir de Raven, Corven o Corvis mientras todos ellos trataban de solucionar sus asuntos pendientes. 

En este empeño, Riley North no deja de emular al no menos pétreo y ciertamente traumatizado Francis “Frank” Castle, conocido como The Punisher, el vengador urbano por excelencia, con permiso del celebérrimo Paul Kersey anteriormente mencionado. En ambos casos, la pérdida de su familia, por culpa de una banda de sanguinarios delincuentes, desatará un verdadero vendaval de ira y destrucción, dejando atrás cualquier consideración ética y moral que pudiera ponerles freno.

Llega un momento que las actuaciones de ambos, North y Castle, rivalizan con los excesos demostrados por los Hish-Qu-Ten -los temibles Depredadores alienígenas- cuando éstos acuden a nuestro planeta para cazar seres humanos y parece que nadie esté a salvo de sus deseos de venganza. Su mismo “modus operandi” y el ensañamiento para con sus víctimas, termina por deshumanizar al personaje, aunque, en el caso de Riley North, su instinto maternal y su oposición frontal ante cualquier tipo de abuso la hacen regresar a una realidad que abandonó durante los instantes en donde las balas sesgaron la vida de su hija y su marido.

Poco importará, llegado el momento, lo que le pueda pasar a quien ya no sueña con un futuro ni con una vida junto a las personas que quiere. En la guerra particular que está librando Riley North sólo importa causar el mayor número de víctimas y no dar cuartel a quienes destrozaron la esencia misma de su existencia. El dolor, las heridas causadas y la misma muerte -lejos ya de ser un concepto abstracto- se convierten en sus compañeros de viaje habituales y dicha sensación flota y luego empapa una narración cinematográfica que deja en el camino un buen número de explicaciones con tal de mostrar los resultados de la contienda urbana que, al igual que Frank Castle, está librando Riley North.

Peppermint ni es una película políticamente correcta, ni quiere serlo. Sólo plantea la encrucijada a la que se ve sometida una persona que se siente traicionada por un sistema judicial y por una sociedad que busca defender a los que tienen un status, en detrimento de quienes sufren los caprichosos dictados de los primeros. Ni siquiera se siente demasiada empatía ante los métodos utilizados por la protagonista -métodos del gusto del juez Dredd, todo hay que decirlo- pero sí se puede llegar a entender la razón que le lleva a volver la espalda a los preceptos dictados por la sociedad.

Película dura, desagradable por lo que se cuenta, más que por la forma, pero que tampoco pretende justificar un comportamiento que, a la larga, termina por ser tan dañino como el mal que pretende erradicar.

Eso sí, los personajes que aparecen, tanto de un lado como de otro son humanos, por muy corruptos y extremos que estos puedan llegar a ser y, de ahí que se pueda entender sus motivaciones, lejos del blanco y negro habitual cuando se cuentan este tipo de historia. Otra cosa bien distinta es que te gusten sus motivaciones, pero el guión de Chad St. John (responsable del guión del cortometraje The Punisher: Dirty Laundry, 2012) no entra en las valoraciones que luego cada uno pueda llegar a formase en su cabeza.

https://www.youtube.com/watch?v=0R6QLiNFHd8&list=PL-3FvwHKFzqXF6uVNLQpRbCjOD-5pCXLR

Ah, la razón del título es muy sencilla; es decir, Peppermint es el apodo con que Riley llamaba a su hija, Carly.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2018

© 2018 Huayi Brothers, Lakeshore Entertainment & STXfilms

© 2018 1984 Private Defense Contractors & Adishankarbrand

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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

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