Cetáceos, barcos y cámaras térmicas: ¿pudo evitarse la colisión de este miércoles con una ballena cerca de Gran Canaria?

La ballena calderón Hope malherida tras la colisión contra un barco, en marzo de 2019.

Karen Estévez

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La colisión de un catamarán de Fred. Olsen contra un cetáceo este miércoles mientras cubría la ruta entre Tenerife y Gran Canaria fue dantesca: el choque con el animal se produjo por la banda de estribor y pudo verse en el agua “sangre” e incluso el cuerpo “partido en dos”, describió a este periódico uno de los testigos del suceso que viajaba en el trimarán Bañaderos Express, uno de los más nuevos de la compañía, incorporado a la flota en 2021. “El barco llegó en hora y no se registró ninguna incidencia en el trayecto, que se desarrolló con mala mar”, puntualizaron desde la naviera. No obstante, una vez en el puerto, varios operarios revisaron el motor de estribor, donde se produjo el impacto. La cuestión que surge ahora, y cada vez que ocurre un hecho similar, es si ese impacto podría haberse evitado.

Aunque la noticia ha despertado gran interés entre la ciudadanía y la comunidad científica, no es un hecho extraño para nadie: Canarias ha sido considerada durante años como un auténtico “corredor de la muerte” para los cetáceos, algunos catalogados como especies protegidas. Cada año se localizan numerosos cadáveres en las costas isleñas con miembros amputados o golpes fatales producto de la colisión con embarcaciones, especialmente durante la primavera, la época migratoria de las grandes ballenas.

El último acontecimiento de estas características que impactó en la población canaria tuvo lugar en marzo de 2019, cuando se descubrió en el sur de Tenerife un ejemplar de calderón tropical de siete meses, al que llamaron Hope, con una importante sección en su aleta caudal que suponía prácticamente la amputación de la cola. No había remedio para aliviar el sufrimiento del animal, así que tuvo que ser sacrificado. La causa de ese corte fue la colisión con una embarcación, muy probablemente un barco de alta velocidad, como los que conectan Tenerife y Gran Canaria.

Cámaras térmicas, una idea en desarrollo

En agosto de 2019, Fred. Olsen y la Universidad de La Laguna (ULL) se pusieron manos a la obra para buscar una solución a esta problemática, firmando un convenio que dotaría a los buques de la naviera, y a otros que operan en las islas, con cámaras térmicas y optimizar así la detección de cetáceos en la Zona de Especial Conservación (ZEC). Este instrumento ayudaría a detectar a los animales a kilómetros de distancia, por lo que daría tiempo de maniobrar y evitar una colisión.

Según explicó entonces la naviera, la cámara HD incorporaba un zoom de 30X y un foco LED de haz estrecho, que “aumentan la identificación del objetivo para mayor seguridad, y cuenta con una lente de zoom térmico óptico continuo, que posibilita la detección de embarcaciones, cetáceos y otros objetos a grandes distancias”. En septiembre de ese año se puso a prueba el prototipo, obteniendo resultados óptimos, pero quedaba mucho por hacer. Entonces llegó la pandemia y todo se paralizó.

“En septiembre de 2019 hicimos un testado de pilotos de las cámaras térmicas. El resultado fue que, en efecto, este sistema puede funcionar, pero hace falta mucho más desarrollo tecnológico. Hay que proporcionarlos de unos detectores automáticos, de lo contrario, las tripulaciones tendrían tantas falsas alarmas que no darían abasto”, explica a Canarias Ahora la bióloga marina e investigadora de cetáceos de la Universidad de La Laguna Natacha Aguilar, responsable de ese proyecto piloto.

La científica apunta que tras el confinamiento “todo se paró”. “Ahora el Gobierno de Canarias ha sacado una convocatoria de ayudas y nos hemos presentado para culminar el desarrollo tecnológico y el testado de esas cámaras térmicas”, añade.

El objetivo es desarrollar la idea este año y que se pueda poner en práctica en 2023. “Aún queda mucho para que salga adelante esta iniciativa, por eso hay que implementar unas medidas antes en las zonas de concentración estacionales, ir más despacio [los buques] y colocar avistadores en todos los barcos”, concluye. Cabe recordar que el trimarán Bañaderos Express es de los más rápidos de la naviera, pudiendo alcanzar una velocidad de 38 nudos.

Más muertes que nacimientos

Un estudio publicado en 2016 por ULL afirmaba que en las Islas mueren más cachalotes cada año que crías nacen, lo que supone una grave amenaza para esta especie. Y otra investigación (publicada en Frontiers in Marine Sciences), que vio la luz el mismo verano que se iniciaron las pruebas con la cámara térmica, incidía en que casi el 60% de los 35 cachalotes que fueron encontrados muertos en las costas de Canarias o flotando en las aguas que circundan las islas entre los años 2000 y 2017 presentaba lesiones que delataban que habían sido arrollados por buques, en un problema que afecta sobre todo a las crías.

Otra investigación, en este caso de las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y Sau Paulo, encabezados por Marina Arregui y Yara Bernaldo de Quirós, dio con una técnica para determinar si el animal había sido arrollado estando vivo o una vez muerto mientras flotaba. Entre las conclusiones de su estudio destacaban dos: los puntos del archipiélago donde más cachalotes arrollados aparecen coinciden con las rutas más transitadas por ferries rápidos (barcos que navegan de 38 a 53 kilómetros por hora) y de alta velocidad (de más de 55 Km/h) y que el grupo de edad más castigado es el de las crías, lo que no es extraño, porque es conocido el papel de “guardería” que las aguas de Canarias desempeñan para esta especie.

Estos mismos científicos, tras realizar su estudio en las aguas isleñas, recomendaron adoptar en Canarias medidas preventivas sobre el tráfico marítimo similares a las que Estados Unidos ha implementado en su costa este en las zonas con mayor abundancia de cetáceos, que van desde imponer topes de velocidad a los ferries a reorganizar las rutas marítimas. Sin embargo, nada de esto se hizo y, de hecho, las buques más nuevos son también más rápidos.

Sin soluciones ni interés durante la pandemia

La Red de Varamientos de Cetáceos de Canarias, liderada por veterinarios de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, acredita que en las islas mueren ballenas y cachalotes por colisiones con grandes buques todos los años y los estudios de la Universidad de La Laguna demuestran que esas colisiones podrían ser insostenibles para la población de cachalotes en el archipiélago. “Hay datos científicos claros y contundentes sobre el impacto de las colisiones sobre especies protegidas como son los cetáceos, sin embargo no se han tomado medidas por parte del gobierno español ni canario para regular el tráfico marino de forma que se reduzca la mortandad de ballenas en Canarias”, criticaba en 2020 la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza (ATAN).

En un comunicado, la asociación pedía a las administraciones públicas que, con carácter urgente, se adoptaran medidas para que los barcos que transitan las aguas canarias aumentaran las precauciones para evitar colisiones con los cetáceos.

ATAN llamaba la atención a las administraciones competentes y a las navieras que operan en las islas para que los barcos presten más atención que nunca para evitar chocar con ballenas, después de la disminución drástica del tráfico marítimo por motivo de la COVID-19 y ante la futura reactivación de la actividad.

“Esta auténtica dejación de funciones en la protección de estos mamíferos marinos”, continuaban los miembros de la asociación, “incumple los compromisos de España para la protección de la naturaleza y deja también en evidencia la nula sensibilidad del Gobierno de Canarias hacia el extraordinario patrimonio natural marino, que solo parece importar como atractivo turístico”, criticaban con dureza.

Atrás quedaron aquellas imágenes de cetáceos nadando en las costas canarias cuando todo paró por el confinamiento, en pleno estado de alarma. Lamentablemente, esos espectaculares avistamientos tampoco eran la “normalidad”.

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