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El desconfinamiento es un equilibrista

Niños paseando en las calles de Arrecife

Juan Manuel Bethencourt

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El proceso de desconfinamiento tras una pandemia global exige un nivel de madurez al que tenemos que irnos acostumbrando si queremos salir de esta dramática tesitura de una maldita vez. Esta madurez debe ser manifestada en varios planos: sanitario, cívico y político. ¿Por qué? Porque el desconfinamiento nos remite a la imagen de un equilibrista que, pértiga en mano, se asoma al vacío con el único sostén de un cable tenso y su propia pericia como herramienta. Y el panorama no ofrece ocasión para el engaño: el único camino está al frente y en los alrededores solamente acecha el vacío. Esto es el desconfinamiento, a ver si lo entendemos: como ha definido el ingeniero informático Tomás Pueyo, uno de los escasos pioneros al detectar la progresión geométrica de la pandemia, el desconfinamiento es una danza en la que intervienen dos conceptos sagrados: economía y salud. Sin una variable no existe la otra, por ello es tan absurdo elegir una. Está científicamente demostrado que la parálisis económica salva vidas a corto plazo y las cuesta a medio y largo, porque degrada la calidad de vida media de la población. El problema al que se mide España es de enorme consideración, porque debe afrontar la desescalada en condiciones insuficientes respecto al desafío que ha planteado la pandemia. Desde luego, no podemos dar por buenas las palabras a las que aludió tantas veces Pedro Sánchez con sus alusiones a la necesidad de la victoria sobre el virus. Porque no, no hemos derrotado aún al coronavirus y afrontamos el desconfinamiento con el objetivo de contener al enemigo, que se ha instalado entre la población y amenaza, esto es lo peor, con cronificarse.

Hablamos de madurez, por tanto. Madurez sanitaria, porque el sistema público deberá ser capaz de combatir el virus en pleno proceso de desconfinamiento, dotado con el material suficiente, duplicando camas y servicios para evitar el colapso, recuperando los servicios abandonados durante la fase crítica, habilitando una respuesta en atención primaria capaz de detectar casos y posibles contagios; en suma, haciendo todo aquello que ha fallado durante los primeros pasos de este trágico proceso. Hablamos de madurez cívica, aplicable en cada movimiento, en cada paseo callejero, en cada salida con los niños, en la ansiada recuperación de los hábitos deportivos al aire libre; ayer vimos imágenes preocupantes, pero hay que entender el contexto en el que se produjo esta primera salida a la calle de los menores, un domingo y tras seis semanas de encierro. Y por supuesto, madurez política, que está brillando por su ausencia y no solamente en la tóxica dinámica que protagonizan una vez más los dos grandes partidos políticos españoles, que ni en las peores circunstancias son capaces de sortear su condición de duelistas perpetuos. Esta necesidad de madurez política es aplicable también a Canarias. Lo ocurrido con la presentación y presunto frenazo al plan de desconfinamiento de Canarias elaborado por el comité de expertos podía haberse evitado. Para empezar, porque creer que un documento remitido un jueves por la tarde, en medio de una pandemia mortífera, iba a recibir el visto bueno al día siguiente es pensar que el pensamiento mágico existe y funciona porque lo digo yo. Algo tan inaceptable como todas las reacciones posteriores, egos desatados y respuestas mal aliñadas. Todo esta hojarasca inútil sobra y no debe repetirse, porque cualquier distracción, cuando ejerces de equilibrista, tiene un resultado fatal.

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