Cuando llueve sobre el mar
Un hombre parado en mitad de una escalera... ¿sube o baja?. Al estar parado sus opciones son sólo esas. Y quedarse parado. Pero sólo él lo sabe. El espectador debe adivinar sus intenciones escrutando pequeños detalles: su posición en el escalón que pisa, la dirección de la punta de sus zapatos, adónde dirige la mirada, si lleva el abrigo puesto o colgado del brazo, si las manos están en los bolsillos o se agarra con alguna de ellas a la barandilla... si acaso le sobrevuela una mosca alrededor del sombrero.
Un hombre parado en mitad de una escalera sugiere también la posibilidad de que vaya echarse a volar. El hueco que separa los tramos de la misma (si no es de caracol) se ofrece como el abismo al suicida o el atajo necesario. Entonces tendríamos claro que el hombre en mitad de la escalera quería bajar. Pero la posibilidad de saltar y subir también existe si le damos la vuelta al plano, aunque el peso de la gravedad afectaría de igual manera a la caída y al vuelo. Y el final sería el mismo. El titular a la mañana siguiente dejaría perplejo a más de uno: “Hombre muere al saltar desde el tercero a la azotea de su edificio. Se desconoce aún si subía o bajaba”.
Aunque lo inquietante de esta imagen es si realmente está ahí cumpliendo una misión. Si su quietud responde a que simplemente ordena el tráfico de la escalera o si hay una entrada secreta en mitad de ese escalón y olvidó la contraseña para acceder a ella.
Sería maravilloso verlo hacer dos gambetas, una de tango y otra de claqué, y al hacerlas ver abrirse en la pared una puerta disimulada bajo el papel pintado. Y verlo entrar.
Y desaparecer.
Y en esto pienso mientras miro, hipnotizado, cómo llueve sobre el mar.
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