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Migrantes africanos echan raíces en Güímar

Un grupo de migrantes de origen subsahariano trabaja durante una jornada de formación en una de las fincas gestionadas por la Fundación Canaria El Buen Samaritano en Güímar, en Tenerife.

Carla Domínguez / EFE

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Mientras el campo tinerfeño sobrevive a los efectos de la sequía, en la finca Dolores Gutiérrez (Güímar) la tierra florece a otro ritmo con el tacto curioso de un grupo de aprendices, entre ellos migrantes africanos, que quieren encontrar un trabajo y desprenderse de la exclusión social.

Sin duda, estos espacios verdes llenos de biodiversidad se confeccionan con el impulso de la Fundación Canaria El Buen Samaritano, que desde 2022 gestiona un total de 15.000 metros cuadrados con la mirada profesional de Silvia Hernández, docente y técnico en agroecología.

En una entrevista con EFE, Hernández explica que esta iniciativa surgió, inicialmente, en una zona barranquera de Santa Cruz de Tenerife - los Huertos Urbanos de Añaza- con el objetivo de salvar del abandono al lugar y ayudar a personas en riesgo de exclusión social.

Sin embargo, una reflexión más sosegada invitó a crear “una idea más potente”, que apostara por la regeneración del medio agrícola en medianías, y fue entonces “vital” un gesto: la donación de una finca, en Güímar, por parte de la tinerfeña Dolores Gutiérrez.

“Había una necesidad de dar formación específica y profesional a las personas”, matiza Hernández mientras supervisa la labor agrícola y medio ambiental que ejercen cada día sus alumnos, llegados desde diferentes lugares de la geografía africana y de la isla de Tenerife.

En el caso de los migrantes africanos, llegados a las islas tras una dura travesía en cayuco por el Atlántico, este aprendizaje se realiza mientras regularizan su situación en España, de forma que se encaminan a una espera productiva para que puedan insertarse en el mundo laboral.

“Y la realidad es que esto se consigue”, manifiesta la docente en agroecología, que informa cómo estos chicos que han pasado por la finca, más de 50, están insertados en otros espacios del sector en la isla y con contratos indefinidos tras tener sus papeles en regla.

La jornada de trabajo de estos aprendices comienza desde poco después de la salida del sol, sobre las 8:00 de la mañana, hasta las 14:00 horas de la tarde, y se empata con otras formaciones distantes de la agrícola que ofrece la Fundación en su sede capitalina, entre ellas clases de español.

Ibra Kama (Senegal, 26 años) cuenta a EFE que antes de partir hacia Canarias en un cayuco era agricultor, pero, a pesar del conocimiento previo, aquí ha descubierto “una oportunidad”, ha conocido otro tipo de tierra, cultivos, así como instrumentos que hacen su trabajo más sencillo.

Para el resto de personas residentes en la isla de Tenerife, la Fundación Canaria Buen Samaritano también promueve la formación y la empleabilidad con cursos para obtener certificados de profesionalidad a través del Servicio Canario de Empleo.

En relación con la finca y sus cultivos, los beneficiarios de este proyecto solidario aprenden labores de labranza, siembra, regadío de la tierra, cultivos rotativos, manejo de utensilios y máquinas, normas de cuidado y respeto al medioambiente, entre otras funciones.

Y entonces llega una pregunta: ¿a dónde va el producto agroecológico que producen en esta finca? Este encuentra su destino en diversas vías, bien a través de agricultores de la zona, clientes que visitan y compran, o bien al proyecto de catering de la Fundación, que abastece demandas alimenticias y laborales.

Culto a la biodiversidad y a un turismo “consciente”

Y además de labrar y cultivar la tierra, este espacio busca convertirse en lugar de culto al medio natural y a la biodiversidad de las medianías tinerfeñas, por lo que la Finca Dolores Gutiérrez descansa con ricos espacios verdes y cabañas en las que se puede pernoctar.

Los alumnos y voluntarios de este proyecto han sido los artífices de estos alojamientos con materiales reciclados, y que representan diferentes etnias y tipos de construcciones, como la clásica casa de madera, un domo geodésico y una mímesis a la cabaña de superadobe.

Y en medio de esta naturaleza en la que “siempre queda algo por hacer”, los migrantes africanos trabajan, bromean e interactúan con una especie de curiosidad innata, un confort que les ha ayudado a lidiar con las preocupaciones familiares que cargan tras de sí y que parecen engrandecerse con las distancias.

De hecho, Ibra Kama comparte con EFE que no sabe nada de su madre desde hace 15 días, porque si bien él tiene teléfono, su progenitora lo carece, una preocupación que no olvida porque, entre otras cosas, es el mayor de sus hermanos y en él cae la losa de la responsabilidad.

Y para ayudar a estos migrantes, obligados a enfrentar la peligrosidad de la ruta canaria, la Fundación Buen Samaritano también construye BAOBAB al otro lado del charco, un hotel escuela para generar oportunidades laborales y propiciar que “quieran quedarse allí”.

A su vez, y de forma paralela, se promovería un turismo “sostenible” y precisamente porque esta instalación ofrecerá alojamiento al público en general para plantear “conciencia de la problemática que existe”. 

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