Mil años sin exprimir la despensa del mar pese a vivir en una isla

Fuerteventura, en primer plano, y Lanzarote. Entre ambas, el islote de Lobos. Los primeros navegantes que recalaron en Canarias lo hicieron en estas islas.

Efe

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Un reciente estudio basado en los restos óseos de 637 adultos pertenecientes a todo el período prehispánico de Gran Canaria sugiere que la estrecha relación de los aborígenes de la isla con la pesca y el marisqueo relatada en las crónicas de la Conquista resulta engañosa: es la foto final de un pueblo que, durante cerca de mil años, no aprovechó tanto el mar.

Si habitas una isla en mitad del Atlántico con recursos y territorio limitados, desconectado durante siglos del resto del mundo, es difícil que tu sociedad no convierta el mar en su despensa.

Es lo que ocurrió en Gran Canaria con los pueblos norteafricanos que se asentaron en la isla a principios de la era común, en torno al siglo II dC, y lo que reflejan también numerosos yacimientos arqueológicos de la isla donde suelen encontrarse conchas marinas y restos de peces, signo de que el mar complementaba una economía de subsistencia basada en la ganadería y en los cultivos de cereal.

Sin embargo, ya hace tiempo que algunos estudios arqueológicos cuestionaban que, al menos en lo que concierne a Gran Canaria, eso hubiera sido siempre así y planteaban que la relación de los aborígenes con el mar era más bien reciente. Eso en cuanto a despensa, porque sigue sin rebatirse la tesis de que los antiguos canarios desconocían la navegación y no hubo comunicación entre los pueblos de las diferentes islas hasta la llegada de los europeos.

Tres investigadores del Museo Canario, el Cabildo de Gran Canaria y la empresa Tibicena Arqueología y Patrimonio se han acercado a esta cuestión con un enfoque novedoso: siguiendo la pista de una dolencia que la medicina suele llamar en la actualidad “oído de surfista”, pero que durante siglos ha sido común entre pescadores, mariscadores, buceadores.... y, en general, entre toda persona que pase mucho tiempo en contacto con agua fría.

La revista Quaternary Science Reviews recoge los resultados de lo que Teresa Delgado, Verónica Alberto y Javier Velasco han averiguado siguiendo la pista de la exóstosis auricular (un crecimiento óseo en el conducto auditivo externo) en los cráneos de 637 pobladores de Gran Canaria, procedentes de 64 necrópolis y yacimientos de la isla que abarcan el período prehispánico completo.

Su primera conclusión es que casi uno de cada cinco individuos examinados (109 de 637, el 17,1%) presentaba esa lesión auricular típica de quien pasa mucho tiempo entre aguas frías, que en la mitad de los enclaves (23 de 64) hay personas con ese tipo de problemas y que en los yacimientos cercanos al mar la prevalencia se dispara y llega al 40% en los lugares a menos de 100 metros de altitud.

Sin embargo, advierten, de nuevo se trata de una foto fija. De hecho, si se repara en la antigüedad de los cráneos que presentan esa lesión, se observa que la prevalencia del “oído surfista” (aunque en este caso sería más propio llamarlo “oído de pescador”) empieza a superar el 20% a partir del siglo XIII, crece de forma vertiginosa hasta llegar al tiempo de la Conquista y desciende por debajo del 20% cuando esta culmina, en los últimos años del siglo XV.

Pero lo que importa para sus conclusiones es que la presencia de esa lesión entre los aborígenes de la isla hasta llegar al siglo XIII, durante casi un milenio, es muy baja, casi testimonial, lo que refuerza la tesis de que esos pueblos vivieron la mayor parte de su historia de la ganadería y la agricultura y solo muy al final de la etapa prehispánica comenzaron a explotar de forma intensa el mar.

Otra pregunta que emerge de este estudio es ¿por qué?, ¿por qué se produce ese cambio en el siglo XIII?

Los autores de este trabajo ofrecen dos respuestas: La primera recuerda que en esas fechas empieza en el Hemisferio Norte la pequeña Edad de Hielo, que hizo que en Canarias las temperaturas bajaran unos cinco grados, lo que debió mermar las cosechas; la segunda tiene que ver con la llegada a la isla en torno a los siglos XI-XII de un nuevo aporte de población desde África con una cultura diferente, que se refleja, por ejemplo, en el cambio de los ritos funerarios.

Delgado, Alberto y Velasco admiten que se trata de dos procesos complementarios, pero ellos se decantan por el segundo: los antiguos pobladores de Gran Canaria comenzaron a explotar de forma intensa los recursos del mar, sobre todo, como resultado de un cambio cultural. 

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