La semana más dura
Los mensajes de las autoridades durante este fin de semana de encierro (encierro modélico, por cierto, la sociedad reacciona con un sentido cívico notable) no dejan lugar para las dudas: nos espera una semana plagada de malas noticias, esto es, de cifras crecientes en número de infectados y muertos por la pandemia de coronavirus. Por si quedaba alguna duda, Pedro Sánchez se encargó de recordarlo en dos comparecencias televisivas de una hora de una duración, el sábado por la noche (una intervención sombría de la que se esperaba mucho y no aclaró apenas nada) y el domingo a mediodía (mucho más sólida y con un anuncio de sustancia, la ampliación del estado de alarma hasta el 11 de abril, Sábado Santo). Ojalá se cumpla este segundo calendario que será refrendado el miércoles en el pleno del Congreso, porque sería señal de que la batalla contra el COVID-19 (a todos se nos pega el ardor guerrero dialéctico) ha cambiado de signo y España consigue por fin aplanar la curva.
Llama la atención que sean algunos presidentes autonómicos del PP, en particular el jefe del Ejecutivo murciano, los más interesados en fomentar esa cultura según la cual cada autonomía debe buscarse la vida en la lucha contra el coronavirus. La misma estrategia de la barra libre en la pelea por obtener los preciados recursos médicos supone un pésimo mensaje en clave de país, porque una negociación con 17 compradores pugnando entre sí es el anticipo de un desastre aún mayor.
España asume como propia la autocrítica, que nos hemos convertido en compradores y no fabricantes de componentes sanitarios que ahora nos hacen mucha falta y terminamos por mendigar en un mercado ya muy saturado por la demanda. ¿Y por qué en España no fabricamos respiradores, mascarillas o test de detección del virus? Porque hace décadas tuvimos que elegir entre ser la Corea de Europa y la Florida de Europa y elegimos lo segundo, porque era más rentable a corto plazo para todos. Esta es una lección que debe ser aprendida, nuestra propia versión de la desglobalización ya en marcha, y mientras tanto dejemos que sea el Ministerio de Sanidad el interlocutor en la adquisición de este material tan necesario.
¿Y en Canarias? La consejera Teresa Cruz, a la que le caben los reproches propios de su actuación, y ni una más, porque las carencias de nuestro sistema público existían a su llegada, y porque nadie está totalmente preparado para afrontar una contingencia semejante, se ha equivocado con una visión recelosa, excesivamente ideologizada, sobre el papel de la sanidad privada-concertada en esta crisis gigantesca.
La consejera podía haber entendido la letra y espíritu del estado de alarma, que pone por encima de todo la primacía de lo público y la subordinación de todos los recursos en la persecución del objetivo común. Y lo progresista en este caso era disponer de todas las camas sanitarias, de toda la excelencia profesional médica de las Islas, desde el primer minuto. No para hacerle el juego a nadie, sino para alcanzar la mejor respuesta posible. Se han perdido días preciosos y se ha abierto una inoportuna grieta política en el peor momento. Pero vamos a centrarnos en lo esencial y recordar el mensaje del principio: arranca la semana que define el sentido de este combate crucial.
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