Drama en estado puro
- Título: Manchester frente al mar (Manchester by the sea), 2016
- Director: Kenneth Lonergan
- Reparto: Casey Affleck, Michelle Williams, Lucas Hedges, Kyle Chandler, Tate Donovan, Erica McDermott, Matthew Broderick
Cuando vas al cine, normalmente te interesas por saber qué tipo de película es, algo tan básico como si es drama, comedia, ciencia-ficción, acción, terror, musical (tan en boga ahora mismo)… Son los datos mínimos para ver si tu humor acompaña al tipo de película que quieres elegir. Cuando una cinta la catalogan de drama, ¡uff!, qué engañoso es, porque resulta tan amplia la palabra drama… Cuántos tipos de dolor se refugian en esta categoría.
No voy a entrar ahora a teorizar sobre este asunto. Solo lo señalo porque Manchester frente al mar es un drama en estado puro. Un drama desolador, sin aspavientos, sin grandes escenas desgarradoras. Es de esas cintas que te describen la vida tal cual es: dura, difícil, injusta, con buenos momentos que te hacen sonreír, pero que, en este caso, la culpa y el dolor te impiden volver a sentirte vivo.
En concreto, la cinta narra la vuelta a su localidad natal de Lee Chandler tras conocer el fallecimiento de su hermano y tener que hacerse cargo de su sobrino de 16 años, con el que años atrás tenía muy buena relación pero que en la actualidad es mínima. Con su regreso, no solo tiene que lidiar con un adolescente, sino también con los recuerdos más que dolorosos de los que se culpa y por los que se fue de Manchester años atrás.
Kenneth Lonergan, director y guionista, conoce muy bien este estado de dolor y de culpa, como ya lo demostrara en sus otros dos trabajos Margaret y Puedes contar conmigo. El director norteamericano se sabe mover con fluidez en la angustia que genera la culpa y a la vez mezclarla con momentos divertidos de risa rota, que no es ni mucho menos risa fácil. Esta simbiosis de dolor y risa dan mayor realismo a la cinta, que no se ensaña en la herida, sino que te dibuja una situación con sus penas, pero también con sus momentos (pocos) de esperanza y felicidad.
Y esto se consigue gracias al gran guión que ha escrito Lonergan, en el que esa mueca a la felicidad, dentro de un dolor tan insoportable, aparece sin forzar, sin aspavientos, sin buscar el chiste fácil o la caída tonta: sale de la conversaciones normales entre gente normal, y sí, repito este adjetivo porque es la clave del filme: normal. No hay héroes ni redenciones ni salvadores; hay una vida dura, muy dura, con la que sus protagonistas tienen que lidiar.
La calidad de esta cinta no se podría conseguir sin sus protagonistas; por un lado, un distante, seco, vacío de vida pero entrañable Casey Affleck, en el papel de Lee, y por otro, Patrick, un adolescente en plena explosión sexual, con mil dudas en la cabeza y mil sentimientos encontrados, interpretado por Lucas Hedges. Ambos han conseguido nominación a los Oscar a mejor actor principal y de reparto, respectivamente.
El pequeño de los Affleck, actor que lleva ya muchos años saliendo en películas muy conocidas, como la saga Ocean’s eleven o Interstellar, ha conseguido con esta interpretación dejar de ser el hermano de para convertirse sin duda en uno de los mejores actores del momento.
Pero, si me lo permiten, es la actuación de Michelle Williams la que te destroza por dentro. Su dolor se convierte en el tuyo en cuestión de segundos. Con este papel, la actriz norteamericana ha conseguido su cuarta nominación a los Oscar, demostrando que quedan ya muy lejos sus comienzos en la serie de adolescentes de Dawson Crece y que, desde hace años, elige muy bien los papeles que quiere interpretar, entre los que destacan Una semana con Marilyn, Blue Valentine o Brokeback Mountain.
Lonergan consigue, en definitiva, una película redonda, un drama en estado puro que no te deja indiferente y que, gracias a su guión y a la buena dirección de sus actores principales, consigue transmitir a la perfección ese sentimiento de culpa capaz de anular tus ganas de redención.