Nicolás Castellano: “El voto xenófobo está llegando, entre otras cosas, por el fracaso del periodismo”

Nicolás Castellano, periodista de la Cadena SER, en un retrato reciente

Néstor Morales / Fabián Sosa

Santa Cruz de Tenerife —

Ya han pasado más de tres decenios desde que apareciera por primera vez un migrante muerto en las costas de Cádiz. El periodista grancanario Nicolás Castellano presentó este miércoles pasado en Santa Cruz de Tenerife El Naufragio: 30 años de memoria sumergida, un documental que con el fin de hacernos reflexionar hilvana los relatos de periodistas, fotógrafos y protagonistas del fenómeno migratorio que ha tenido lugar entre África y España en los últimos treinta años.

Justo antes de la proyección de ese trabajo audiovisual en una sala de la Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, del que Castellano es guionista, con la dirección de Fernando Santiago, el hoy periodista de la Cadena SER en Madrid atendió a Tenerife Ahora.

¿Es la migración un asunto que atañe únicamente a España o cree que la Unión Europea debería tomar cartas en el asunto?

Es un modelo fallido a escala global. España lo único que ha hecho es copiar las políticas de regulación de entrada de otros países. La Ley de Extranjería española es de 1984, es decir, de antes incluso que la llegada de pateras. Pero digamos que, a pesar de no existir ninguna ley de asilo europea, se endurece el acceso a España con la entrada de nuestro país en la Unión Europea [en 1986, en la entonces llamada CEE]. No se trata, efectivamente, de una solución doméstica, pero creo que algún gobierno debería ser valiente y cambiar de una vez el rumbo de estas políticas, que, tal y como los hechos demuestran, han fracasado.

El documental cuenta cómo entre finales de los ochenta y principios de los noventa las personas provenientes de Marruecos que llegaban en patera a las costas del sur de España eran rápidamente devueltas a su país de origen. ¿Sigue siendo igual a día de hoy?

Hay un acuerdo entre España y Marruecos, firmado en 1992, de devolución automática de ciudadanos. Este acuerdo se ha articulado solo en momentos puntuales y según intereses. Es verdad que con los ciudadanos marroquíes suele haber un mecanismo de rechazo en frontera casi inmediato. Esto se debe a los registros policiales que comparten ambos países, que permiten una mayor facilidad a la hora de identificar a cualquier ciudadano mayor de edad.

La nacionalidad mayoritaria de las personas llegadas a España el pasado año era la marroquí y no todos han sido expulsados. Según la convención de Ginebra, ese acuerdo no puede ser aplicado, por ejemplo, a los jóvenes que huyen de las revueltas de Alhucema. Ellos tienen derecho a ser escuchados y a que se tramite su solicitud de asilo.

Como conclusión, esos mecanismos de devolución al final solo se utilizan según el interés superior político. Este verano, por ejemplo, el mismo gobierno socialista que tuvo el gesto del Aquarius, dos meses después, en un segundo salto en las vallas de Ceuta, pone en marcha por primera vez ese acuerdo bilateral de devolución a Marruecos en un plazo de apenas de 24 horas.

En Canarias ahora solo está abierto un centro de internamiento para extranjeros (CIE), pero hasta hace no mucho tiempo había unos cuantos más. ¿Qué opinión le merecen estos centros?

No deberían existir. Entrar a España de forma irregular es una falta administrativa y me parece una clara vulneración de derechos encerrar a alguien por esa razón. Una falta administrativa es también aparcar mal y a nadie por aparcar mal se le mete sesenta días en una cárcel hasta que se aclare si aparcó bien, mal o si tiene que pagar una multa o no.

Los centros de internamiento para extranjeros no sirven para nada. En más del 60% de los casos, la mayoría de las personas no son expulsables porque no tenemos acuerdos de repatriación con los países de origen. La mayoría de expulsiones son a Marruecos. Por tanto, sin contar a los marroquíes, el porcentaje de gente a la que se priva de libertad y que luego no puede ser expulsada es brutal. Entonces estos centros no tienen ningún sentido, salvo que sea un eslabón más del negocio del control de fronteras, del chiringuito económico que se ha montado en torno a todo esto. Empresas como Indra han ganado miles de millones de euros en estos 30 años ampliando las vallas de Ceuta y Melilla, colocando nuevos radares, nuevas cuchillas…

En este sentido, hay un claro ejemplo en Canarias que se destapó hace unos meses. Y es que una empresa privada recibió un total de 600.000 euros de dinero público a lo largo de 12 años por el servicio de mantenimiento y alimentación de un centro de internamiento de extranjeros que nunca llegó a abrirse: el CIE del Matorral, en Fuerteventura.

Es lógico que casi todos los CIE que había en Canarias ya no estén en marcha. El número de llegadas que se producen a las islas es ridículo en el contexto de los movimientos migratorios del mundo, aunque he leído en algunos periódicos canarios titulares alarmistas que generan xenofobia y que contribuyen a que los políticos hagan un uso electoralista de la inmigración.

Vemos cómo crece en España el apoyo a los discursos xenófobos de algunos partidos como Vox. ¿A qué se debe el auge de este tipo de ideas?

El voto xenófobo está llegando, entre otras cosas, por el fracaso del periodismo. El periodismo está contribuyendo a que la gente cada vez sepa menos de lo que acontece a su alrededor o que tenga más contaminados los elementos que les ayudan a saber lo que pasa a su alrededor. Yo creo que hemos fracasado los periodistas y los medios de comunicación convencionales a la hora de contar esta realidad del movimiento humano. Porque si la gente cree que un chico de Mali que acaba de llegar en patera a Lanzarote es el culpable de que los canarios tengan el salario más bajo de España, tenemos un serio problema.

Y si esa imagen distorsionada de la realidad, de alguna manera, hemos contribuido a construirla los medios de comunicación convencionales, creo que tenemos que revisar cómo informamos de esto. Seguramente hemos reducido a números historias que merecen mucho más que un balance en las páginas de los periódicos.

El pasado verano llegaron de forma consecutiva varias pateras a Lanzarote. Esto creó cierta preocupación en algunos sectores de la sociedad y, como es habitual, se recurrió al manido mantra del empleo y los recursos sociales ¿Qué se puede hacer para combatir el discurso xenófobo?

Hay muchas maneras de combatir esas actitudes, pero, evidentemente, la educación es la llave de todo. Si educamos en diversidad y educamos en el entendimiento de que el mundo es complejo, de que hay gente que tiene la necesidad de salir de su país para poner su vida a salvo o porque quiere prosperar como tenemos el derecho de hacerlo cualquiera de nosotros, habremos dado con la clave.

Pero desde el periodismo, que es adonde yo puedo acudir para explicar lo que ha pasado, lo que debemos hacer es contar la verdad y tratar de destapar las mentiras. No es verdad que llegara una cantidad tan importante de gente. No es ningún problema que lleguen doscientos niños menores no acompañados. No amenazan las existencias de recursos sociales en Lanzarote. Simplemente no es verdad. Entonces, desde el momento en el que los periodistas entrecomillamos cualquier comentario estúpido de cualquier gobernante local o le damos pábulo a declaraciones de emergencia institucional, como hizo algún cabildo este verano, le estamos haciendo un flaco favor a la sociedad, porque estamos contribuyendo a la cadena de xenofobia. Las preguntas que deberíamos hacernos los periodistas son: ¿por qué un niño viaja solo en una patera?, ¿de dónde es ese niño?, ¿qué problemas tiene? En definitiva, los periodistas somos los responsables de la perspectiva con la que la gente observa los acontecimientos. Debemos ofrecer una perspectiva más amplia y no solo la que los dirigentes quieren.

¿Qué le ha permitido a usted hacer ese documental, algo tan difícil en el periodismo diario de redacción, de la inmediatez?

Por un lado, estar especializado en estos asuntos te da una perspectiva, un control de las fuentes y un contexto absolutamente diferente a la hora de analizar un hecho como este, muy distinto a cuando se está en una redacción y uno se tiene que enfrentarte cada día a una historia diferente. Por otra parte, efectivamente, el género documental también te da un plus de visión histórica que ayuda a ofrecer otra perspectiva. De hecho, el documental precisamente es un ejercicio de memoria histórica que contribuye a la reflexión: ¿qué hemos hecho en estos últimos treinta años?

¿Y qué se ha hecho en estos últimos treinta años?

La conclusión es evidente. La situación es peor: el número de muertos se ha disparado y el número de personas que llegan a las costas españolas es mayor que nunca. Si los que crearon las leyes de extranjería para regular la entrada pensaban que con ellas iban a llegar o iban a morir menos personas, treinta años después han fracasado.

Más allá de lo que demuestran las cifras récord de llegadas en este último año, está claro que ha fracasado estrepitosamente la filosofía de unas leyes que intentan impedir la movilidad humana porque, no solo no la impiden, sino que provocan la muerte de más gente.

¿Cuál ha sido el mayor reto al que se enfrentó a la hora de realizar el documental?

A mí el encargo me llegó por parte de la Diputación de Cádiz hace más de tres años. Sin embargo, no fue hasta el año 2017 cuando empecé a poner en marcha el proyecto. En ese 2017, acordándome de que se cumplían años del primer muerto en las costas de Cádiz y en 2019 se cumplirían 20 del primer muerto en Canarias, en la playa de La Señora, y tras conocer a Ildefonso Sena, fotógrafo que realizó la primera imagen de esa muerte en las costas de Fuerteventura, me animé a realizar el documental.

A priori la gente piensa que el documental va a hablar del primer naufragio conocido, el del 1 noviembre de 1988, aunque eso es solamente una excusa, porque se trata de un naufragio que va más allá, ya que trata del naufragio de la política, de la sociedad y de otros muchos que se produjeron en otros muchos momentos. Fue un reto condensar esos 30 años, con grandes violaciones de los derechos humanos en las fronteras españolas, en 60 minutos. Realizamos más de 14 horas de entrevistas, además de planos y documentación histórica, por lo que coser todos esos testimonios fue un reto muy complicado. Además, tuve claro que el documental no tendría narrador, sino que sería narrado por los propios protagonistas, por activistas o supervivientes. El documental no pretende convencer a nadie, sino que intenta que la gente se haga preguntas.

En el documental aparece un periodista que narró el naufragio de Rota contando cómo llegaban los cadáveres a la playa a medida que iban pasando los días. ¿Cree que si ese mismo naufragio hubiese ocurrido hoy, en la sociedad en la que vivimos, hubiese quedado en el olvido como ocurrió con el sufrido en las playas de Cádiz?

No soy muy bueno como futurólogo, pero lo puedo intuir. Tenemos ejemplos recientes de efervescencia en las noticias, por lo que la empatía es similar. Aylan Kurdi es el ejemplo más ilustrativo, un bebé que yacía en las costas de Turquía y que propició una ola de empatía sobre una imagen ya icónica de la mal llamada crisis de refugiados de 2015. Ya en ese momento llevábamos más de medio millón de personas que habían cruzado el Mediterráneo y de repente en septiembre de 2015 la sociedad cayó en que los niños se mueren en el Mediterráneo.

Ese ejemplo me hace ser pesimista, porque nunca una imagen fue más reproducida como la de Aylan Kurdi, y hubo una efervescencia de ayuntamientos, cabildos y estados solidarizándose con los refugiados y ofreciendo asilos, aunque nunca llegaron los refugiados. Por tanto, vivimos en una sociedad de las prisas, o como decía Luis García Montero, poeta y director del Instituto Cervantes, vivimos en una “piedad líquida”, porque la sociedad tiene esa piedad pero es muy fugaz, pues ya se centra en otro tema viral que exista en ese momento.

Desgraciadamente creo que esto no cambiará hasta que la sociedad presione a los gobernantes para que cambie, para que las muertes en las playas o en las vallas de Ceuta o Melilla dejen de ser un pico dramático del que se informa en los medios de comunicación de manera esporádica. Parece que si se mueren cuatro o cinco personas ya es lo normal, y no ocupa espacio en los medios de comunicación. Tenemos que tener la foto, y como periodistas debemos tener esa foto para presionar a esos gobernantes y que cambien.

En el documental se habla de la normalización en la prensa de esos casos de inmigración que llegaban incluso hasta el punto de dejar de ser noticia. A mí en Canarias me decían mucho que para qué iba todos los días a los puertos, si “iba a encontrar lo mismo”. Y no es así, porque cada patera era diferente, porque tenían gente diferente que tenían una historia y una razón para estar dentro de la embarcación. Y si esos fotógrafos, como Juan Medina o periodistas como Pepe Naranjo, no hubiesen ido siempre a esos muelles o playas no tendríamos esas fotos o pruebas de que nuestras políticas están condicionando la muerte de mucha gente.

Nosotros somos, en cierta manera, documentalistas de nuestro trabajo; por eso es interesante, porque la gente reflexiona mucho sobre esto, y nuestra obligación es documentarnos y exponer esa documentación a la gente. Parece que parte de la gente está acostumbrada al chute de piedad aparejado, pero no nos podemos acostumbrar a un estado que de vez en cuando nos interpela un hecho pero lo aparcamos hacia un lado. 

Quizá la causa de que este tipo de información se normalice es por la manera en que los periodistas lo cuentan. Hay un hecho muy característico que es la presencia de un entierro en Canarias de fallecidos en un naufragio, y existe una fotografía donde una mujer llora una lápida que pone Inmigrante número 1. Sí, eso fue en un naufragio en el barranco del Esquinzo, en la isla de Fuerteventura. Y ese caso es un ejemplo de las políticas llevadas a cabo por este país, ya que se trata de una patera que naufragó dos días antes de la llegada de otra al mismo lugar. En la que arribó con todos sus ocupantes vivos, estaba la mujer del hombre que había fallecido dos días antes, y esa mujer fue al entierro sabiendo la vida de esa persona, su nombre y apellidos, y lloró en una lápida que pone Inmigrante número 1. Y así existen centenares de lápidas en los cementerios de Canarias.

Pese a ello, yo siempre me quedo con la esperanza. Ahora mismo hay un forense, José Pablo Bareibar, que trabaja con la Cruz Roja y está documentando y poniendo nombre a los 1.100 muertos del mayor naufragio en las rutas hacia Europa, entre Libia e Italia en abril de 2015. Un pesquero se hundió, apenas 28 supervivientes, y este hombre, junto a su equipo de forenses italianos, está cotejando ADN y huesos, así como restos de pasaporte o documentos de identidad. Tienen ya muchas pruebas para averiguar quiénes eran esos chicos y de dónde provenían. Si en lugar de hablar de más de 36.000 muertos en los últimos años en el Mediterráneo pusiésemos 36.000 nombres o tantas fotografías, empezaría la sociedad a cambiar. Quizá el mayor error ha sido tratarlos como números y no como personas.

¿Desde el Gobierno de Canarias se han puesto en contacto con los autores del documental?

No. En Gran Canaria lo ha movido el Cabildo, así como numerosos ayuntamientos por toda Canarias. Pese a no estar orientado a colegios, sí sería interesante incluirlo en aulas de Secundaria o Bachillerato. Cabe recordar que el mayor naufragio en España se produjo en la ruta hacia Canarias desde Senegal, que lo cuenta Pepe Naranjo, por lo que es algo que nos toca de lleno.

Para mí lo más importante cuando proyectamos el documental ante universitarios, ONG o agrupaciones sociales, por ejemplo, es el debate que se crea luego. Existe ese punto educativo del documental, porque ocurren cosas y los periodistas las contamos de una manera tan rápida que no nos paramos a pensar sobre las consecuencias o la realidad de esas mismas noticias. Y en este caso estamos hablando de muertes que son evitables.

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