Las cosas como son. Si alguien escucha a Draghi y acto seguido mira cómo reaccionan todos los mecanismos del mercado capitalista llega a la conclusión que el primer pirómano está al frente del Banco Central Europeo. Que la mano que mece la cuna del gobierno elegido a dedo de Italia o el intervenido contra la pared de España solo busca el zarandeo, boca abajo y con los bolsillos del revés, para que el erario público no se deje ni un céntimo escondido en el festín de especuladores que van a comprar la ganga llamada España. Es lo que le faltaba a la credibilidad de la Unión Europea como proyecto político de naciones y ciudadanos. De estados y contribuyentes. Si su propia herramienta financiera, el BCE, se comporta como la Reserva Federal estadounidense de antes del crack de 1929, con un banco de bancos privadísimo de sí mismo y sin relación alguna con lo público, lo que queda por delante es recorrer los nuevos años treinta adaptados al siglo XXI, sin la necesidad de lucir camisas y correajes pardos. La mirada de Draghi, de aquí al ladito, lo delata todo. Es la de un hombre decidido a cumplir su Palabra de Dios. A entregar a la hoguera del capitalismo -porque lo que se está quemando ahora es el capitalismo tal y como lo conocemos- el coste de humanidad que haga falta con tal de saciar a la bestia parda. La que ha convertido a la UE en un mero espejismo y en lo que realmente siempre fue: el pacto financiero del carbón, el acero y todas las industrias que hicieron de Europa un eterno campo de batalla.