Gran Canaria subterránea: trogloditas y montañas sagradas en las cumbres de la isla

Casas Cueva en El Hornillo, uno de los barrios trogloditas de Gran Canaria.

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Las cresterías de las cumbres de Gran Canaria actúan a modo de frontera física entre la isla domesticada de las vertientes norte y este y la isla salvaje que ocupa la otra mitad. Es, literalmente, un mundo diferente. No hay nada más que ir a los miradores que se asoman a la Caldera de Tejeda (Pinos de Gáldar; Degollada de Las Palomas y Degollada de Becerra –todos conectados a través de la carretera GC-150-) para darse cuenta de que estamos en uno de esos lugares qu8e no dejan a uno indiferente. La cuenca es un enorme cráter formado por la conjunción de catástrofes súbitas y la paciente acción de los elementos. Los que saben de estas cosas dicen que lo que originó este socavón prodigioso fue una súbita explosión de magma que dejó vacío el centro de la isla. Y todo cayó por su propio peso. Después, el viento y el agua empezaron un trabajo minucioso de millones de años esculpiendo piedras gigantescas de formas fantásticas, alisando riscos y excavando los cauces que desembocan hacia el mar en el Barranco de La Aldea.

Unamuno describió el lugar como una tempestad petrificada, una frase que se ha convertido en eslogan turístico recurrente y en un tópico. Pero es verdad. La Caldera de Tejeda, pese a su enorme belleza, es un paisaje ‘violento’. Un lugar donde manda lo vertical que reduce la actividad humana a pocos rincones domesticados a través del trabajo. Un ejemplo son las terrazas de cultivo (‘bocaos’ y cadenas se llaman aquí) que pueden verse en el tramo de carretera que va desde el Mirador de los Pinos de Gáldar hasta Artenara (GC-21). Si se recuperaran y se pusieran en funcionamiento, su visión no desmerecería a esas fotos de arrozales famosas de otras latitudes: una gigantesca escalera de verdes. Trabajo e ingenio. Como el de convertir lo vertical en accesible. Y el risco en verdaderas ‘ciudades’ a fuerza de brazos. Porque en el risco se vive, se reza, se homenajea a los muertos y hasta se controla el paso del tiempo. 

La cueva en Gran Canaria es mucho más que un espacio físico. También es un referente simbólico. Un nexo de unión entre el pasado y el presente. Un elemento fundamental de la cultura local. Artenara se asoma a la Caldera de Tejeda en uno de esos balcones privilegiados. El pueblo nuevo es apenas un par de calles arremolinadas alrededor de su bonita iglesia (a la que hay que entrar para ver su espectacular artesonado de madera). Pero hay otra Artenara que no se ve a primera vista y que se esconde bajo las alturas del risco. Las casas cueva son una de las señas de identidad del pueblo. Casas excavadas en la montaña al socaire de los vientos y que se usan desde siempre. En el Etnográfico Casas Cuevas de Artenara (Párroco Domingo Báez, 13; Tel: (+34) 928 666 102) puedes ver una de estas viviendas trogloditas desde dentro ye imaginar cómo era la vida en el pueblo hace apenas unas décadas. Y un poco más arriba hay una auténtica joya: la Ermita de La Cuevita. Esta pequeña iglesia está excavada en la piedra y todos sus elementos también fueron tallados en la roca (altar, púlpito y coro). No es más que un elemento más de un barrio dónde la gente aún vive en cuevas. Algunas, incluso, reconvertidas en alojamientos abiertos al turismo.

Montañas sagradas.- Artenara y otros lugares de la isla son un ejemplo en la continuidad de costumbres y modos de vida que se han mantenido a lo largo de los siglos pese al cambio de creencias o el uso de tecnologías del siglo XXI. Desde Artenara sale el sendero que asciende hasta los Riscos de Chapín, límite norte de la Caldera. Es un sendero difícil y no apto para los que sufren de vértigos. Pero la recompensa es acercarse a dos de los hitos más importantes del pasado aborigen grancanario: la Cueva de los Candiles y las Cuevas de Caballero. Estos antiguos espacios sagrados son ejemplos paradigmáticos de la relación de los canarios con las alturas de la isla. Los grabados en forma de triángulos invertidos se han identificado como representaciones púbicas femeninas. Aquí se realizaban rituales relacionados con la fertilidad y el paso de las estaciones. El tiempo y la reproducción. Dos elementos clave en sociedades agrícolas que veían como la repetición de fenómenos cíclicos coincidían con la prosperidad de sus cultivos y la multiplicación del ganado.

Volvemos a Artenara. Hace pocos meses que se ha inaugurado el Centro de Interpretación del Paisaje Cultural de Risco Caído y Montañas Sagradas (Camino de La Cilla, 17; Tel: (+34) 649 507 746) una de las instalaciones punteras que se han abierto con motivo de la declaración de los espacios arqueológicos de montaña grancanarios como Patrimonio Mundial de la Unesco. El hito central de este reconocimiento internacional es una antigua cueva artificial construida por los aborígenes como observatorio solar y lunar. Un agujero estratégicamente practicado en el techo de esta cavidad abovedada (caso único hasta el momento) permite la entrada del sol entre los equinoccios de primavera y otoño. El resto del año (entre finales de septiembre y finales de marzo) los rayos de nuestra estrella, el dios del panteón insular, no entran. Pero hay más. Durante los meses en lo que la luz directa penetra en las sombras de la cueva, va describiendo diferentes caminos determinados mediante cazoletas y grabados. Todo un calendario que tiene su punto álgido con la llegada del verano. Alucinante. La cueva original no puede visitarse en masa para evitar su deterioro, pero en este centro de interpretación hay una réplica exacta que reproduce el fenómeno y una pequeña exposición en la que se explica la relación de los canarios y canarias con su cielo. No es el único lugar de la comarca relacionado con el control del tiempo. Algo similar sucede en el cercano Bentayga, donde una muesca en la roca sirve para determinar, de manera precisa y matemática, la llegada de los equinoccios con las primeras luces del día.

Los rastros de la antigua cultura de los canarios se encuentran diseminados por toda la comarca. En algunos lugares en forma de grandes espacios vacíos que nos recuerdan el trauma de la conquista y los siglos que pasaron desde entonces: como en las Cuevas del Rey, una auténtica colmena de casas excavadas en la roca entre las que hay auténticas glorias como la conocida como Cueva del Guayre, un imponente hipogeo que aún conserva buena parte de la pintura que decoraba sus paredes y estancias. Una maravilla. Pero también hay grandes conjuntos de cuevas que aún están habitados y en el que puede uno hacerse a la idea de cómo debió ser el día a día en aquellas ciudades verticales; eso sí, con todas las comodidades de nuestro tiempo. Acusa es un lugar muy especial por varias razones. La primera es por su espectacular mesa de roca que ofrece una pausa horizontal en un paisaje marcado por el abismo.

Esta meseta fue durante siglos uno de los centros de producción de cereales más importantes de la isla. Es un lugar increíble. Una planicie aislada del resto de la Cuenca de Tejeda por enormes paredes verticales que, como no, también fueron utilizados por los antiguos canarios y canarias como lugar de residencia. Llegar (GC-210 y Camino de Acusa Seca) es ya todo un espectáculo. Las vistas sobre los grandes iconos de la Caldera de Tejeda (Roque Nublo y Bentayga) son, sencillamente, brutales. Pero, una vez más, la obra del hombre logra captar aún más atención que una geología que, por esta zona, deja literalmente las tripas de la isla al aire. Acusa Seca es un conjunto de casas cueva protegido de los elementos por una gigantesca cornisa de piedra. El actual pueblo es apenas una sombra de lo que fue (era el lugar más habitado de Artenara hace apenas medio siglo) pero aún así impresiona. Hoy la mayoría de las antiguas cuevas que siguen habilitadas como viviendas (en algunas pueden verse rastros de la pintura prehispánica) se han convertido en casas rurales. Bases se operaciones ideales para descubrir el gigantesco patrimonio troglodita que se apelotona en esta parte de la isla: el paseo hasta Acusa Verde, en el extremo sur de la meseta, es una delicia para los amantes de la arqueología. Aquí podrás ver antiguas casas cueva, graneros colectivos, enterramientos y algunas cuevas pintadas.

La joya de la corona.- Risco Caído es el eje en torno al que gira toda la estrategia de divulgación de este enorme patrimonio subterráneo. La cueva original se sitúa en un rinconcito muy discreto de Barranco Hondo, un lugar en el que las últimas laderas de la Caldera de Tejeda se unen a las primeras que empiezan a construir el enorme edificio del Pinar de Tamadaba. Para ver esta cueva-reloj hay que ir hasta la réplica que se ha instalado en Artenara; pero merece la pena andarse hasta este lugar para visitar el propio barrio troglodita de Barranco Hondo y otro ejemplo paradigmático de este tipo de hábitat humano. En El Hornillo también se mezclan la posibilidad de ver casas cueva aún habitadas y paisajes de infarto. En este lugar, la isla literalmente se desploma para formar el Valle de Agaete. Las paredes verticales de Tamadaba y Fagajesto. Desde aquí parte un sendero que baja hasta la costa por el Sao. Un camino bonito que baja o sube (según se vaya o se venga) y en la que se pueden ver, por ejemplo, varios viejos molinos de agua. Pero eso es ya otra historia.

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