Un día en Burano, Mazzorbo y Torcello: la ciudad de los mil colores y dos jardines sobre las aguas a dos pasos de Venecia
El Vaporetto número 12 deja el embarcadero de Fondamenta Nuove y se interna en la laguna enfilando la proa hacia la cercana Murano. El barco pasa junto al cementerio de San Michele y toca la isla, célebre en todo el mundo por la hermosura y calidad de su cristal, junto al faro. Es sólo el primero de una serie de pequeños saltos que van conectando las pequeñas islas que emergen casi a ras de agua por toda la laguna. Mazzorbo, Torcello y, finalmente, Burano. Hay otras formas de llegar hasta aquí. Mucho más rápidamente que los casi 40 minutos que demora el servicio público de barquitos que cosen esta ciudad hecha a retazos que es Venecia. Pero el Vaporetto no es sólo la más barata de las opciones; también es la más auténtica. Y la verdad es que el trayecto es una auténtica gozada. Merece la pena. Mucho. Burano es sólo un embarcadero más de este Vaporetto número 12 que conecta la ciudad con Punta Sabbioni, ya en tierra firme y a dos pasos del Lido.
Una estancia de dos o tres días en Venecia aconseja a unir Murano y Burano en una sola incursión. Pero si te lo puedes permitir, esta diminuta ciudad de colores bien merece, al menos, un par de horas de paseo sin prisas y completar la jornada dando una vuelta por Mazzorbo (que está unida con Burano mediante un puente) y Torcello (a través del Vaporetto 12) dónde nos vamos a encontrar con una de las mayores joyas artísticas de esta parte de la laguna. Burano no es un lugar tranquilo. Para corroborar esta afirmación valga un dato. Es el quinto lugar más fotografiado del mundo. Por eso es crucial ir temprano. La inmensa mayoría de los que llegan hasta aquí combinan en una sola jornada Murano y Burano. No es mala idea, hacer una primera escala en la isla a primera hora (hay salidas a las 7:10; 7:40; 8:10; 8:40 y 9:10), huir a medio día para visitar Mazzorbo y Torcello y volver a Burano por la tarde-noche (salidas desde Burano a F.Nuove a las 20:25; 21:10; 21:55; 22:35 y 0:10). Tornar a Venecia después de la caída del sol es un espectáculo memorable.
Por aquí dicen que la razón por la cual las casas de Burano están pintadas de colores chillones se debe a las nieblas que, bastante a menudo, se asientan sobre las aguas de la laguna. Según parece, los pescadores pintaron su ciudad como un caleidoscopio para poder verla a la distancia y no errar el camino de vuelta a casa. La Casa Bepi (Corte del Pistor, 275) rinde homenaje a la riqueza cromática de la isla con buenas dosis de extravagancia. La monumentalidad de Burano se limita a las inmediaciones de la Plaza Baldassarre Galuppi. Ahí se miran frente a frente la Iglesia de San Martino (Baldassarre Galuppi, 20; Tel: (+39) 041 730 096) y su curioso campanario inclinado (al más puro estilo Pisa). En este estrecho foro también podrás visitar, si te interesa, el Museo del Encaje (Baldassarre Galuppi, 187; Tel: (+39) 041 730 034), que ocupa un precioso palacio del siglo XV (Palazzo Podestà de Torcello). No es extraño ver a las mujeres de la isla haciendo encaje a la puerta de sus casas. Los trabajos de Burano son famosos más allá de las fronteras italianas.
Pero lo mejor de Burano es caminar por sus calles y canales y dejarse encantar por los colores de sus casas sencillas (aquí no abundan los grandes edificios). Desde la Fondamenta de San Mauro se toma la foto que todos quieren llevarse. El Canal, tan estrecho que apenas puede albergar dos barcas a la vez, describe una curva de casi 90 grados dejando a pocos metros los dos muros de colores chillones: rojo, azul, verde, violeta, amarillo… Date el gusto de pasar tres o cuatro veces por el mismo sitio y de meterte por los callejones. Aléjate de los restaurantes y las tiendas de recuerdos. Siéntate un rato en la Terraza sul Torcello y mira hacia las islas vecinas. Cruza todos los puentes que unen los diferentes barrios de la isla (apenas más grandes que dos o tres manzanas) y tampoco te prives de comer las famosas bussolai buranei, unas galletas de mantequilla y una curiosa mezcla de sal y azúcar que quitan el sentido. Si nos haces caso y vuelves a Venecia tras la caída del sol no sólo vas a poder caminar por Burano tranquilo: vas a disfrutar de una atmósfera increíble.
Un paseo por Mazzorbo.- Una pequeña pasarela une el extremo norte de Burano con Mazzorbo. Antes de que se instalara este modesto puente de madera apenas nadie desembarcaba en Mazzorbo. La isla, enorme en comparación con su vecina multicolor, fue durante siglos una de las ‘granjas’ de Venecia. Los campos de cultivo cubrían la práctica totalidad de la isla (hoy hay una urbanización) que también albergaba el cementerio de Burano. Al norte de Mazzorbo se encuentra Mazzorbetto, isla que sí conserva su carácter agrícola. Dar la vuelta a Mazzorbo apenas demanda media hora y hay varias cosas que ver. La primera postal es el Campanile di Sant'Angelo (torre campanario de una antigua iglesia) rodeado de viñedos y huertos. La cercanía de las aguas salinas de la Laguna, que cada cierto tiempo inundan los campos, dan a las uvas de mazzorbo un toque especial que se pone de manifiesto en sus espectaculares y exclusivos vinos (apenas unos miles de botellas al año). En el otro extremo de la isla puedes visitar Santa Caterina (Fondamenta di Santa Caterina, sn; Tel: (+49) 041 730 096) una preciosa parroquia del siglo XIII que aparte de ser bonita tiene un entorno que invita a sentarse en silencio. Genial para descansar un rato y alejarse de las frecuentes aglomeraciones de Burano.
Torcello y la Basílica de Santa María Asunta.- Para ir hasta Torcello hay que volver a hacer uso del Vaporetto (conexiones con Burano C y Mazzorbo con la línea 12) en un minúsculo salto de apenas dos o tres minutos. ¿Merece la pena? Sí. La isla, al igual que sucede con Mazzorbo, es un verdadero vergel que alterna grandes áreas de cultivo y amplias zonas de vegetación natural marcada por la omnipresencia del saladar. Torcello es especial por varios motivos. El primero porque fue la primera de las islas en ser colonizadas con éxito por los vénetos, que huyeron de tierra firme tras la caída del Imperio romano para resguardarse de los ataques de las tribus bárbaras (junto a la iglesia hay un viejo sillón de piedra que la tradición atribuye al mismísimo Atila). En sus tiempos de mayor gloria, Torcello fue una de las islas más importantes de la República Veneciana, algo que hoy es difícil de creer ya que apenas alberga a un centenar de vecinos y vecinas. Pero quedan importantes huellas de ese pasado. La más importante es la Basílica de Santa María Asunta (Fondamenta dei Borgognoni, 24; Tel: (+39) 041 730 084), que hunde sus raíces en el siglo VII aunque la mayor parte de la fábrica actual sea de las centurias XI y XII. El templo, que ejerció de catedral durante algunos siglos, es enorme y cuenta con mosaicos bizantinos más que notables que aparte de ser impresionantes son los más antiguos del norte de Italia –su Última Cena es sublime-. Justo al lado de la basílica se encuentra la Iglesia de Santa Fosca, una joyita bizantina del siglo XII.
En torno a la Basílica, cuya enorme torre puede verse desde todos los puntos de la laguna, y la Strada della Rosina (dónde puedes cruzar el canal a través del Puente del Diablo –llamado así porque no tiene barandillas-) se arremolinan algunas decenas de casas que son el rastro de aquella populosa ciudad de antaño. Entre las edificaciones destacan algunos palacios. El Museo Provincial de Torcello (Piazza, sn; Tel: (+39) 041 730 761) ocupa el Palacio del Archivo, una soberbia casona que pese a tener varias reformas encima conserva buena parte de su estructura original del siglo XII, y el gótico Palacio del Concilio (siglo XIII). Más allá de la importancia artística e histórica del continente, el contenido también impresiona: hay una muy buena colección de objetos y obras de arte que resumen toda la historia de la laguna desde la Prehistoria a la Edad Moderna.
Fotos bajo Licencia CC: Graeme Churchard; Hunter Nield; Richard Mortel; Peter Visser; Matjaž Mirt; othree;
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