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'El Cagueta', el avisador de los trenes urbanos de Santander que recorría 200 kilómetros al día por 10 reales

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¿Quién es capaz de recorrer 200 kilómetros al día, a pie firme o corriendo, delante de un tren, por 10 reales? “Pablo Lefebvre”, le hubieran dicho hace décadas en Santander como si tal cosa.

Pablo Lefebvre fue 'El Cagueta' más famoso, el avisador de trenes más legendario que hubo en Santander hace un siglo, cuando los tranvías de 'motor de sangre', de tracción animal, dejaron sitio a los trenes a vapor que conectaban el centro de Santander con Peñacastillo y, sobre todo, El Sardinero.

'El Cagueta' era el avisador del tren que corría delante de él con gorra reglamentaria, chaqueta, banderín rojo y un cornetín, avisando a conductores de carros y viandantes del peligro que se les echaba encima a la escalofriante velocidad para la época de 20 kilómetros por hora. Este figura popular del Santander antiguo recibía tal nombre, entre lo sarcástico y lo peyorativo, porque para el vulgo parecía estar huyendo a la carrera de un monstruo de hierro, siempre a punto de embestirlo o devorarlo. 'Cagueta' como sobrenombre metafórico de 'miedoso'.

La figura vuelve a la palestra estos días por una iniciativa curiosa y cara del Ayuntamiento de Santander: la reapertura del viejo túnel de Tetuán, ahora llamado Del Tren de Pombo, que conecta bajo la cresta del Alto de Miranda el centro de la capital con El Sardinero. Este túnel, de 300 metros de longitud, estaba en el olvido de las nuevas generaciones aunque se mantuvo en servicio como paso peatonal muchos años después de que los pequeños trenes urbanos pasaran pasaran a ser historia. Finalmente, fue tapiado en los años 80... hasta ahora.

El viejo túnel de Tetuán ha costado sacarlo a la luz cuatro millones de euros y una gran cantidad de hormigón inyectado en sus viejas paredes de ladrillo y sillería para dar estabilidad y evitar filtraciones. Ahora es de uso peatonal y para el ciclista, ya que su estrechez impide el paso de otros vehículos, del mismo modo que dejó de ser útil para el paso del Tren de Pombo cuando llegaron los trenes eléctricos en las primeras décadas del siglo XX y el gálibo de su bóveda impidió su electrificación y, por lo tanto, su uso.

'El Cagueta'

Aquí entra en juego 'El Cagueta', personaje popular que fue recogido, entre otros, por José Simón Cabarga y Gutiérrez Colomer. Su oficio se generó cuando el Ayuntamiento de Santander prohibió que los trenes que discurrían por las calles usaran su poderoso silbato. Los concesionarios de las líneas decidieron entonces poner delante del tren, hiciera frío o calor, cayeran chuzos de punta o no, a un hombre que avisara del paso de la máquina y detuviera el tráfico a su paso.

En Santander no solo hubo un 'Cagueta', sino tantos como líneas de tren había: las más famosas eran la de Gandarillas y la de Pombo, las cuales partían del centro y terminaban su recorrido en El Sardinero, la primera bordeando la costa, por lo que hoy es la Avenida de Reina Victoria; y la segunda, internándose por el túnel, una vez alcanzado Puertochico, y saliendo por La Cañía, a dos pasos, como quien dice, de El Sardinero.

Pablo Lefebvre, 'El Cagueta' más mítico, hacía este segundo recorrido, pero no hasta el final, sino que dejaba el tren cuando entraba en el túnel, momento que aprovechaba para tomar un vaso de aguardiente antes de volver a ejercitarse como plusmarquista a la vuelta del tren camino de la Plaza del Príncipe. Un día, yendo y viniendo, recorrió así 200 kilómetros, gesta que fue recogida en los medios de comunicación de la época.

El candidato a 'Cagueta' debía ser un atleta, ya que en ocasiones debería estar corriendo, con paradas para echarse un coleto entre pecho y espalda, entre las cinco de la mañana y las cuatro de la madrugada, en verano, con ferias y jaranas varias. El resto del año la actividad era un poco menos penosa, pero no liviana, ya que el tren siempre estaba activo cuando los tranvías paraban por causa de la climatología.

Lefebvre era hijo de unos franceses que emigraron de París tras la carnicería de la Comuna. Mocetón musculado, imploró al propietario de la línea, César Pombo, que le pusiera a prueba. Necesitaba trabajar por la ruina de la licorería que regentaban sus padres, negocio que se había volatilizado literalmente en la explosión del Cabo Machichaco. Se le puso a prueba durante ocho días y, como no diera señal de ir a desfallecer, se le dio el puesto que desempeñó ocho años hasta que otra catástrofe, esta de la modernidad, el tranvía eléctrico, le llevó al retiro y su puesto de trabajo a la extinción. Él, que presumía de haber recorrido la distancia entre París y Santander en 24 días comiendo solo pan, fue el último mohicano de los trenes urbanos. Con él desapareció una estirpe. Lefebvre murió pobre, joven y olvidado.

Trenes

El santanderino, y por extensión el cántabro, es un ciudadano obsesionado con los trenes, dado el secular atraso que en la materia ha habido y hay. Por eso acogió con entusiasmo los primeros trenecitos que transportaban a viajeros por la ciudad. En 1877, Santos Gandarillas puso en servicio su línea; y en 1892, Pombo hizo lo propio con la suya. Hubo más: un tranvía a Miranda y otro a Peñacastillo, pero aquellos dos son los que han pervivido en la memoria.

El Tranvía de la Costa, o De Gandarillas, fue el primer transporte de pasajeros establecido en la ciudad de Santander. Cada locomotora tiraba de tres vagones de varios departamentos cada uno, y el precio por viaje era de 25 céntimos. El recorrido por las calles de Santander era el siguiente: Hernán Cortés, Wad-Ras, Velasco, Espartero, Molnedo (Puertochico), Juan de la Cosa, San Martín y Sardinero (por la Avenida de Reina Victoria). La longitud del trazado era de 4.604 metros.

El Tren de Pombo salía de El Sardinero, frente al Casino, en la plaza del Pañuelo (actualmente De Italia), continuaba por La Cañía y por el túnel de Tetuán hasta Puertochico, desde donde continuaba por Peña Herbosa, Daoíz y Velarde, y desembocaba en la calle Martillo. Efectuaba un cruce al llegar a la esquina del Muelle (hoy el Banco Santander).

Tras varios años de actividad, en 1917 se declaró la caducidad de la concesión. Posteriormente, durante la Guerra Civil, el túnel se habilitó como refugio, y más adelante, en la década de 1950, el Ayuntamiento lo habilitó para su uso peatonal, desistiendo a los pocos años.

En 1986 se decidió el sellado total de sus bocas y en la del Sardinero se aprovechó para rellenar completamente la trinchera existente en ese punto y acondicionar una zona verde.

En la boca de la calle Tetuán hay ahora una barrera que simboliza el acceso a un túnel de 300 metros de longitud que conserva algunos de sus elementos originales, como un bajorrelieve con las siglas TSV, iniciales probablemente de 'Tranvía a Vapor del Sardinero', cinco apartaderos, y un antiguo apeadero del tranvía. En la boca de acceso a El Sardinero, se ha construido un pozo de 11 metros de altura y 10,80 de diámetro y se ha excavado un falso túnel de 40 metros, que se se quiere aprovechar como espacio expositivo y para otras actividades. El recorrido de toda la infraestructura está iluminado, dispone de sistema de ventilación y ha sido equipado con un circuito cerrado de cámaras de seguridad.

El túnel en su segunda vida está pensado también para el uso del ciclista, conectando los itinerarios ciclistas más cercanos: en la boca sur, con el carril bici de Puertochico a su paso por Casimiro Sainz; y en la boca norte, con el carril bici de El Sardinero a su paso por Reina Victoria.

¿Quién es capaz de recorrer 200 kilómetros al día, a pie firme o corriendo, delante de un tren, por 10 reales? “Pablo Lefebvre”, le hubieran dicho hace décadas en Santander como si tal cosa.

Pablo Lefebvre fue 'El Cagueta' más famoso, el avisador de trenes más legendario que hubo en Santander hace un siglo, cuando los tranvías de 'motor de sangre', de tracción animal, dejaron sitio a los trenes a vapor que conectaban el centro de Santander con Peñacastillo y, sobre todo, El Sardinero.