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A todo año le llega su 'pharmakon'

El sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour al recibir el Premio Conmemorativo Internacional Holberg.

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Pharmakon es una palabra griega que significa a la vez veneno y remedio. Esta palabra polisémica, que simboliza que (casi) nada es bueno o malo a secas, que todo depende, por mucho que eso exaspere a los haters del relativismo, la utilizaron, con una diferencia de 25 siglos, dos filósofos, Platón y Derrida, para reflexionar sobre la escritura, sobre su carácter de veneno y remedio para la memoria. Lo que queda escrito a menudo no se memoriza —véase, hoy día, lo que ocurre con los teléfonos, incluso de las personas más queridas— pero, al tiempo, escribir sirve para no olvidar, genera un memoria que no por ser externa o artificial es menos eficiente. Y todo depende de la proporción, el tacto, la pericia… No solo a la escritura le conviene el nombre de pharmakon.

Hoy esta palabra me sirve para empezar un ejercicio de memoria —como siempre, selectiva— del 2022 con los once fármacos derivados de venenos animales aprobados recientemente por las agencias del medicamento europea y norteamericana. Nuestros científicos y científicas han sido capaces de materializar gloriosamente el concepto de pharmakon dando respuesta a la hipertensión con un derivado del veneno de una víbora, a la diabetes con un péptido de la saliva tóxica de un reptil mexicano y, este 2022, al cáncer con el veneno del Octopus kaurna, un pulpo que habita en Australia y Tasmania. Se nos olvida a menudo que miles de hormigas de la investigación y la ciencia forman parte del devenir social tanto como los golpes de estado judiciales o los mundiales en países que no respetan los derechos humanos. Es más, con suerte, serán descubrimientos científicos e hitos del arte y la literatura y no las miserias políticas los que perduren en la memoria colectiva. 

En 2022 también, la secuenciación del genoma de Azolla filiculoides, un género que engloba siete especies de helechos acuáticos diminutos, realizada por más de cuarenta científicos de todo el mundo dio alas al sueño de que la ciencia pudiera contrarrestar el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el cambio climático. Spoiler: hubo que recortar expectativas porque, si bien la utilidad del helecho es indudable, necesitaríamos restaurar las condiciones del Ártico hace 49 millones de años para contrarrestar el esputo industrial. La solución al estado del planeta viene de la mano de la solución al malestar de muchos de sus habitantes, de la mano de un cambio de hábitos que son más asunto de la bioética que de la tecnociencia, y más colectivos y comunales que individuales. Por ejemplo, los sistemas de gestión ancestral de recursos hídricos, de siembra y cosecha del agua, que investigan en el Instituto Geológico y Minero de España del CSIC, y que los quechuas y aymaras llevan practicando en los Andes desde hace más de mil años o los andalusíes desde los tiempos de Al-Andalus. 

Por eso, jóvenes de y en varios distintos países, todos ellos sabedores de que el planeta que les queda por disfrutar es mucho menos habitable que el de sus padres y abuelos, decidieron en 2022 entrar en esos símbolos de la cultura pasiva y elitista que siguen siendo ciertos museos para advertir de su miedo y urgencia porque los gobiernos, caracterizados por su cortoplacismo electoralista, tomen medidas contundentes y a largo plazo contra el deterioro planetario. Sin embargo, otro año más la COP o conferencia como el clima, la número 27 este pasado 2022, se cerró en Egipto sin resultados esperanzadores: por poco no se dieron pasos atrás en lo que exigen esos jóvenes activistas tan vilipendiados por su falta de sensibilidad artística, porque parte de los países culpables de las grandes emisiones insinuaron olvidar el objetivo de que la Tierra no supere los +1,5ºC de temperatura media antes de fin de siglo. Aunque el objetivo quedó admitido, fue sin establecer mecanismos para alcanzarlo. Un desastre en toda regla: a este paso, los cuadros acabarán derritiéndose… o adornando el salón lunar de algún rico exiliado climático espacial.

En pensamiento, este año se nos fue Bruno Latour, pensador que, a menudo en colaboración con Isabel Stengers, es responsable de necesarias reflexiones sobre el deterioro del planeta a manos del ser humano. Partiendo del constructivismo social, investigador de la ciencia, que consideraba atravesada y construida a golpe de intereses extracientíficos, invitó desde sus obras a desconfinar de nociones instaladas en el pensamiento occidental de los últimos siglos, como el mito del progreso o el dominio humano de la naturaleza, combatiendo con ello nuestro “antropomorfismo potenciado con esteroides”. Tras estas ideas se esconde una desconexión de la naturaleza que nos ha permitido explotarla con una mano y considerarla la encarnación de lo sublime con la otra: en ambos casos, separación, una idea de “excepcionalidad humana” que nos coloca fuera de lo natural. Tal desconexión hoy nos carga con una responsabilidad gigantesca que nos sume en la impotencia. 

Por ello, Latour propone emplear el concepto cosmopolítico “Gaia” para insistir en que somos parte de la naturaleza y ella de nosotros, en que hay que cuidar de la naturaleza y de nuestras condiciones de vida a la vez, haciendo que Gaia esté en nosotros y nosotros estemos en Gaia, aboliendo la distancia, la separación para afrontar nuestra responsabilidad sin caer en la melancolía o la negación.

Y, aunque para cerrar un año en positivo suele resultar complicado citar la política institucional, en el año en que cortarse el pelo se convirtió en un símbolo de solidaridad con las feministas iraníes pero la guerra de Ucrania y la OTAN rehabilitaron el estilo “Guerra fría” con un Zelenski como héroe machuno y occidental que combate al supervillano soviético, de vuelta al estilo pharmakón, capaz de extraer realidades sanadoras del guano o el veneno, quisiera acabar mi repaso con el reconocimiento a les activistas, juristas y políticas valientes que han conseguido que hagamos frente a la transfobia con una ley que nos permitirá reflexionar ampliamente sobre la identidad y el binarismo, tras abrir camino al reconocimiento del derecho de cada persona a gestionar su identidad de género

Son, por cierto, las mismas que han logrado que España firmara por fin el convenido 189 de la AIT, que reconoce a las trabajadoras del hogar el derecho a paro y a denunciar un despido improcedente. Las mismas, también, a las que les ha llovido el peso de la Reacción, por dejar estipulado legalmente que “solo sí es sí”, que aprovecharse de una mujer drogada es violación y que el sexo, como relación que es, exige consentimiento por ambas partes. Vamos lento porque vamos lejos, que decíamos en el 15M. 

¿Buen año? ¿Mal año? Año vivido, ni veneno ni remedio. Más allá de la simpleza del binarismo, del pensamiento dicotómico, del blanco y el negro, del bueno o malo, del bello o feo, del masculino o femenino, del natural o artificial… La realidad se presenta en continuos complejos, multiformes. Como tú y como yo. Feliz 2023, en que la complejidad se viva como recurso o se simplifique con humildad y respeto.  

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