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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

En el día que no murió Cervantes

Miguel de Cervantes, tan universal como desconocido. |

Marcos Pereda

Que no. Que Cervantes y Shakespeare no murieron la misma tarde. Que celebramos el Día del Libro este 23 de abril por una falsedad histórica. Que, oigan, teniendo en cuenta que la ficción es una fuente inquebrantable para ir rellenando páginas y páginas a lo mejor no es tan inadecuado.

Veamos, porque este, el de los calendarios fallidos y las mentiras aceptadas por todos, es uno de mis temas predilectos. Por provocador, por ir de listo. Por destrozar mitos, vaya. Empecemos con el castellano. Miguel de Cervantes no muere el 23 de abril, sino que es enterrado el 23 de abril, luego, en buena lógica, habría fallecido seguramente un día antes. Bueno, esta nos puede valer… el entierro convalida. Que si nos ponemos así también podemos meter en la ecuación a Leonardo da Vinci, que firmó su testamento el 23 de abril para acabar muriendo un par de semanas después. Puestos a hilar fino…

Lo de Shakespeare tiene más guasa, porque el tipo sí que fallece un 23 de abril, pero su 23 de abril no era el mismo 23 de abril que el de Cervantes. Y es que de aquella los ingleses, que iban muy en plan chulitos rollo potencia europea, aun no habían asumido como propia la reforma del calendario gregoriano, y se mantenían anclados, lo estuvieron hasta mediados del siglo XVIII, en el calendario juliano. En otras palabras, que llevaban un retraso, con perdón y sin segundas, de diez días. Así que el bueno de William fallece en su 23 de abril, que sería ya entrado el mes de mayo en la Península. Que fue lo mismo por lo que a Santa Teresa de Jesús, que se le ocurre morirse un 4 de octubre de 1582, la entierran al día siguiente…15 de octubre. Por cuadrar calendarios esos diez días jamás han existido. Cosas veredes y tal, que viene muy a cuento hoy…

Así que hoy celebramos dos hechos que pasaron el mismo día, solo que ninguno de ellos tuvo lugar en esa fecha. Tonterías, ya ve, un invento de un oscuro editor valenciano hace casi un siglo que ha hecho fortuna. Como lo de las uvas en Nochevieja. Pero en fin, que para un día que todos fingen leer en esta sociedad tampoco vamos a rasgarnos las vestiduras, solo faltaría. A ver si por ponernos exquisitos la gente se piensa que los que leemos somos una panda de amargados (y de esos hay, pero no tantos). Alabado sea. Además hoy existen mentiras que están tan sumamente incardinadas en el subconsciente colectivo, tan tatuadas en nuestro imaginario común, que uno se pregunta si no serán realmente ellas la realidad, y lo otro, lo que de verdad ocurrió, una narrativa ficticia que algunos hemos venido inventando desde hace siglos para poder hacernos los listos. ¿Qué es lo real? ¿Lo que sucedió o lo que todos piensan que sucedió? Eso, seguramente, es otro artículo. Lo dejo emplazado.

Como digo esta historia es una de mis preferidas para contar, porque suele sorprender, y la gente te mira como si supieras un montón, oh, tipo culto, y te invitan al café, y el mundo es un lugar mejor, creo. En el fondo lo que late aquí es la asunción, casi acrítica, de una realidad dada, de una verdad establecida, por parte de la inmensa mayoría. Me venía esto a la cabeza hace unos días mientras disfrutaba como un enano (ojo, riendo a ratos a carcajadas, que es como hay que afrontar estos trances) leyendo 'La Bohemia italiana', libro que ha publicado recientemente, con buen gusto, la editorial cántabra Qualea.

Su autor es Emilio Salgari, y eso provoca que surjan ideas preconcebidas en torrente. El padre de “Sandokán”, el tipo que acabó suicidándose practicando la milenaria ceremonia del seppuku oriental. Bastante chapuceramente, por cierto, que no le salió bien y dejó todo perdido. Falta de práctica, supongo. Pues bien, todos vemos el nombre de Salgari en una portada y nos vienen estos dos hechos a la cabeza. Aventuras y suicidio, melancolía y frenesí. Y no. O no siempre.

Este de la bohemia es un libro gozoso, casi una novela picaresca que llega un par de siglos tarde. Es una celebración de la literatura y el arte como motor de todas las ilusiones. Del sentido del humor como alimento para conseguir engañar al hambre. De la risa como único camino a recorrer. Del hedonismo, que es la única forma sana de tomarse la existencia, creo. Al menos la mejor que yo conozca. Ese es, también, Salgari. O al menos el Salgari de este título rescatado.

Pero no intenten convencer de ello a quien no haya leído el libro. Es imposible. Para ellos Salgari será siempre el autor maldito de Sandokán, Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día, un 23 de abril, y el ardalén es solo un viento especial de ábrego que trae olor a mar e historias de América. Y la seda es nada más que un tejido casi de lujo, sotileza una rampa de Santander, la braña una zona de pasto o la torre Martello un espacio turístico de Dublín. Pero hay quienes, merced a misteriosos sortilegios, consiguen ver más allá. Desentrañar los secretos, convocar a los arúspices de las frases, que remueven las entrañas hechas de letra y tinta. Ellos leen. Como ustedes. Viven.

Buena lectura. Y celebren el día del libro cada jornada, por favor.

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