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El instituto y el 8M: ¿incomodidad o educación?

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El 8 de marzo llegó esta semana a los institutos. Algunas lo viven con emoción, con la sensación de que el mundo se está moviendo en la dirección correcta. Otros, en cambio, lo experimentan como un ataque personal, una molestia que hay que esquivar entre risitas y bromas gastadas. “¿Y para cuándo el Día del Hombre?”, preguntan con la misma lucidez y pesadez con la que Montoya le dice a Sandra lo guapísima que está en 'La Isla de las Tentaciones'.

Y no, no es solo una broma. Es la muestra de un resentimiento que se está cocinando a fuego lento en los recreos, en los grupos de WhatsApp, en los vídeos de TikTok donde tipos como Alvise Pérez, Roma Gallardo o cualquier random con micrófono predican que el feminismo es el cáncer de la sociedad. En sus podcasts, entre discursos de “superación” vacíos y ataques a “las ofendiditas”, venden el pack completo: una masculinidad que se siente asediada, una guerra cultural inventada y la idea de que el 8M es un ataque contra su derecho a existir.

Porque sí, el 8M polariza. Y mucho. Mientras algunas chicas pintan carteles y organizan actos, otros chicos se refugian en su trinchera digital, compartiendo memes sobre “feminaNzis”. Se sienten atacados, víctimas de una conspiración neofascista que ni entienden ni han vivido. Han convertido la lucha por la igualdad en una guerra personal, en la que ellos quieren ser los héroes de un relato que nadie les ha pedido protagonizar.

Y lo peor es que no han llegado ahí solos. Muchos profesores —no acostumbro a usar el masculino genérico— tampoco ayudan. “Yo apoyo la igualdad, pero el feminismo ahora se ha pasado de rosca”, declaran, como si luchar contra siglos de opresión tuviera un límite aceptable para su comodidad. “Antes no era tan grave, con Franco no se vivía tan mal”, sueltan otros, ignorando que “antes” significaba que las mujeres no podían ni abrir una cuenta bancaria sin permiso. Y así, entre el silencio y la condescendencia, refuerzan la idea de que el feminismo es una rabieta de unas cuantas histéricas.

No es que el feminismo esté retrocediendo, sino que su avance está despertando un resentimiento que no es espontáneo, sino dirigido. Un fascismo en pañales, alimentado y repartido con la precisión quirúrgica de un algoritmo

Mientras tanto, en los recreos se reciclan chistes de sobremesa. “Si queréis igualdad, ¿por qué no os mandan a la guerra?”, como si la historia no estuviera escrita con el cuerpo de mujeres usadas como botín. “Las cuotas solo discriminan a los hombres”, como si sus antepasados no hubieran tenido la cuota más efectiva de la historia. Y, por supuesto, el clásico: “No todos los hombres”, sueltan, como si el problema fuera la estadística y no la impunidad.

El 8M debería ser un día de reflexión, de debate, de aprendizaje. Pero en demasiados espacios es un espectáculo de burlas, de desprecio. Porque el neomachismo ha aprendido algo: no necesita togas ni discursos polvorientos. Ahora se viste de datos mal citados, de influencers con millones de seguidores, de supuestos “debates abiertos” donde solo se permite una opinión. Es el trumpismo versión TikTok, la mediocridad intelectual reconvertida en rebeldía de pack de gimnasio y discurso de criptobro.

Así es, los nuevos sondeos dicen que los jóvenes se inclinan por Vox, como si votar a un partido que añora la Sección Femenina fuera el último grito en contracultura. Y es ahí donde estamos perdiendo. No es que el feminismo esté retrocediendo, sino que su avance está despertando un resentimiento que no es espontáneo, sino dirigido. Un fascismo en pañales, alimentado y repartido con la precisión quirúrgica de un algoritmo.

Pero que no se confundan: el 8M no se va a ningún lado. Si algo hemos aprendido de la historia es que cada burla, cada chiste gastado, cada profesor que mira para otro lado es una confirmación más de que vamos por el camino correcto. Porque lo que realmente molesta del feminismo es que ya no pueden ignorarlo.