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La cultura del don, la cultura como don

La cultura son muchas culturas. Se podría decir que la palabra ‘cultura’ tiene muchas máscaras y no todas responden a las mismas motivaciones. Hay alta cultura –descafeinada, que escribiría Alberto Santamaría-, cultura popular, cultura posmoderna, cultura de andar por casa, cultura de salón, cultura de consumo… También existe la cultura del don, del regalo, de aquello que entregas sin esperar una recompensa o una respuesta económica a cambio. Lo que se recibe es la alegría del intercambio, del encuentro, de ese momento en que al entregar algo los planetas parecen comenzar a encontrar sentido a su vaivén.

Cuando lo que se entrega es cultura de calidad, además, se siembra una sociedad diferente: más amable, más capacitada para la convivencia en la diferencia, menos crispada y menos ensimismada.

El penúltimo día de Felisa 2022, la Feria del Libro de Santander y Cantabria, respiraba mucho de esto. Las largas esperas al sol en las colas de firmas tras las presentaciones de Pedro Mañas, David Sierra, Esther Gili o Susana Isern terminaban con una sonrisa infantil y una satisfacción adulta. Nada tenía que ver ese tono con el previo del libro que se acababa de comprar o se cargaba desde casa; nada, con la obsesión por lograr una ganga en las rebajas. Se trataba de responder al don entregado por las autoras y autores que habían viajado, hablado, entregado a sus lectores algo más valioso que el dinero o las medallas: la capacidad de soñar a través de sus obras.

La mañana infantil, vibrante por tanto, llena de esa sonoridad inconfundible del desparpajo –comprobado en la Gynkana que agitó Lola Núñez por casetas y rincones invisibles de la Plaza Porticada- dio paso a los dones que llegaron en la tarde en forma de sosiego. Ora disfruto de la energía que regalan a su paso Álvaro Machín y Pedro Sainz Guerra, ora me sumerjo en José Hierro a lomos de la voz y la tranquila cadencia inconfundibles de Jesús Marchamalo, ora me sacudo cualquier brizna de prejuicio para conocer a ‘otra’ Concha Piquer de la mano de la definitiva Carla Berrocal. Es como si los dones se multiplicaran y hubiera gente que se hubiera decidido a no perderse ninguno. A estas alturas de Felisa, ya hay habitantes habituales de los espacios de intercambio, de los momentos alejados del estruendo.

Y, en medio de esta fiesta creativa, ya se siente la presencia de quienes nos harán el don final. Pilar del Río pasa por la Feria para reconocer el territorio donde recibirá al final del día el don de la música con sentido y logra convertir el pasar en estar a cada instante. Marta Sanz atraviesa la plaza para tejer con su delicadeza el cordón umbilical con las lectoras . Todo parece llevarnos a la misma puesta de sol.

La última Noche de Felisa se vienen cocinando desde hace días. Sus ingredientes han llegado apurados, casi sin tiempo para probar sonido. No parece hacer falta mucho ensayo cuando el ánimo colectivo es tan vibrante. Llega el regalo, el don broche, el presente que logre que cuerpo y alma se conecten. La increíble banda Freedonia cierra las noches de Felisa y logra que la Plaza, que Felisa, que esta Feria de los dones múltiples y multiplicados, se conviertan en lo que siempre deben ser: un espacio donde es la cultura el don, donde es la palabra, la música y la memoria las que marcan el ritmo cotidiano. La voz de Deborah Oluwamayokun es el rompehielos que atraviesa la indiferencia de nuestra época y conecta a todos y todas. Detrás de esa voz, hay otra que la sostiene. José Saramago nos recordó: “No tenemos poder, no estamos en el gobierno, no tenemos multinacionales, no dominamos las finanzas especulativas. No tenemos nada de eso. ¿Qué es lo que tenemos entonces para oponernos? Nada más que la conciencia. La conciencia de los hechos. La conciencia de mis propios derechos. La conciencia de que soy un ser humano, sencillamente un ser humano y que no quiero ser más que eso. La conciencia de que lo que está en el mundo me pertenece, no en el sentido de propiedad, sino que me pertenece como responsabilidad. Me pertenece con derecho a saber, con derecho a intervenir, con derecho a cambiar. Eso se llama la conciencia.

Y eso no se gana en un día para quedarse con la conciencia hasta el final de los días. Se gana, se pierde y se renueva todos los días“.