Vicente Navarro, artista: “La música es un lugar de encuentro entre lo que somos y lo que recordamos”

“...el que quiere ser libre, nunca podrá estar callado”, cantaba Miguel Luna en su disco Que arriba, que abajo (1978), un trabajo casi iniciático que abría una nueva manera de visitar la tradición musical manchega. Casi cincuenta años después, Vicente Navarro retoma esa tarea titánica de reivindicar esta tierra de paso.

Estos días, Vicente Navarro presenta su tercer trabajo, Cantares de llanura y monte, un EP que reúne seis temas que condensan la esencia musical de Castilla-La Mancha. En su universo caben el folclore oral y el pop kitsch, las jotas campesinas y el 'twist del autobús', la austeridad del campo y la ironía de los ochenta. “Siempre pensamos la música tradicional como algo de los cincuenta para atrás”, añade, “y a lo mejor hay que entender que también avanza, que puede incluir los sesenta, los setenta o incluso los ochenta”.

Vicente Navarro huye de la comodidad del cliché y del camino demasiado transitado. Sosiega canciones como A la Mancha, manchega para que la melodía respire de otra manera. “Con las jotas y los mayos quería que no se pasara por encima de la letra”, explica. “Decidimos que no fuera una jota al uso: quitamos la guitarra española, trabajamos con eléctrica, con sintetizadores, bajamos los BPM y dejamos que la canción fluyera de otra manera”. Con esta bajada de velocidad, la palabra vuelve a respirar y devuelve el protagonismo al relato de raíces profundas.

El punto de partida fue una residencia artística en el Centro Conde Duque de Madrid, donde participó con el proyecto Lo que no he llegado a cantar, en el que las canciones populares comenzaron a mutar sin perder alma. Navarro se propuso mirar hacia su tierra, Fontanarejo, un pueblo de los Montes de Toledo del que proviene su madre. Desde allí, desde ese paisaje, llega la pulsación subterránea de este proyecto. Cantares de llanura y monte busca retomar la conversación con la tradición en su sentido más amplio. “Había personas como Paco Clavel, Sara Montiel o Almodóvar que, sin tener canciones manchegas, me parecían fundamentales dentro de la cultura de Castilla-La Mancha. Por eso están tan presentes en este trabajo”.

Estira las notas, quiebra los compases, hace respirar los silencios y amplía la idea de lo manchego. Versos campesinos que suenan renovados entre guitarras eléctricas y sintetizadores. “Con las canciones quería que me tocaran las temáticas y las letras, no que fueran más o menos conocidas. Si al leerlas sentía que podía llevarlas al escenario, entraban en el disco”. Ese “filtro emocional” guía un repertorio que viaja de las jotas a los mayos, de los romances a los cantos de trabajo, con una mirada más cercana a la experimentación que al museo etnográfico.

Un criterio atraviesa la versión de A la Mancha, manchega, un clásico para el que Vicente Navarro propone una mirada introspectiva y grave. “Quité el toque de humor porque quería hablar de otras cosas”, cuenta. Esa decisión, la de retirar la broma para dejar aflorar la hondura del mensaje, define el tono del disco: un respeto no complaciente con la tradición.

Navarro es un artista escénico con amplia formación teatral. “En escena hay un toma y daca con el público; me gusta que el espectáculo cambie según la energía que recibo”. Este trabajo anticipa su nuevo espectáculo, en el que amplía el repertorio hasta casi una decena y media de clásicos, donde la puesta en escena es clave. “No quería hacer algo que pudiera sostenerse con una guitarra y ya está, porque estas canciones piden más”, explica. De ahí la incorporación de bajo, sintetizadores y guitarras eléctricas que dialogan con la voz de raíz.

Cantares de llanura y monte reúne seis piezas en lo que podríamos definir como un cancionero abierto, una estructura viva que puede crecer con el tiempo. Además de las ya citadas, encontramos El twist del autobús, versión desacelerada del tema de Paco Clavel, que convierte el frenesí pop en una balada de piano y voz. En Romance de El Pernales, rescata la figura del bandolero como símbolo del fin de un tiempo.

Entre los temas que no forman parte del EP, pero que sí estarán en el directo, Vicente Navarro destaca La Violetera, con la que reivindica la castellaneidad de Madrid. También forman parte del repertorio en directo canciones como Canción del tren, Canción de Quintos o Los Gancheros, junto a una fuerte presencia de Don Quijote como mito universal, en varios interludios que transitan entre lo ancestral y lo contemporáneo. “Más que rescatar canciones, se trata de mirar desde el presente lo que hemos sido y entender que lo tradicional también habla del ahora”, explica. “Este repertorio es un viaje por la memoria y por cómo esas canciones siguen resonando en quienes somos hoy”.

“Para mí la música siempre ha sido un lugar de encuentro entre lo que somos y lo que recordamos”, dice. Algo que se refleja en toda su trayectoria, desde Casi tierra (2019), su primer álbum en solitario, hasta Las manos (2022), en el que exploraba la pérdida y el duelo. En Cantares..., el territorio se vuelve clave para entender su estar en el mundo. Las canciones dejan de ser únicamente evocaciones del campo y se transforman en cartografías afectivas, mapas de vida en plenitud. “Me interesa mucho cómo lo tradicional puede convivir con lo contemporáneo, cómo un cante viejo puede sonar de otra forma sin perder su raíz”, explica.

En tiempos de algoritmos machacones, su gesto tiene algo de contrafáctico, bajar el volumen para escuchar mejor. Una actitud poética ante la vida que revela su reciente afición a escribir poesía. “Llevaba tiempo queriendo escribir poesía —explica— y me planteaba hasta qué punto la raíz tenía que estar también ahí, porque forma parte de mí”. Durante las tardes, cuando el cuerpo se le llena de nervios, escribe. “En vez de meterme en la cama, lo que siento lo vuelco en un papel. Lo que he encontrado es un lenguaje más directo, más limpio y aparentemente menos poético, porque me di cuenta de que si sobreactuamos, sólo hacemos que alejar la poesía de la gente”.

Una visión que conecta con el mismo principio que guía su música: la necesidad de bajar el arte a la tierra, de devolverlo al cuerpo común. Eliminar las distancias entre la palabra, la voz y el territorio. Caminar despacio para respetar la senda, porque el polvo del camino está lleno de memoria y de respeto. Quizá sea una manera de reconciliar la memoria de los hijos e hijas de quienes tuvieron que emigrar con sus orígenes.