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Hoy no podemos celebrar, tampoco conmemorar... Apenas sí podemos señalar en el calendario la importancia del día 20 de junio, como jornada para dar visibilidad a la situación de las personas refugiadas en el mundo. La situación de las personas refugiadas en nuestro país y en el resto del mundo no sólo no mejora si no que parece ser cada vez más complicada.
Sucede con las personas refugiadas que suelen encarnar el rostro de la persona que sin hacer nada, sin culpa y sin compasión se ve obligada a abandonarlo todo y huir con poco más que su ropa, su documentación y en el mejor de los casos con todos los miembros de su familia. Representan el rostro del lado más cruel de la condición humana, portan su condición de no culpables, cruzando fronteras y abriendo informativos hasta que un lunes son un recuerdo, y dos lunes después una imagen apenas vívida en la mente de sólo algunos ciudadanos.
Como sociedad las personas refugiadas nos obligan a mirar la realidad a través del cristal de las fronteras y si bien despiertan nuestras más profundas empatías, cuestionan por su sola presencia nuestras estructuras administrativas, nuestros sistemas de acogida, la profundidad moral de nuestras leyes y nuestra capacidad como sociedad para dar respuesta hermana a otros pueblos.
No diré que fallan los sistemas de acogida, porque, con Ucrania han funcionado de manera ágil y eficaz (con posibilidad de mejorar mucho), pero no están funcionando con el mismo rigor con otras regiones del planeta como África Central y Latinoamérica. Igual el cristal de la frontera refleja más un espejismo que la realidad al otro lado del país.
Quienes están ahí siempre son las entidades del Tercer Sector. Las organizaciones de cooperación y ayuda de emergencia trabajan con los refugiados antes, durante y después. Y lo cierto es que vivimos con tanto miedo como sorpresa lo que nos están indicando los datos.
Cada vez hay más personas refugiadas por cada vez más motivos. Hace no tantos años las personas que tenían que ser acogidas se circunscribían a momentos, zonas -generalmente en conflicto o violencia extrema o persecución étnica y cultural-; pero esto está cambiando, ya hay refugiados ambientales, por falta de agua y alimentos, por contaminación- en ocasiones nuclear-, y por persecución política.
Es desde el sector de acción social trabajamos dando respuesta a esta situación por ello es necesario pedir dos cosas. La primera: permeabilidad; para que los proyectos y los procesos de acogida trasciendan la actividad de las ONGD y alcancen a la sociedad, las administraciones y las empresas. Y por otro lado la consolidación y el compromiso de los partidos que, de todo signo, cuando alcanzan a gestionar o administrar alguna institución, minoran y cuestionan los presupuestos de apoyo y colaboración con otros países bajo el muy discutible argumento de que no son votantes, o lo que es peor, no son contribuyentes.
La cooperación debe continuar para alcanzar los estándares mínimos del 0,7 porque es una de las justificaciones más legítimas que como sociedad nos podemos dar a nosotros mismos para defender la idea que los derechos no tienen precio, ni en votos ni en impuestos.
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