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Mandona

Estrella Montolio Duran

Catedrática de la Universidad de Barcelona. Experta en comunicación en ámbitos profesionales. Asesora en Comunicación para empresas e instituciones. —

Hace unos días leíamos en los medios de comunicación que la esposa de Pep Guardiola había adquirido en Alemania fama de mujer “mandona”.

En esos mismos días, empezaba a propagarse por la red una campaña, diseñada y elaborada de manera muy inteligente, y liderada por Sheryl Sandberg, la brillante número dos de Facebook. Adivinen cuál es el eslógan de esa campaña: Ban Bossy, es decir, “prohibido (decir) mandona”. La campaña apunta alto; cuenta con colaboradoras tan populares y dispares como Condolezza Rice o Beyoncé. Esta última aporta un lema que no tiene desperdicio: “Yo no soy mandona. Soy la jefa”.

En realidad, la coincidencia entre ambas noticias no es una casualidad.

Por desgracia, el apelativo mandona se aplica con excesiva facilidad en cuanto una mujer muestra una actitud asertiva, firme, convincente o, simplemente, manifiesta una opinión propia de manera clara.

Mandona ha sido el calificativo con el que tradicionalmente se ha amordazado a cualquier mujer que se ha salido mínimamente de su papel esperado de “discreto segundo término”.

A buen seguro, muchas de las mujeres que lean este artículo se sentirán reconocidas en el hecho de haber recibido este epíteto. O --lo que es lo mismo— también en haber elaborado estrategias deliberadas de comportamiento “correctos” a fin de no correr el riesgo de recibirlo.

Vale la pena tratar en otra ocasión sobre cuáles son las prácticas que, de manera más o menos (in)consciente, muchas jóvenes aprenden a desarrollar en época muy temprana para intentar evitar ser tildadas de mandonas, estrategias de autoocultación y renuncia al éxito que, cuando aplican en los ámbitos profesionales, devienen extraordinariamente limitantes, como muy bien muestra la campaña de Sheryl Sandberg.

Hoy, en cambio, me interesa destacar la importancia que revisten las palabras a la hora de conceptualizar el mundo, a las personas y a sus comportamientos “debidos”.

Veamos: ¿qué calificativo se aplica a un niño o a un joven o a un hombre que levanta la mano cuando cree saber la respuesta a la pregunta que se ha planteado? Decidido, atento, resuelto. ¿Y cuándo la levanta porque, por ejemplo, se han pedido voluntarios (en la clase o en la empresa)? Activo, valiente, comprometido. ¿Y cuando ese varón propone un posible reparto de tareas para un trabajo escolar o de la organización? Resolutivo, colaborativo, solvente.

¿Cuál es, en cambio, el apelativo que una niña o una mujer en la misma situación recibe con mucha, con dolorosa frecuencia? Mandona.

Les propongo que recojamos las siguientes palabras para tenerlas más cerca, más accesibles, cuando tengamos que valorar a una mujer en circunstancias semejantes a las descritas más arriba: decidida, atenta, resuelta, activa, valiente, comprometida, resolutiva, colaborativa, solvente.

Porque, como adivinan, sustituir una palabra (mandona) por alguna otra de la lista alternativa no es un juego lingüístico banal, sino que tiene repercusiones profundas en cómo percibimos a la persona calificada, en cómo valoramos su trabajo, cómo nos dirigimos a ella, cuánta credibilidad le otorgamos, qué expectativas depositamos en su futuro. Y, por tanto, ello nos afecta en nuestra responsabilidad de padres y madres, de educadores, de líderes de equipos, de personas.

Utilizando adjetivos como los que proponemos aquí, no sólo seremos más justos con las mujeres y las niñas que se encuentran en esas tesituras, sino que también podremos prestar estas palabras amablemente a quien cerca de nosotros se sienta tentado a decir: mandona.

Hace unos días leíamos en los medios de comunicación que la esposa de Pep Guardiola había adquirido en Alemania fama de mujer “mandona”.

En esos mismos días, empezaba a propagarse por la red una campaña, diseñada y elaborada de manera muy inteligente, y liderada por Sheryl Sandberg, la brillante número dos de Facebook. Adivinen cuál es el eslógan de esa campaña: Ban Bossy, es decir, “prohibido (decir) mandona”. La campaña apunta alto; cuenta con colaboradoras tan populares y dispares como Condolezza Rice o Beyoncé. Esta última aporta un lema que no tiene desperdicio: “Yo no soy mandona. Soy la jefa”.