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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Con un poco de azúcar (esa píldora que os dan)

Aún estamos lejos de que se apruebe una píldora anticonceptiva masculina

Raquel Pérez Gómez

A algunas mujeres les duele muchísimo la regla, otras ni se enteran; puede durarles 5 días, 10 o apenas 3; puede venirles cada 30 días, cada 28 o incluso 2 veces al mes, o cada 3 meses. Hay a quien el síndrome premenstrual le pone un humor de perros mientras a otra se le pasa como si nada. Encontramos que cada mujer es un mundo y que el período menstrual, lejos de ser un ciclo cerrado y perfecto de maduración de óvulos es un caos ordenado de hormonas, fluidos y emociones con el que lidian desde niñas. Las mujeres aprenden por experiencia que, también en esto son diferentes; sin embargo, la ginecología insiste en tratarlas uniformemente; entramos en la era de la medicina personalizada pero los tratamientos se aplican de forma sistemática y protocolaria, casi robótica. Un ejemplo sangrante es la píldora anticonceptiva: no a todas las mujeres les sienta bien; de hecho a algunas les sienta muy mal; para algunas puede incluso resultar fatal.

El anticonceptivo oral se comercializa por primera vez en 1969, en Canadá; una píldora maravillosa que permitía prevenir eficientemente el embarazo. Estas primeras píldoras, ensayadas en circunstancias de dudosa ética, ya presentaban importantes efectos secundarios, que fueron entonces totalmente despreciados por los investigadores [1]. En los primeros ensayos se identificó un considerable incremento en el riesgo de sufrir problemas vasculares; eran frecuentes la aparición de náuseas, mareos y jaquecas. Estos efectos adversos, y otros tantos, se han ido confirmando a lo largo de 50 años de uso, aunque esto no ha impedido que se receten a millones de mujeres por todo el mundo. La balanza entre el control de natalidad y unos leves efectos indeseados se decantó hacia su uso.

Actualmente cada envase de píldora anticonceptiva se vende junto a un prospecto extenso y farragoso que ha ido ampliándose con los años; ¿lo leerá alguien? Porque si lo leyeran quizá lo pensarían dos veces antes de tomarla: los riesgos son considerables. Las mujeres reciben su receta de forma sencilla y, sin demasiada información, inician un tratamiento indefinido que puede ser una bomba de relojería para ellas. Si los efectos secundarios están claramente documentados y recogidos en un prospecto, ¿por qué nos comportamos como si fueran irrelevantes? [2] ¿Quizá para satisfacer a un negocio farmacéutico millonario?

Los casos Nuvaring (Merck) y Yasmin (Bayer), con decenas de muertes documentadas y miles de afectadas, fueron escándalos médicos y mediáticos entre 2010 y 2015, y se saldaron con el pago de indemnizaciones millonarias [3]. A raíz de estas muertes se llevaron a cabo detalladas investigaciones post-comercialización que se contemplan hoy en los medios sanitarios oficiales [4]. Estos trabajos confirmaban que los Anticonceptivos Hormonales Combinados (AHC), que actualmente dominan el mercado, estaban aumentando de forma dramática el riesgo de sufrir tromboembolia. Las píldoras de última generación se habían puesto en el mercado sin controles adecuados, y eran incluso más peligrosas que las anteriores.

El impacto de estos tratamientos en la salud mental tampoco debe despreciarse. El consumo de píldora ha sido repetidamente relacionado con la incidencia de depresión y suicidio [5]; en esto redunda un estudio reciente llevado a cabo en Dinamarca sobre casi medio millón de mujeres [6]; analizar este tipo de efectos en poblaciones humanas presenta enormes limitaciones técnicas, pero la correlación es fuerte y el tamaño de la muestra, imponente. Gracias a este tipo de trabajos ahora se previene en los prospectos de ciertos efectos psiquiátricos que antes no constaban.

Hay muchas mujeres y niñas que ni siquiera las toman por su efecto anticonceptivo: se receta la píldora para tratar el acné o el síndrome premenstrual, pero ¿es realmente necesario recetar un medicamento de estas características para tratar el acné? En el prospecto de cualquier píldora se mencionan innumerables factores de riesgo: diabetes, depresión, varices o “pasar mucho tiempo sin ponerse de pie” son algunos de ellos; la lista es inquietante.

Es sin duda necesario educar e informar para que las mujeres que toman la píldora sepan identificar con claridad los indicios de que algo va mal. Sorprendentemente, cuando esto ocurre el protocolo anima a probar otras píldoras, con diversas composiciones [7]: prueba y ensayo, algo así como un enorme experimento en humanos. ¿Están suficientemente prevenidas las pacientes que la utilizan?, ¿qué supervisión médica se hace en el tiempo?, ¿se valoran suficientemente los riesgos? Quizá hay poca investigación o poca información, pero la decisión final debería tomarla siempre cada mujer de forma informada, no un médico o una farmacéutica, el estado o la OMS.

A finales de 2016 se publicó un ensayo clínico dirigido por el Dr. Colvard en el que se probaba una inyección anticonceptiva para varones [8]: resultó ser muy efectiva y muy prometedora. De hecho, el 75% de los participantes reaccionaron muy positivamente y afirmaban que seguirían usándola; pero los ensayos se cancelaron debido a los efectos psicológicos que algunos participantes (en torno al 17%) reportaron al final del estudio: principalmente cambios leves de humor, depresión y otros. Pareciera que unos efectos adversos inaceptables para los hombres son perfectamente asumibles para mujeres y niñas. El desarrollo de anticonceptivos masculinos está muy avanzado pero su puesta a punto va lenta y su aceptación varía mucho geográficamente; además, pese a los leves efectos adversos, si comparamos con la píldora femenina, se insiste en su análisis detallado y en una optimización para reducirlos [9]. Quizá habría que agilizar el proceso de desarrollo del anticonceptivo masculino e incidir en la co-responsabilidad de los hombres en la planificación familiar; estos anticonceptivos permitirían alternar, por ejemplo, periodos de anticonceptivos masculino y femenino, repartiendo así la carga de los efectos adversos; o buscar alternativas cuando estas son posibles. Al menos parece conveniente abrir el debate.

La primera causa de muerte en mujeres es el accidente cerebrovascular; los anticonceptivos hormonales incrementan significativamente la probabilidad de sufrirla [10]. Es obvio que la píldora supuso en su día un gran avance, un cambio de paradigma para las mujeres, que adquirieron el control de su fertilidad; pero algunas han pagado el precio y la sociedad ha mirado interesadamente a otro lado. A pesar del efecto positivo sustancial de la píldora, su historia está marcada por la falta de consentimiento, la falta de divulgación completa, la falta de una verdadera elección informada y la falta de investigación clínicamente relevante sobre el riesgo [1]. Cincuenta años de uso de la píldora nos dejan un informe agridulce y nos invitan a tomarnos este asunto médico más en serio.

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