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Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

A favor y en contra de 'Qué bello es vivir'

'Qué bello es vivir', de Frank Capra

Dolores Sarto / Alicia Avilés Pozo

A favor: ¿Y si no hubieras nacido?

“La vida de cada hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está, deja un hueco terrible”. Un abismo. Mucho más grande que el que se abría, con el ímpetu de un río, ante un tipo llamado George Bailey (James Stewart). Un hombre que, amargado, desea una y otra vez no haber nacido. Hasta que la frase hecha y deshecha por la desesperación se escucha en el cielo donde deciden darle una lección. Le envían a Clarence (Henry Travers), un ángel cachazudo, sin alas, más extraviado que caído y algo tontorrón y le dan una misión: mostrarle a Bailey qué es lo que le hubiera ocurrido a su pueblo y a sus gentes si él jamás hubiera existido. El resultado es 'Qué bello es vivir', de Frank Capra, una fantasía loca, bella, cristiana y sentimental, pero con la suficiente imaginación y mala leche como para convertirse en una inmortal obra maestra.

George Bailey es un hombre ingenuo, simpático, que vive en un pueblo llamado Bedford Falls y que se quedó sordo del oído izquierdo cuando, de niño, salvó a su hermano de morir ahogado. Y ahí comenzó su condena. Empezó a recorrer una vida, que sentía como prestada, porque tuvo que renunciar a todos y cada uno de sus sueños. Y es que siempre entorpecían los planes de otros, de muchos otros. Incapaz de escapar de su buen corazón, George dirige con muchas dificultades la empresa familiar de préstamos y consigue que muchos vecinos sin recursos de su localidad tengan su propio hogar. En su camino, siempre se cruzará con los intereses del despiadado banquero, el Sr. Potter (un malo de manual, tremendo Lionel Barrymore) el hombre de negocios cínico que, en realidad, no soporta la visión de George, quizás el tipo que podría haber llegado a ser él mismo si le hubiera tenido menos miedo al mundo.  En cualquier caso, Potter aprovecha el ‘oportuno’ descuido de un tío de Bailey, compañero de trabajo, para conducirle a la idea del suicidio.

'Qué bello es vivir' es, precisamente, una película superviviente. Un film creado por el imprescindible Frank Capra que soporta, con el paso de las décadas, la insistencia de los programadores de televisión, que la pasan una y otra vez por la pequeña pantalla, los chascarrillos de los espectadores que nunca la vieron, o el sambenito de historia gravemente edulcorada que le persigue sin hacerle justicia. Y, sin embargo, quien se acerca a ella sin prejuicios, se encuentra con una película inteligente e irónica. Ágil, llena de guiños ingeniosos sobre el amor, las diferencias sociales y las cosas de la vida, es una película que toca la fibra sensible con descaro y sin ningún tipo de complejos. Tiene, además, un gusto visionario por mezclar géneros (ese cuento que se topa con el melodrama bien humorado) y una crítica tan ingenua como imprescindible hacia un capitalismo insaciable que devora a sus propios hijos.

Pero sobre todo, es la historia de un bello personaje. El de un ‘perdedor’ que nunca encuentra su momento y al que se le van apagando, una por una, todas sus ilusiones. Un tipo que no sabe vender su alma al diablo porque está hecho, mal que le pese, de buena madera. Alguien que tal vez “nació más viejo de lo que debía” pero tuvo tiempo, eso sí, de ‘atar en corto’ la luna y de convertirse en todo un explorador que, sin salir de Bedford Falls, hizo sus hallazgos. Un buen puñado de amigos. La película cuenta con un ‘descenso a los infiernos’ muy logrado y algunos momentos emocionales e interpretativos impresionantes, brutales, como el instante en el que el droguero, ciego de dolor por la muerte de su hijo, se da cuenta del fatal error que pudo llegar a cometer al confundir unas medicinas; o el instante en el queJames Stewart, completamente derrotado, abraza a su hija llorando.

Es una película generosa, que nació con vocación solidaria, pues cuentan que Capra quiso levantar el ánimo del prójimo, un mundo que andaba desconcertado y deprimido tras la Segunda Guerra Mundial. Encontró la fórmula perfecta en la historia del escritor e historiador Philip Van Doren SternPhilip Van Doren Stern, quien apuntó la fantasía que encierra '¡Qué bello es vivir!' en una postal navideña. Era una historia, a fin de cuentas, sencilla, para algunos ingenua, que hablaba de la bondad del ser humano. Y ahí se quedó afincada, para siempre, en el imaginario colectivo. En una Navidad en la que, más de uno, estamos dispuestos a creer por unos breves momentos. Palabra de Capra.

En contra: Bajo cristianas ilusiones

La vida es maravillosa. Y más en Navidad. Cuando por cualquier motivo se nos ocurra pensar que no es así, sea cual sea nuestra situación, ahí estará 'Qué bello es vivir' para recordarnos qué pasaría si no tuviéramos todo lo que no tenemos. Este ‘must’ navideño del siempre moralista y triunfador Frank Capra es la película que más veces se ha proyectado en televisión desde su estreno en 1946, por delante de otras obras maestras de su director que, por lo visto, no merecen tanta consideración como 'Juan Nadie', 'Sucedió una noche' o 'Arsénico por compasión', más ácidas, críticas y menos sometidas a ese optimismo tan arrollador como ingenuo-irritante con el que Capra decidió arropar después toda su filmografía.

Aprobada como hit navideño internacional, esta película en la que un buen hombre recibe la ayuda divina de su ángel de la guarda cuando cree que todo está perdido, ha sobrevivido a generaciones enteras de telespectadores pese a su mensaje caduco, ilusorio y algo engañoso. La sombra heroica, sacrificada y voluntariosa de ese George Bailey (James Stewart) que dedica su vida al bienestar de los demás, sigue planeando en pleno siglo XXI sobre las almas sensibles de nuestra actual sociedad, en una ficción básicamente centrada en la caridad y en un bíblico espíritu de solidaridad contra el que resulta imposible arremeter sin parecer un ser mezquino y cruel.

Así se las gasta Capra conforme fabrica ese grandioso personaje principal. Añade todos los ingredientes necesarios (salva a su hermano, salva al boticario, salva a sus vecinos, salva la empresa de préstamos de su padre) para que sea imposible dedicarle una mala palabra. Tan bueno que cansa. Construye su muro de altruismo a prueba de desprendimientos, de lecciones de vida y de íntegros ideales cuyos frutos recolecta al final de su descenso a los infiernos, sin importarle el hecho de que no siempre (ni casi siempre) sucede así, de que el amor no siempre lo salva todo y de que tener los pies sobre la tierra resulta a veces más útil que esperar al sonido de las campanillas cuando un ángel gana sus alas.

No se nos tenga por desabridos y amargados. Quizás nuestro resquemor con este cuento navideño tenga mucho que ver con su revestimiento cristiano y evangelizador. No podemos evitar imaginarnos la brillante historia original de Bailey sin esa mirada cristiana que desde el cielo (horrorosa la introducción con las estrellas parlantes) tutela su destino. Casi seguros opinamos que una persona de la honestidad de su protagonista, soñador frustrado, títere de su propia generosidad, hubiera conseguido el apoyo de todo sus amigos y la reciprocidad de todo el bien que hace sin necesidad de dioses y ángeles que por lo visto tienen un mundo entero de desgracias por ignorar.

Esos ropajes religiosos tiran abajo, sin frenos y sin vergüenza, un relato que sin embargo damos por bueno por ser Navidad, que al fin y al cabo es la celebración tan universal como irracional del nacimiento del hijo de un dios. Incluso descubriendo en esta película algunos placeres como su finísimo sentido del humor, sus entregadas interpretaciones, o su denuncia ‘dickensiana’ del poder del dinero y de la extorsión, no dejamos de sospechar que ese mensaje final coreado con aleluyas en el que se nos insta a confiar en la providencia y a vivir de cristianas ilusiones, es lo más parecido al cine fantástico que se hizo antes de la propia eclosión del género. Que vivir es bello, sí, pero por cuestiones más pegadas al terreno que poco tienen que ver con la intervención divina.

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