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Las consecuencias de la dana que azotó la Comunitat Valenciana el pasado 29 de octubre de 2024 golpeó especialmente el municipio de Catarroja. Dejó tras de sí un paisaje de devastación: 24 víctimas mortales, barrios enteros anegados y miles de viviendas dañadas cuyos inquilinos o propietarios todavía no han recibido una solución habitacional pública por parte de la Generalitat. La alcaldesa de este municipio de l'Horta Sud, Lorena Silvent, vivió en primera persona el colapso del municipio y la angustia de una población que buscaba refugio mientras el agua lo arrasaba todo.
Silvent, recuerda para elDiario.es cómo vivió la catástrofe, una noche en la que el municipio quedó sumergido por el desbordamiento del barranco de Poyo, y sus meses posteriores. Entre la oscuridad, el miedo y la incertidumbre, el ayuntamiento que dirige se convirtió en el principal refugio de cientos de vecinos que se vieron atrapados por el agua que llegó a alcanzar los tres metros de altura en algunos puntos de la ciudad. Cientos de vecinos que paseaban por el centro de la localidad, regresaban a casa de las actividades extraescolares o acaban su jornada laboral pasaron se vieron envueltos en cuestión de minutos en un verdadero río furioso sin que nadie les avisara.
Silvent rememora que el Ayuntamiento de Catarroja había activado el grupo de acción local tras recibir una alerta del 112 el viernes anterior, 25 de octubre. «Nos preparamos con los equipos de guardia, revisamos túneles, colegios y zonas bajas», explica. Aun así, nada hacía presagiar lo que ocurriría cuatro días después. «La mañana del 29 de octubre no llovía. Sabíamos que había avisos, pero ningún indicador apuntaba a que Catarroja estuviera en peligro».
A las 18:34, una patrulla de la Policía Local avisó de que el barranco de Poyo se había desbordado a la altura del polígono industrial. «En diez o quince minutos ya no se podía mover nadie por el pueblo», relata Silvent. El agua, procedente de Torrent y de otros barrancos, avanzó con una fuerza inédita. «Era una ola. Pasamos de ver el cauce lleno a tener dos o tres metros de agua. No daba tiempo a nada».
La noche en el Ayuntamiento: supervivencia y desconexión
El edificio consistorial se convirtió en el último refugio seguro. «Había más de 200 personas dentro, y llegaban vecinos en pijama que no podían volver a casa», cuenta. El personal rompió una puerta para permitirles entrar. Sin electricidad ni cobertura, improvisaron cargadores con las baterías de los ordenadores portátiles. «Solo se oían los gritos y los ánimos entre la gente. Era supervivencia pura. Yo, que debía tener la información en todo momento, no sabía nada».
Cuando el agua comenzó a retirarse, el panorama era desolador. «Encontramos tres cuerpos en la vía pública en las primeras horas. No podíamos tocarlos ni moverlos. Los familiares los reconocían y hacíamos custodia hasta que llegara la autoridad judicial», explica la alcaldesa. En un garaje se hallaron cuatro víctimas más, atrapadas por el agua que subía desde los desagües. «Fue lo más duro. Saber que sus familiares estaban arriba, esperando».
Mientras tanto, los agricultores del municipio jugaron un papel esencial. «Con sus tractores abrimos vías para permitir el acceso a los equipos de emergencia», recuerda Silvent. Durante días, los vecinos cocinaron juntos, compartieron bombonas de gas y se organizaron por turnos para cuidar a los niños. «Fue una lección de solidaridad increíble», señala.
Reconstrucción y memoria
La alcaldesa admite que la magnitud del desastre superó cualquier previsión. «Pensábamos que era algo puntual, no imaginábamos que tantos pueblos estuvieran igual», afirma. La recuperación ha sido lenta. «Aún hay garajes inoperativos y ascensores que no funcionan. Los trámites son tan burocráticos que tenemos dinero, pero no lo podemos usar».
Un año después, Silvent insiste en la necesidad de aprender. «No queremos volver al cemento ni a los coches. Tenemos que renaturalizar nuestras ciudades y construir municipios más resilientes», defiende. Para ella, aquella noche marcó un antes y un después: «El Ayuntamiento se convirtió en refugio, pero también en símbolo de una comunidad que, incluso entre el agua y el miedo, supo mantenerse unida».