En una de mis primeras clases en la facultad, a cuenta del siempre recurrente debate sobre la telebasura, no nos pusimos de acuerdo en si esta existía porque había demanda o era la propia oferta la que provocaba las grandes audiencias de esos programas poco edificantes. ¿Qué es antes, el huevo o la gallina?
En este momento vivimos un situación similar con la polarización social y la maldita aceptación del insulto y falta de respeto en múltiples ámbitos, pero sobre todo en uno de los más visibles, la política.
En la entrevista al Presidente del Gobierno en RTVE, la periodista Pepa Bueno recibió alguna crítica por ser demasiado incisiva con Sánchez, sobre todo dando por hecho que en la polarización actual todas las partes comparten el mismo nivel de culpabilidad. El presidente quiso desvincularse de esa práctica y dejó claro que la política que él practicaba es la de la confrontación, pero no la del insulto, y si repasan ustedes la hemeroteca, la videoteca o las redes sociales, comprobarán la veracidad de su afirmación. Y nos pidió a tod@s que “dejáramos de insultarnos”.
Estoy totalmente de acuerdo con la teoría, pero me asaltan las dudas en la practicidad. Presidente, si los debates parlamentarios y/o las comparecencias ante los medios están plagadas de insultos, ¿qué hacemos, ponemos la otra mejilla? Es una opción, pero que sepa que la siguiente pantalla será la de llamarnos pusilánimes, cosa que no me inquieta. Lo que si me preocupa es que, ante esos insultos que conllevan acusaciones muy graves, la ciudadanía las sostenga como ciertas sino les contestamos con la misma contundencia.
Y por supuesto hay que dejar claro que sí, que la polarización actual es asimétrica, porque hay gente que insulta y gente que somos insultados, partidos que somos asediados y partidos que instan al asedio. Esa irresponsabilidad tiene consecuencias, y ninguna de ellas es positiva.
La educación de la que hemos de hacer gala es sin duda la de defender nuestras posiciones, sin que en nuestras contestaciones aparezca una sola palabra malsonante ni una actitud insultante. Ante un ataque es justamente la actitud impasible del insultado la que enfada más al insultador, al tiempo que se evita caer en la provocación y estimular el conflicto.
Créanme cuando les digo que avivar el debate político considerando al de enfrente como enemigo y no como contrincante, no lleva a nada bueno. Que es muy difícil aguantar horas y horas en un pleno de Les Corts y día tras día las bravuconadas con las que nos regalan los oídos aquellos – últimamente ya casi en su totalidad- con los que no compartimos prioridades, pero hemos de hacer el esfuerzo de defender posiciones desde la educación.
Pero en ese escenario o estamos tod@s o es inconseguible. Lo hemos intentado hasta la saciedad e incluso, cuando hemos pedido serenidad, diálogo y entendimiento, nos han contestado con insultos, sin ni siquiera mencionar la propuesta presentada.
Saben por qué, porque si nosotros no mantenemos la compostura la imagen que le enseñamos a la ciudadanía es la de que todos somos iguales (da igual quien empiece o en las circunstancias en las que recibes el insulto) y ahí, en el “y tú más” siempre gana la derecha y pierde la ciudadanía.
La traslación de un clima tenso provoca en la ciudadanía una más que entendible desafección. Y ya sabemos dónde van mayoritariamente los votos de quienes piensan que la política no sirve para nada.
Los que no estamos gobernando sabemos que es compatible hacer una oposición constructiva sin dejar de lado la fiscalización al Consell. Que la confrontación de ideas o modelos puede llevar a debates duros, corrosivos, pero estos pueden desarrollarse perfectamente con el máximo respeto al adversario.
Sí Presidente, debemos dejar de insultarnos. Y aunque hoy algunos partidos no reconozcan un buen consejo o medida simplemente porque los propone Pedro Sánchez, los invitamos a que recapaciten y al menos piensen si al escucharlos sus madres y/o padres estarían orgullosos de sus comportamientos.
Yo seguiré pidiendo la dimisión de Mazón y la de todo su Consell, pero siempre con la educación pertinente y no crean que, solo pensando en las familias destrozadas y las 228 personas fallecidas, a una no le entran ganas de sacar del alma más de un improperio.
Que tampoco somos de piedra.
Y como me decía el otro día un compañero, ya que todas las modas vuelven, sería bueno, que volviera la ética, la honestidad y el sentido común a la política española.