Más vida, menos puerto

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Ese Pepito Grillo que es la NASA nos ha vuelto a recordar que el nivel del mar está imparablemente en ascenso. Tú mismo puedes entrar en esta página y acceder a los posibles escenarios proyectados, para constatar que en la ciudad de Valencia la escalera del ascenso oscilará entre 40 y 70 cm al final del siglo en los escenarios en los que no contenemos a tiempo las emisiones de gases de efecto invernadero. Y hay que considerar que cada centímetro de subida supone aproximadamente que la línea de la costa retroceda un metro.  Además, en las próximas décadas, aumentará la frecuencia de inundaciones y, en consecuencia, los daños, sobrecargando sistemas de aguas pluviales y aguas residuales, salinizando acuíferos costeros y estresando humedales y ecosistemas estuarinos.  

En paralelo, estos días amanecíamos con una advertencia: no hay arena suficiente para rellenar indefinidamente todas las playas. La arena se forma en procesos geológicos de erosión y de meteorización de la roca muy dilatados en el tiempo, a veces tan dilatados que son inconcebibles para nuestras vidas humanas. Es como si un gigante hecho de tiempo, viento y lluvia golpeara lentamente una montaña desmenuzándola en suave, fina y brillante arenisca. Un recurso finito y precioso, indispensable en nuestra civilización, que usamos para fabricar millones y millones de toneladas de hormigón, cemento, vidrio, plásticos y para rellenar nuestros arenales costeros. Arenales que los cada vez más frecuentes temporales desnudan. Así pues, rellenar el litoral, con obras dignas de los antiguos faraones como lo pudimos atestiguar en Valencia el pasado otoño, no es ─ecológica ni económica ni energéticamente─ sostenible. En no demasiado tiempo, el mar se llevará los 3 millones de metros cúbicos de arena dragada del fondo marino y vertida en las playas meridionales de la ciudad del Turia. Y con ellos se esfumarán los 28 millones de euros invertidos por el gobierno de España, pero el daño al fondo marino ya estará consumado. 

Mientras tanto, la agenda política continúa y estos días se nos recordaba que las obras de la ampliación norte del puerto de Valencia se adjudicarán antes de verano.  Este muelle, que aprovechará en concesión la compañía italo-suiza TIL, filial de MSC, se situará en las aguas interiores del dique de abrigo de la ampliación norte. Un proyecto que hará aún más severa la erosión de las playas del sur.  Es el signo de estos tiempos esquizoides en los que nuestro gobierno con una mano afirma que limitar el ascenso de las temperaturas globales requiere limitar las emisiones acumuladas de gases GEI, en particular de CO2, y que con la otra aprueba proyectos ecocidas y tóxicos que retroalimentarán las dinámicas demoledoras del cambio climático. Y todo ello bajo el paraguas de una declaración de impacto ambiental desempolvada del proyecto anterior en 2007 y que ha sido cuestionada con contundencia  por científicos del parque natural de la Albufera, el Defensor del Pueblo, el Consell Jurídic Consultiu, la Dirección General de Costas y la Abogacía del Estado. 

Desde la óptica de la historia ambiental reciente de la ciudad sabemos que desde el 2010 (fecha de la última ampliación del dique norte) hasta el 2022, según demostró este importante estudio de la universidad de Valencia, las playas del sur perdieron el 70% de su arena con respecto a los años 90. El dique produce un efecto barrera, bien conocido, a lo que se suma la falta de aportes sedimentarios del río Turia. De este modo, el puerto actúa como una trampa y es el principal agente del retroceso de las playas del sur. Ni que decir tiene que esto afecta gravemente al parque natural de la Albufera, al ecosistema dunar y a la biodiversidad marina y del humedal. Además, este proceso erosivo se refuerza por los temporales que algunos años azotan el litoral con fuerza.  

Resumamos.  Tenemos unas playas al sur y el único parque natural de Valencia, la Albufera, joya de los humedales, y a los vecinos de las poblaciones costeras fatalmente afectados por los diques de un puerto en un contexto global de aumento relativo del nivel del mar y expansión térmica que reforzará la dinámica actual de erosión. Y en ese contexto, a pesar de que la evidencia científica es solventemente aceptada por todas las instituciones, se aprueba un proyecto de ampliación del dique norte que reforzará el efecto barrera. Fenómeno que retroalimentará “positivamente” el aumento del nivel del mar empujando la línea de costa hacia el interior y que la dejará a merced de tempestades cada vez más frecuentes y fuertes que a su vez multiplicarán las inundaciones. Inundaciones que no solo arrastrarán esa arena costosamente vertida, además salinizarán acuíferos menoscabando la viabilidad del cultivo de arroz y ensombreciendo el futuro del humedal. 

Desde el punto de vista económico, esta ampliación del puerto supondrá una enorme transferencia de dinero público a manos de la empresa portuaria y a las empresas que finalmente asuman la construcción del muelle. Riqueza transferida a cambio de la supuesta promesa de mayor tráfico portuario y por consiguiente mayores inversiones de capital y el aumento del comercio y la creación de nuevos puestos de trabajo.   

Todas estas razones han sido desmontadas una a una por los distintos colectivos ecologistas, vecinales y sindicales que incansables han hecho una extraordinaria y enorme labor de divulgación, denuncia y bloqueo mediante acciones judiciales con relativo éxito. Gracias a esta labor sabemos, por ejemplo, que la construcción del nuevo muelle no es necesaria puesto que el puerto está todavía por debajo de su máximo de utilización. También sabemos que supondrá la destrucción del pequeño comercio local y, asimismo, se estima que la automatización de la nueva terminal destruirá unos 500 puestos de trabajo directos.  

Para dibujar el escenario completo hablamos de una infraestructura que duplicará el tráfico portuario lo que supondrá encerrar a la ciudad de Valencia en una jaula cenicienta y cerrada de óxidos de azufre, óxidos de nitrógeno y partículas en suspensión. Sin olvidar que es exactamente lo antagónico a una sociedad descarbonizada y baja en emisiones de gases de efecto invernadero.  

Este sistema socioeconómico está enfermo de desmesura. La ampliación del puerto es una especie de patología prometeica de una economía que necesita maximizarlo todo para mantenerse en pie. Más dique, más arena, más buques, más comercio internacional, más combustible, más contaminación, más CO2, más beneficios (para unos pocos) y menos vida. Sí, las camisetas de la Comissió Ciutat-Port, lo condensan todo: “més port, menys vida”.  

Ahora bien, existe una contabilidad inmaterial que nos está interpelando porque al permitir -por acción, pasividad u omisión- una nueva ampliación del puerto estamos regalando bienes a los que no se puede poner precio. Entregamos al dios del falso progreso, la colonización del aire respirable, la resiliencia de nuestro territorio y la perversión del paisaje y de nuestra memoria ambiental. Entregamos los símbolos que nos identifican: la paella, la última barraca y el atardecer bermellón de un sol palpitante que se mira en el espejo del humedal y que habita en las historias colectivas de nuestros amores. Entregamos un inconmensurable tesoro de biodiversidad cuya pérdida es irreversible. Tendremos que atarnos un lazo a la muñeca para recordarlo.   

Lo sabemos, no será la naviera MSC la que asuma los costes socioambientales presentes y futuros asociados a este proyecto. Estos costes caerán sobre nosotros, los pobres, caerán sobre nuestros días, sobre nuestra salud y sobre nuestros hogares. No obstante, aunque se quisiera, hay cuestiones que no pueden contabilizarse ni medirse con tristes métricas humanas porque pertenecen a las cuentas de la biosfera. ¿Y cómo se contabiliza aquello que es irreversible y ya no podemos recuperar? 

El cambio del uso de la tierra y el mar es uno de los factores que están provocando la sexta extinción en masa. Y recordemos que todos los seres vivos del planeta somos radicalmente ecodependientes. Así que gran parte de nuestro esfuerzo ha de estar en recomponer, como mínimo, el 30% de los ecosistemas terrestres y marinos, para frenar la pérdida masiva y en cascada de biodiversidad. La ampliación del puerto es un proyecto que rema en contra de la vida y que hará mucho más vulnerable y frágil todo el ecosistema del parque natural y el marino. Y, obviamente, sumará más dióxido de carbono a la funesta contabilidad de las emisiones globales.  

Este año nos han entregado el galardón de capitalidad verde. Si de capitalidad verde se trata, deseemos una ciudad empeñada en restaurar y salvaguardar la albufera. Una ciudad que trabaje en recuperar el cinturón agrícola de una de las mejores huertas de Europa y que además se constituya como un referente en agroecología. Y, después de medio siglo de incendios, asediada como está por el desierto, que se empeñe en reforestar las miles y miles de hectáreas quemadas de nuestro bosque mediterráneo que año tras año devora el fuego.  Queramos a una ciudad y a toda la provincia consagradas a recuperar el río Turia. No sólo renaturalizar sus riberas, también recuperar el caudal y también liberar sus aguas de venenos. Queramos a una Valencia empeñada en respirar un aire sin hollín. Pero no dejemos que nos mientan y nos digan que esto es compatible con la ampliación del puerto, porque no lo es.  

Escribo a ratos este texto en los jardines del Turia. Un pulmón de 8 km de longitud que disfrutamos gracias al movimiento ciudadano de los años 60 que clamó: 'El llit del Túria és nostre i el volem verd“. Gracias a ellos, gracias a su obstinación, hoy todos nos regocijamos en ese remanso que atraviesa la ciudad y que está lleno de vidas humanas y no humanas. ¡Cuán distinta sería Valencia sin los jardines del Turia! Ahora es el momento de rememorar esta y otras luchas que aletean en las páginas de nuestra historia socioambiental. Hay que rememorarlas porque, tal vez mañana, los futuros vecinos y vecinas de Valencia ─incluso nuestros yoes futuros─ se sentarán agradecidos en el embarcadero de la albufera al atardecer y nos recordarán luchando. Hagámoslo antes de que sea tarde. Antes de que en un juzgado un juez impasible afirme: No hay nada que hacer, son hechos consumados.  

*Elena Krause es activista cicloturista y escritora/columnista en diversos medios