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Cuando me ponen una vacuna y me hace reacción, ¿significa que tengo más anticuerpos?

Una sanitaria aplica una dosis en el punto de vacunación del Instituto Ferial de Vigo. EFE / Salvador Sas

Marta Chavarrías

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Tras recibir una vacuna, es común escuchar a amigos o familiares describir efectos secundarios a corto plazo como fiebre, fatiga o dolor de cabeza. Una creencia muy común desde hace varios años y que se ha hecho más fuerte sobre todo ahora, a raíz de la vacunación contra el SRAS-CoV-2

Significa esto que nuestro sistema inmunitario está respondiendo a la vacuna y está haciendo bien su trabajo? Y, si no aparecen, ¿quiere decir que estamos menos protegidos? Las vacunas, como todo medicamento, pueden causar reacciones leves, moderadas o graves.

Pero esto no tiene por qué ser siempre así. Muchas personas, por ejemplo, se han preguntado si la falta de efectos secundarios con las vacunas contra la COVID-19 es sinónimo de que su sistema inmunitario no ha sido bien preparado para protegerlas. Es normal que cada persona tenga una respuesta inmunitaria más o menos fuerte, y los efectos secundarios no son los que nos dicen cuál será nuestro caso.

Es normal que cada persona tenga una respuesta inmunitaria más o menos fuerte, pero los efectos secundarios no son los que nos dicen cuál será nuestro caso

Cómo actúan las vacunas

Los agentes invasores que atacan nuestro cuerpo humano se encuentran con un complejo sistema de células y moléculas que los atacan al percibirlos como un peligro: es el sistema inmunitario, que almacena información sobre todos los gérmenes con los que lucha. 

Cuando se administra una vacuna a una persona sana estimula la respuesta de su sistema inmune con la fabricación de anticuerpos, sustancias que tienen memoria y que permiten que, si en algún momento tiene que hacer frente a un agente infeccioso real, “el sistema inmunológico lo reconoce y protege a la persona produciendo los anticuerpos adecuados”, informa el Centro Europeo para la prevención y el control de Enfermedades (ECDC). 

A la hora de estimular el sistema inmune deben tenerse en cuenta factores como el tipo de vacuna, de antígeno y de adyuvantes, que son las sustancias que contienen las vacunas y que potencian la respuesta del sistema inmune.

Lo que persiguen las vacunas es activar este sistema y generar memoria imitando lo que hacen las infecciones, pero sin los efectos nocivos. En función de la infección, los componentes de las vacunas pueden variar y cambiar de un año a otro porque aparecen nuevas cepas de virus (es el caso de la gripe). 

"Los efectos secundarios de intensidad leve moderada son un buen signo que nos indica que la vacuna está funcionando", reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS)

Cuando hablamos de inmunidad es importante distinguir entre inmunidad innata y adaptativa. La innata es un sistema de defensa que pasa de madre a hijo, son células que reaccionan cuando detectan algo extraño y dura mientras lo hacen los anticuerpos.

La inmunidad adaptativa, en cambio, es la que se desarrolla a lo largo de los años, por tanto, es una defensa a largo plazo y tiene memoria. Esto hace que cuando le presentan un patógeno, recuerda si antes lo ha visto y, si es así, responde rápidamente.

“La respuesta adaptativa es como el ejército que genera estrategias de lucha de verdad”, afirma la doctora María Garcés-Sánchez, miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Una vacuna no impide que nos contagiemos, sino que lo que hace es que, una vez se ha producido el contagio, impide que se desarrolle la enfermedad.

Por qué reaccionamos de manera distinta a la misma vacuna

“La eficacia de la inmunidad depende de la idiosincrasia de cada persona”, aclara Garcés-Sánchez. Para la experta, “es un mito antiguo” pensar que los efectos adversos están relacionados con la efectividad de las vacunas ya que “no hay una correlación clara de porqué una persona reacciona más que otra”.

La mayoría de las reacciones adversas, es decir, todo lo que sucede después de la vacunación, suelen leves y duran poco (desde dolor y eritema en el punto de inyección a febrícula). Tener efectos secundarios no significa que se esté desarrollando la infección sino que nuestro sistema inmunitario ha empezado a reconocer el patógeno y a producir anticuerpos para combatir esas partículas virales. 

Se sabe, por ejemplo, que los efectos de las vacuna contra el SRAS-CoV-2 son menos comunes en personas mayores de 65 años. “Las personas inmunodeprimidas no suelen tener reacciones adversas”, admite Garcés-Sánchez. De ahí que podamos saber que una persona de 60-65 años empieza a no ser tan eficaz en el proceso. “Es lo que se llama inmunosenescencia”, afirma la experta. 

Esto podría atribuirse a la disminución gradual de la actividad inmunológica que se relaciona con la edad. En este caso, y aunque esto puede relacionarse con niveles más bajos de anticuerpos, todavía hay inmunidad contra el virus. 

"La ausencia de efectos secundarios no significa que la vacuna no sea eficaz", matiza la OMS

También existe evidencia, por ejemplo, de que “nuestro organismo responde muy bien a los antígenos proteicos” de las vacunas, admite Garcés-Sánchez (una sustancia proteica es la que el organismo reconoce y sobre la que genera respuesta). 

 “Los efectos secundarios de intensidad leve moderada son un buen signo que nos indica que la vacuna está funcionando”, reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aunque “la ausencia de efectos secundarios no significa que la vacuna no sea eficaz, porque cada persona reacciona de manera distinta”, matiza la organización.

Para Garcés-Sánchez es clave distinguir entre evento adverso y reacción adversa porque no siempre son lo mismo. Un evento adverso hace referencia a cualquier suceso indeseable, independientemente de que se sospeche o no de la vacuna. Por ejemplo, si una persona tiene un accidente de tráfico tras administrársele la vacuna.

“No todo lo que se comunica tiene que ver con la vacuna”. Una reacción adversa, sin embargo, hace referencia a algún suceso indeseable tras administrar la vacuna y existe la sospecha de que hay relación. 

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