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Sitges, divino tesoro... a veces

Michael Caine en 'Youth', de Paolo Sorrentino

Marc Muñoz

El Festival de cine fantástico de Sitges suele ofrecer una de cal por cada tres de arena. Sin embargo, la jornada del martes invirtió esa proporción sirviendo más de una exquisitez. Ni la lluvia ni los grupos de colegio ahogaron un menú que repunta la calidad del Festival.

Tratamiento vital

El primer manjar cinéfilo se sirvió a primera hora de la mañana. La juventud (Youth) no se sitúa en el Balneario de Battle Creek, pero su estancia resulta igual de acogedora y divertida. Tampoco es La gran belleza, pero remite a éste por compartir ese aire de celebración a la vida. El director de Il Divo se entusiasma de nuevo con su dominio del lenguaje audiovisual para entregar una apasionada obra que rebosa vitalidad y pasión. Un alegato sobre la juventud y la vida por mucho que el exterior esté para el desguace. Pero también sobre la vejez, la amistad, el amor, el deseo, la redención y todo aquello que nos hace sentir vivos.

En clave de comedia existencial, el director ganador de un Oscar puebla este idílico balneario de los Alpes suizos con una variada fauna de personajes inolvidables. Un rincón edificado para sacar del vacío existencial y del deambular apático a este maestro de orquesta que interpreta Michael Caine. El director italiano lo lleva a cabo -al igual que esas escenas de las actuaciones que entretienen a los clientes del balneario-, a través de un tiovivo circular dispuesto a sorprender, emocionar, divertir y enternecer a cada nueva vuelta. Un visionado repleto de pequeños milagros cinematográficos cuya suma es un filme perecedero casi al nivel de su anterior ofrenda.

Wuxia pictórica

El taiwanés Hou Hsiao-Hsien coronó el último Festival de Cannes con La asesina (The Assassin), un cuento de venganza y piedad enmarcado en la China medieval. El de Millennium Mambo destinó ocho años de su vida para elaborar con esmerado y delicado trazo este luminoso y fascinante lienzo que deja absorto por la belleza de un continente que se impone a un contenido algo confuso. Un trayecto cargado de sensaciones ligadas a los estallidos de unos fotogramas que funcionan de forma aislada como obras pictóricas que te dejan anonadado.

Película edificada alrededor de un trabajo de cámara milagroso (encuadres que potencian esos frames preciosistas dignos de ser colgados en la pared de un museo), un uso milimétrico de la puesta en escena y de la profundidad de campo, y un choque entre el movimiento y lo estático. Una forma que convierte a de The Assassin es una experiencia para absorber con los sentidos más que con el intelecto.

El método ruso

Una de las particularidades propuestas por el Festival consiste en dejarse perder entre las secciones paralelas para dar con más de una sorpresa mayúscula. El lunes la ofreció la sección “Seven Chances” con la cinta rusa The Role. Konstantin Lopushansky confirma con su trabajo la necesidad de recuperar la mirada hacia la casi siempre fiable cinematografía rusa con esta recomendable cinta que recorre el viaje sin billete de vuelta que emprende un actor hastiado y sin inspiración en el momento que decide llevar al extremo su faceta actoral al interpretar en la vida real un famoso líder de la revolución rusa. Un método extremo utilizado como catarsis de una vida inerte en proceso de transformación.

A diferencia de otras películas de suplantación de identidad como Con la muerte en los talones, A pleno sol o la más reciente Enemy, el material no se utiliza para construir un thriller psicológico sino para llevar a este impostor hacia un viaje de exploración incierto, donde las fronteras del yo se difuminan. Lopushansky recubre la historia con una capa de sobriedad en blanco y negro, con saltos fluidos entre el expresionismo y el clasicismo, que engrandecen el poso que deja un artefacto que dudosamente pisará nuestro circuito comercial.

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