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Dark Star, el universo de H.R. Giger

H.R.Giger en Dark Star | Icarus Films

Carlos Arenas

Giger forma un binomio indisociable con Alien. Los que se pregunten cuáles fueron los factores determinantes para originar una criatura y un mundo tan perturbador y sombrío, deberían ver Dark Star. El universo de H.R. Giger. La última película documental -y primera que se estrena en España- en torno al artista suizo constituye una interesante aproximación al universo creativo de uno de los artistas más famosos de la cultura contemporánea, debido especialmente a su trabajo en la película de Ridley Scott en 1979, un éxito que sin duda supuso un antes y un después en la historia del cine fantástico.

En el film dirigido por Belinda Sallin no cae en el error de recrearse en Alien, tan sólo la punta del iceberg en el cosmos artístico de Giger, sino que acertadamente muestra su colaboración en el proyecto como uno más de los diversos highlights de su carrera, desde la difusión de pósters en los 60, a la apertura de su museo en Gruyères con bar propio de diseño alienígena en 2003. Para ello utiliza las imágenes de sus obras más conocidas, material de archivo, donde se le ve pintando con el aerógrafo mientras escucha música y, sobre todo, el testimonio de las personas de su entorno más cercano.

Diversas entrevistas componen así un acercamiento intimista y familiar al oscarizado creador: amigos íntimos, ayudantes, familiares, y especialmente sus parejas sentimentales, incluyendo a su viuda Carmen, cuentan anécdotas que, junto a las palabras del propio artista, trazan su perfil psicológico. Hay momentos emotivos como el recuerdo de sus padres y de la que fue su primera musa, Li, que se suicidó en 1974 y cuyos rasgos se advierten en la mayoría de representaciones femeninas de la época. Este tremendo shock solo pudo superarlo con la ayuda de la pintura y el arte, verdadera terapia que derivó en creaciones con un tono más oscuro si cabe entrando de lleno en temáticas ocultistas y monstruosas.

Entre las entrevistas más curiosas se halla la de Stanislav Grof, eminencia mundial de la psicología transpersonal, quien opina que Giger ofrece una radiografía muy certera del alma del siglo XX, un particular Zeitgeist mediante sus visiones biomecanoides en las que fusiona lo tecnológico con lo orgánico, un enfoque siniestro de la relación del hombre con la máquina.

También es llamativo que el último asistente de Giger, Tom Gabriel Fischer, fuera un músico muy reconocido en el underground metalero, líder de grupos como Celtic Frost o Triptykon y admirador del artista desde hace décadas. Fischer recuerda la enorme inspiración que significó el arte de Giger, al igual que para muchos otros grupos y tendencias, desde el rock sinfónico (Emerson, Lake and Palmer) y el punk (Dead Kennedys), hasta el pop (Blondie), rock (Steven Stevens) y todas las variantes de la escena del metal.

Viaje al interior de la cueva del artista

Uno de los aciertos del film es realzar el papel de la casa del artista, su hábitat y estudio desde finales de los 60 donde desarrolló la práctica totalidad de su trayectoria profesional. Y lugar doblemente simbólico pues es además donde falleció debido a un accidente doméstico en 2014, meses después de concluir el rodaje del documental. La cámara se adentra en el universo de Giger, una auténtica casa-museo llena de cuadros originales, paredes pintadas, una fuente monumental con los signos zodiacales, esculturas y muebles de diseño futurista de resplandeciente aluminio, junto a pilas de libros, cajas, estanterías atiborradas y cierto desorden que sus asistentes han ido puliendo a lo largo de los años.

Situada en el barrio de Oerlikon, en las afueras de Zurich, rodeado por la naturaleza y lejos del mundanal ruido de la civilización cosmopolita, Giger se nos presenta como un hombre apacible y tranquilo, más preocupado por su gato Muggi que por las entrevistas, nada que ver con el inquietante y tenebroso imaginario que proyecta en sus creaciones. Coincidiendo con el rodaje, Giger padeció una parálisis facial que le impedía hablar con naturalidad como se ve a lo largo de la película.

Giger era muy hogareño, nunca le gustó ser el centro de atención. Salía esporádicamente de casa para visitar su museo en Gruyeres o bien para asistir a la inauguración de alguna de sus exposiciones en Europa. Sus fans hacían largas colas para pedirle un autógrafo o una foto y emocionarse por la mera presencia del maestro. En estas sesiones de firmas interminables era frecuente que le enseñaran sus tatuajes inspirados en sus pinturas, en ocasiones cubriendo la práctica totalidad del cuerpo, muestra del delirio que provoca este artista entre sus seguidores.

Una musa de cierta edad

La película revela también elementos importantes de su personalidad que influirían en su arte, como su temprana fascinación por la muerte. Su padre, que era farmacéutico, le regaló una calavera cuando tenía 6 años y como recuerda Giger, “tener la muerte entre las manos no es muy agradable”. Y en el museo de su ciudad natal, Chur, quedó tan impresionado cuando vio una momia auténtica que, para superar el miedo, acudía a visitarla todos los domingos.

Se explica así su atracción por el arte egipcio y los elementos fúnebres, que incorporaría a sus obras del mismo modo que asimilaba todo lo que le rodeaba, ya fueran objetos, como las calaveras y esqueletos de la farmacia, la naturaleza y el entorno industrial suizo en el que vivía o acontecimientos preocupantes como el creciente poder atómico, las guerras o la propagación de enfermedades.

Sin embargo, se echan en falta en el film elementos esenciales para entender su universo, como el papel fundamental de la literatura (Poe, Lovecraft, Crowley), del arte (Bacon, Fuchs, el Bosco, Goya, Dalí) y el cine (sobre todo Buñuel). También hubiera sido interesante aportar una mirada más crítica e incluir el testimonio de alguna personalidad que explicara por qué en Suiza no se le ha hecho homenaje alguno en 30 años, siendo su artista más célebre.

Una anécdota. En la secuencia final, en la que algunos de los entrevistados cenan juntos, se observa que un buen vino español nunca faltaba a su mesa. Y es que muchos ignoran que España era su país favorito por varias razones: la familia, los maestros del arte y sus viajes a Madrid, Valencia, Granada, San Sebastián, y especialmente a Cadaqués.

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