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'Suburbicon', o cómo querer hacer un 'Fargo' para la era Trump

'Suburbicon' es una historia de desenmascaramientos: mentiras y racismo en un aparente paraíso suburbial de los años 50

Ignasi Franch

George Clooney mantiene un cierto vínculo con el cine de los hermanos Coen. Después de aparecer en cuatro de sus filmes, es un rostro familiar en su universo cinematográfico. Su primera propuesta como realizador, Confesiones de una mente peligrosa, desprendía un cierto aire coeniano, aunque sus posteriores obras como director fuesen por otros derroteros.

Con los años, el intérprete fue asentando su posición de actor, productor y director con preocupaciones políticas, hasta convertirse en un referente del Hollywood progresista, especialmente a raíz de Buenas noches, y buena suerte. En aquel filme, Clooney encendió una luz (la del periodismo crítico representado por Edward R. Murrow) en el relato de la caza de brujas macarthista, y usó el pasado como medio para criticar el recorte de libertades posterior a los ataques al World Trade Center neoyorquino.

Las obras más recientes del Clooney director han oscilado entre las sombras (Los idus de marzo, una mirada tenebrista a la política) y las luces (Monuments men, que resucita las viejas hazañas bélicas relatadas con tono divertido). Ahora, por primera vez, parte de un guion de los hermanos Coen.

Desenmascarando la pesadilla americana

Suburbicon se sitúa en un barrio residencial de los Estados Unidos de postguerra, en un paraíso de urbanismo cuadriculado y césped recién cortado. Era el Estados Unidos de la presidencia de Dwight Eisenhower, que quizá había dejado atrás los momentos más desquiciados de la caza de brujas anticomunista pero estaba a punto de recibir otra sacudida. La lucha por los derechos civiles, encarnada por los diversos movimientos antiracistas o por los feminismos de segunda ola, desenmascararía el talante excluyente del sueño americano.

De eso trata el nuevo filme de Clooney, de desenmascaramientos. En Suburbicon vive una familia convencional que no es tan modélica como parece. Y la llegada al vecindario de una familia afroamericana hará que haya un doble proceso de revelación. Los Lodge esconden algunos secretos, como comprobará el hijo del matrimonio. Y la sociedad a la que pertenecen esconde un racismo que estalla cuando empieza a imaginar el fin de la segregación.

A partir de aquí, Clooney y compañía despliegan una narración que mezcla la intriga criminal con esa comedia sarcástica tan característica de los Coen. Nos encontramos una comedia negra, ácida pero no demasiado perturbadora, poblada por unos personajes contemplados con un cierto desprecio.

Con todo, el realizador parece matizar la tendencia de los Coen a maltratar a sus creaciones. Ejerce, por su parte, de demiurgo benevolente: nos presenta bajo un prisma positivo al niño protagonista y a sus vecinos negros. Son los justos, los buenos, en una tierra de mentiras y odio racial que habían permanecido ocultos bajo un manto de corrección.

Un proyecto imposible

El resultado puede resultar desquilibrado. Y parte de esos desajustes pueden explicarse a través de la historia del filme. Suburbicon es, en parte, lo que parece: una versión de Fargo más orientada a la comedia y con un añadido de crítica social. Clooney y un colaborador habitual, Grant Heslov, querían hacer un comentario político en tiempos de repunte (o visibilización) del supremacismo blanco en los Estados Unidos. E intentaron integrar una historia real que manejaban, el veto a familias negras en una construcción residencial de Pennsylvania, incrustándola dentro de un viejo guion de los hermanos Coen.

El planteamiento parece peliagudo. Clooney ha declarado que quería evitar hacer un drama social didáctico, moralizante. Pero quizá se ha enfrentado a un desafío demasiado complicado: cabalgar el posmodernismo cruel de los Coen, su tendencia al posmodernismo misántropo, y encauzarlo hacia los terrenos de un cine izquierdista mainstream.

El actor y director ha declarado que Suburbicon es su película más furiosa, pero esa furia toma una forma desapasionada que también recuerda a las controladísimas locuras de los Coen. Y eso no casa con la indignación que se pretende comunicar. Quizá esta mezcla de respeto y transgresión del modelo coeniano facilita que el resultado resulte insatisfactorio. Comedias como Ave CésarAve César o El gran salto han usado la historia estadounidense como un decorado estético, como un anecdotario que saquear sin muchas contemplaciones, y Clooney no es capaz de llevar este material al terreno del comentario político de una manera seria ni consistente.

Además, el actor y director aporta sus propias limitaciones y contradicciones: la búsqueda de la concordia, de una crítica asumible y que, además, tenga cierto gancho y atractivo. Buenas noches, y buena suerte, por ejemplo, denunciaba el macarthismo pero lo retrataba mediante una fotografía glamurosa y suaves sonidos jazzísticos.

Abrazar además el lado freak de Clooney, que ha declarado gozar cuando los Coen le ofrecen guiones y personajes esperpénticos, hace de Suburbicon un proyecto con demasiadas aristas como para resultar irreprochable: intriga violenta y comedia enrarecida, broma posmoderna y denuncia social, todo a la vez. En tiempos de blockbusters tan estandarizados y homogeneizados como el barrio donde se sitúa el filme, quizá tengamos que dar la bienvenida a sus anomalías.

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