Un reto casi imposible y, al mismo tiempo, una oportunidad ilusionante. El patrimonio románico genera decenas de miles de visitas cada año en la España de interior —donde se presenta como un valor seguro junto a los célebres bienes patrimonio mundial—, pero el enorme desafío consiste en colarse en las rutas que recorren emitas, iglesias, catedrales y monasterios medievales, buena parte de ellos en el medio rural, donde han sido conservados o, para ser precisos, ignorados para bien. La comarca de La Bureba, situada en el norte de Burgos, lucha desde hace años por dar a conocer las singularidades de un patrimonio interesante, rudo, primitivo y disperso al mismo tiempo. Un legado ignorado y escondido, y, por el mismo motivo, sorprendente y cautivador. La despoblación, la falta de recursos y el esfuerzo que conlleva poner de acuerdo a numerosos pueblos con extremas dificultades de supervivencia se convierten, hoy por hoy, en una traba determinante para el desarrollo turístico de la zona.
Sin embargo, la esperanza persiste mientras haya quien sueñe con recorrer las carreteras de la España vacía y encontrarse, en el lugar más insospechado, el ábside y la espadaña de un antiguo templo casi desaparecido. Por sus reconocibles formas arquitectónicas sabrá que está ante uno de los suyos: un testimonio románico. Es el caso de la ermita de San Fagún, situada en un montículo a las puertas del pequeño pueblo de Los Barrios de Bureba (menos de 200 habitantes). Su Ayuntamiento es uno de los 15 que hace tan solo un par de años se unieron para crear la marca Románico de la Bureba y, juntos, reclamar la atención de los adictos al primer arte internacional sobre una veintena de bienes, a través de una campaña publicitaria que se extendió —cómo no— por medio de las redes sociales.
“Accedimos a una subvención y creamos una página web, una marca y una serie de vídeos promocionales”, explica Silvia Carcedo, técnico de la asociación de desarrollo Adeco Bureba, sobre la iniciativa llevada a cabo en 2022. “Organizamos una serie de jornadas de puertas abiertas para conocer las ermitas y las iglesias que tuvieron mucho éxito, y que hemos repetido este otoño con una importante aceptación”, informa. Sin embargo, el pujante comienzo se ha visto frustrado tan solo un año más tarde, cuando un segundo paso para seguir adelante se quedó fuera de las ayudas públicas. “Nos proponíamos mantener ese espíritu de ilusión en torno al proyecto para que no se quedase estancado”, reconoce Carcedo. Pero no pudo ser. “Hay ayuntamientos con muchas ganas, esperando acudir a nuevas convocatorias para poner en valor este recurso y convertirlo en un foco turístico”, precisa, no obstante, con miras a los próximos años.
Piérnigas, una joya única
“La Bureba es una zona ganadera y de cultivo del cereal que se ha desarrollado poco desde el punto de vista turístico; de hecho, hay quien piensa que de la ciudad de Burgos hacia el norte solo existen Las Merindades, cuando también tenemos La Bureba, Sedano y Las Loras o el Condado de Treviño”, reflexiona Sheila Lamas, informadora en la oficina de turismo de Poza de la Sal (también en Burgos), que desarrolla un proyecto personal de promoción del románico de La Bureba a través de las redes sociales. Hace algunos años, esta joven vio en el “desconocimiento” del patrimonio de la zona una oportunidad para indagar en sus tesoros y difundirlos. Entre ellos, cita la ermita de San Martín en la minúscula localidad de Piérnigas, un interesante testimonio de la práctica del aniconismo, es decir, de la completa ausencia de imágenes decorativas en su arquitectura.
“En la época de Franco, la ermita estaba abandonada; venían los gitanos, se les dejaba acampar unos días y se les echaba para otro lado”, revela Vicente Díez, alcalde de Piérnigas, un municipio con 45 habitantes censados y únicamente una decena de “casas abiertas”. “Pernoctaban bajo la bóveda y hacían hogueras en el interior”, detalla. Afortunadamente, una constante labor de conservación permitió recuperar la cubierta de losas de piedra de este templo del siglo XII, de cuyos muros costó desprender el humo de aquellas dañinas fogatas. Actualmente, esta singular joya románica cuenta con un perfecto acceso desde el pueblo, del que dista unos 800 metros, y cuenta con una coqueta zona contigua de ocio.
“Hoy a Piérnigas se le conoce por la ermita”, admite orgulloso el alcalde, quien da fe de las constantes visitas al templo los fines de semana. Sin embargo, Díez no puede dejar de lamentar la preocupante situación del mundo rural, donde, además del irrefrenable fenómeno de la despoblación, “todo son atropellos”. Como el hecho de que el trazado del AVE haya dejado “al otro lado” parte del patrimonio de la localidad. “Aquí el que se rompe la cabeza es el alcalde: todo el día llamando a las puertas para pedir recursos necesarios y, cuando llega, el dinero te lo dan condicionado”, se queja. Por eso, en Piérnigas se agarran aún con más fuerza a su legado: “La ermita es una pieza única, es nuestra esperanza”, reconoce.
No sentirse olvidados
Junto a San Martín, esta comarca burgalesa esconde otros testimonios de notable interés. Sheila Lamas cita también la iglesia de San Andrés, en Soto de Bureba. “La portada es una joya del románico burgalés: en muy poco espacio encontramos una iconografía muy variada y se trata de uno de los pocos monumentos que conservan una inscripción con el nombre de las personas que lo fabricaron”, revela. Otro ejemplo es la ermita de Nuestra Señora del Valle en la localidad de Monasterio de Rodilla. “Quien conoce el románico sabe que este templo es una pieza clave en la zona y lo demuestra el hecho de que la gente de fuera siempre se ha interesado por él”, defiende Antonio José Ibeas, alcalde de este municipio de 170 vecinos.
“Se está luchando por organizar una ruta del románico, no solo en el caso de Monasterio, sino para toda la comarca de La Bureba”, reconoce Ibeas. “La idea es que la gente, cuando viene, pase por diferentes sitios. Es algo fundamental: los turistas almuerzan, comen o pernoctan en los sitios de alrededor y aprovechan los servicios que hay en el pueblo”, apunta el alcalde de Monasterio. Una mirada optimista hacia el futuro que no esconde la verdadera realidad. “Es complicado mantener la población; aunque intentamos dotar al pueblo de todas las infraestructuras, la gente se vuelve más cómoda y se va a otros lugares más grandes”, lamenta Antonio José. Por eso, para Monasterio de Rodilla y el resto de las localidades de La Bureba es tan importante que desde fuera se reconozca el valor de su patrimonio. Y no solo por el motor económico que supone el turismo, sino también por una cuestión aún más importante: no sentirse olvidados.
“La principal dificultad en el desarrollo turístico de la zona es que estamos en una comarca donde los elementos románicos están dispersos en varios municipios, muchos de ellos muy pequeños; que pongan interés en participar en proyectos comunes como esta ruta no es sencillo”, manifiesta Silvia Carcedo desde la asociación de desarrollo. “Son sitios de un tamaño muy reducido, que no tienen posibilidades ni recursos para trabajar en el turismo”, añade Silvia, quien precisa que “en la mayor parte de las ocasiones, el contacto es el alcalde y un secretario que acude una vez por semana en el mejor de los casos”. ¿Quién va a ocuparse, pues, de futuras visitas a la zona?
Puertas cerradas… y ruina
La ausencia de técnicos de turismo en localidades con muy pocos vecinos es otro de los frenos. Lo prueba, tal y como admite Sheila Lamas, una de las principales dudas que manifiestan los visitantes antes de acudir a La Bureba. “Nos preguntan si va a haber alguien que les abra la puerta de la iglesia”, reconoce. Y, aún así, cuando se abren, en muchos casos la visita comienza y acaba ahí, sin apenas información ni material descriptivo que ofrecerles. “Ahora mismo, la iglesia de Terminón, en el valle de las Caderechas, la enseña una mujer de 91 años y una ruta del románico no puede depender de este tipo de situaciones”, añade Lamas.
La principal solución que se está planteando en estos casos —comunes en toda la España vacía— es la tecnología: los visitantes obtienen con antelación un código digital para poder acceder al interior del templo, vigilado con luces y cámaras. “La idea es buena, pero aquí perdemos la figura del custodio: parece que nos aprovechamos del patrimonio del pueblo sin contar con él, y las historias que nos pueden trasladar los vecinos son una parte fundamental de la visita”, opina la responsable del perfil de redes sociales Bureba Románica.
Aun así, en La Bureba existen casos aún más preocupantes que las dificultades de engrasar una ruta turística. En Hermosilla —una pedanía de la localidad burgalesa de Briviesca— los pocos jóvenes del lugar se han organizado para intentar reclamar una solución para el templo de Santa Cecilia, un interesante edificio con un extraordinario ábside románico que fue clausurado hace dos años por el riesgo de derrumbe que presenta el conjunto. Situaciones que solo ocurren en esa España olvidada que se niega, pese a todo, a desaparecer. Y que se apoya en el pasado, en su patrimonio, para seguir lanzando un SOS que la otra España, la que “pasa” de su legado, se empeña en seguir ignorando.