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Análisis

El premio Pritzker de arquitectura, de galardonar a los autores de proyectos costosos e irracionales a premiar los valores sociales

Casa en Burdeos. Fotografía cortesía de Philippe Ruault. EFE

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No deja de ser noticia que el premio Pritzker haya girado 180 grados en sus elecciones, pasando de premiar a los sofisticados Fórmula 1 de la arquitectura a galardonar a los mejores vehículos utilitarios. Donde hace unos años triunfaban autores de alguno de los proyectos más costosos e irracionales de la historia, hoy se celebra el trabajo de profesionales modestos, tacaños y razonables, antiguos perdedores en la competición por el reconocimiento público, por los grandes clientes y la visibilidad.

En este capítulo se puede incluir la trayectoria de Lacaton y Vassal, ganadores del Pritzker 2021 y responsables de una arquitectura con profundos valores sociales. Adecuación, conservación, mejora, sostenibilidad, economía, respeto, integración, son cualidades sencillas, claras, lógicas, que aluden a la verdadera utilidad del arquitecto dentro del cuerpo social. Con ellas como emblema, el equipo francés ha logrado el éxito a contracorriente, trabajando para clientes austeros, haciendo una obra sobria, no deslumbrante, asequible y terapéutica. Utilitaria.

Todos estos aspectos suponen valores que no aporta la arquitectura a la comunidad, más bien los recoge de ella y los aplica a su propia disciplina. Cualquier ciudadano particular conoce, comprende y aplica las ventajas de la conservación, la reparación y la mejora, pero la sociedad no premia ni potencia ese modelo fuera del ámbito privado. Son virtudes privadas. Por el contrario, hemos vivido en la esfera pública tiempos recientes de ominoso despilfarro y de prácticas incompatibles con la sostenibilidad, de arquitectura espectáculo y de apoyo mediático a faraónicas operaciones especulativas sustentadas en la fascinación de la imagen, mientras se permitía el deterioro del patrimonio común y el abandono de los sectores de menor rentabilidad económica. Son vicios públicos.

Nadie ignora hoy que es imprescindible un cambio de paradigma. El calentamiento global nos amenaza como un intenso invierno, valga la paradoja, ante el que hay que protegerse y economizar para soportarlo y sobrevivirlo. Quienes quieren mantener el modo de producción económico y arquitectónico del pasado reciente van contra la historia. El futuro será sostenible o no será. Por eso son necesarios a largo plazo emblemas de esa actitud responsable, reparadora e inteligente que representan modos de intervención semejantes a los que proponen Lacaton y Vassal.

En su trabajo se percibe una naturalidad y una ligereza que recuerda los proyectos domésticos de los Eames, la brillante sencillez conceptual y material de Buckminster Fuller o de Jean Prouvé, y una aceptación del deterioro y del paso del tiempo cargada de humanidad, y de la dulce belleza de una sanación adecuada. Son aspectos que se perciben en diferentes intervenciones. En tres modestos edificios de viviendas de alquiler público en el Grand Parc de Burdeos en 2017, en la actuación mínima sobre la plaza Leon Acoc de la misma ciudad, y en el Palais de Tokio, que han aceptado en el estado en que lo encontraron, insuflándole vida sin necesidad de estirarle la piel. Hay que reconocer en Lacaton y Vassal la lucidez para viajar desde la idea al paradigma, la capacidad de realizar actuaciones y convertirlas en modelos útiles, en ejemplos construidos. En el imaginario de su espacio profesional han logrado conectar las primeras experiencias laborales, las que realizaron en la dramática pobreza de Níger, con la penuria suburbana de las ciudades europeas, de las problemáticas banlieues repletas de viviendas sociales en Francia, con la idea central de que todo es aprovechable cuando hay necesidad.

Esa clara y específica percepción de la realidad, aplicada a su trabajo cotidiano, no ha pasado desapercibida. Lacaton y Vassal son valorados en todo el planeta por la eficacia de su acción, y acumulan numerosos galardones internacionales, incluyendo el prestigioso reconocimiento del Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea –Mies van der Rohe, bianual, concedido en 2019 por la transformación de 530 viviendas en el Grand Parc de Burdeos. Ahora reciben el Pritzker 2021, que, sin duda, contribuirá a que su obra tenga una repercusión didáctica en diferentes campos.

En las escuelas de arquitectura, que siguen favoreciendo más la creatividad formal que la utilitaria. En el círculo de los promotores y constructores, donde quizá invite a encontrar la manera de modificar su modelo de negocio. Y en la sociedad, que debe exigir este tipo de intervenciones puntuales de los poderes públicos para mejorar las condiciones de vida en los barrios menos favorecidos, en los que el mantenimiento y las reformas del patrimonio residencial son tan necesarias. Conservar aquello que sirve no es cuestión de pobreza, es cuestión de inteligencia y sostenibilidad. Y si lo reconoce el Pritzker, mejor.

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