Selena Gómez expone su ansiedad, lupus y trastorno bipolar sin convertirse en un juguete roto

Una joven derrotada apoya su cabeza en las piernas de una amiga en la parte de atrás de un coche. Juntas recorren las calles de París sin mediar palabra hasta que la segunda pregunta “cómo estás”. “Muy cansada”, responde sin ánimo y con la mirada en el infinito la primera, impregnada de tristeza. “¿Quieres las medicinas? Sé lo que vas a decir, pero deberías tomártelas”, le insiste su acompañante. No parece haber remedio, cura ni fuerzas transmisibles al cuerpo que busca consuelo encogido en el asiento. La chica abatida es Selena Gómez (Texas, 1992) en un viaje de promoción por París en 2019.

Lo siguiente es atender a fans, dar entrevistas y acabar sintiéndose en una de ellas como “un producto”. La cantante se enfada después de atender a una periodista que, si bien considera que le formula preguntas interesantes, no siente que preste atención a sus contestaciones. “Me ha hecho sentir como cuando estaba en Disney”, replica a su equipo enfadada lamentando recordar la sensación de ir disfrazada sin que a nadie le importara realmente quién era.

Este es solo uno de los episodios que componen el documental Selena Gómez: Mi mente y yo, disponible en Apple TV desde este viernes 4 de noviembre. Un largometraje dirigido por AleK Keshishian (En la cama con Madonna), filmado entre 2016 y 2020. Periodo en el que la actriz dejó entrar a las cámaras en sus camerinos, dormitorios, vuelos, viajes y sesiones médicas con una libertad que hasta sobrecoge.

La estadounidense habla abiertamente sobre el lupus que padece y cómo el trasplante de riñón al que se sometió en 2017 le salvó la vida. También sobre ansiedad, depresión, el brote psicótico que sufrió en 2017 y le obligó a cancelar su gira Revival, la sensación de no ser nunca suficiente que le ha acompañado desde que empezara a trabajar con tan solo siete años y el trastorno bipolar que le fue diagnosticado en 2019.

Ver a Selena enfrentarse a todo ello es muy duro y poderoso, por cómo la película ha encontrado el tono justo, respetuoso y comprometido con el que hacerlo. No hay atisbo de paternalismo ni infantilización de su protagonista. Tampoco hay idealización ni romantización de sus enfermedades. No se le endiosa, no se le culpa, no se le trata con lástima ni se le calla. Se ven sonrisas, lágrimas, brindis, actuaciones, grabaciones, ensayos, cenas, despertares, visitas a su barrio de toda la vida, broncas, demacración y euforia. Todo esto convierte al largometraje en un documento que, más allá de lo dramático que relata, no se queda en una superficie de morbo sino que apuesta por la crudeza. Y este es precisamente su mayor valor.

Es doloroso porque es real y a la vez consciente de su público potencial. La intérprete se convirtió desde muy pequeña en una estrella Disney -con todo lo que ello implica para bien y para mal- y cuenta por ello con un amplio abanico en cuanto a la edad de sus seguidores. La pieza está clasificada para mayores de 12 años, a los que tiende igualmente la mano. Pasar por todo lo que ha pasado -y pasa- ha generado en Gómez una profunda conciencia sobre la importancia de hablar de salud mental con los jóvenes.

En una de las escenas reflexiona sobre cómo en la escuela infantil se enseña a identificar las emociones con dibujos de caras alegres y tristes; y el conflicto que supone que, alcanzado los institutos, se obvie algo tan sumamente importante. Tal es su preocupación al respecto que llegó a reunirse en mayo de este mismo año junto a su fundación Rare Impact Fund en la Casa Blanca, para debatir sobre la necesidad de implantar un temario sobre salud mental en los colegios.

Contarse a una misma

Gómez no es la primera artista en usar las herramientas que permite un documental para contarse a ella misma. Lady Gaga lo hizo en Gaga: Five Foot Two (2017), Demi Lovato en Dancing with the devil (2018) y Taylor Swift en Miss Americana (2020), por citar sólo algunos ejemplos. Cabría preguntarse el por qué de la explosión de este tipo de títulos.

Quizás sea consecuencia de la falta de espacio al que estas artistas se han enfrentado para expresarse en sus trayectorias y cómo este contexto ha derivado en terminar convirtiendo este género en el lugar idóneo donde poder decidir qué decir, cómo hacerlo y por qué. En ninguna de las piezas citadas subyace la idea de que nacieran por la obligación de justificarse, si no más bien de la necesidad de tener el control sobre cómo contarse.

Selena Gómez no se trata a sí mima como un juguete roto, entre otros muchos motivos porque no lo es. El viaje y evolución que queda registrado en el documental es valioso porque no oculta cómo la vida arrolló toda oportunidad de rodarlo en base a un guion prestablecido. Su arranque muestra a la protagonista en los prolegómenos de su gira Revival practicando y realizando pruebas de vestuario y maquillaje. “Si fuera un tío podría llevar unos vaqueros, cambiar de camiseta y ponerme un gorro. A nadie le importaría”, reflexiona junto a su equipo mientras se viste con diferentes bodys para testar su comodidad. Después del ensayo final, en el que sus compañeros se muestran más que satisfechos con el resultado, ella sólo puede llorar.

“Es horrible, no sé qué es lo que estoy haciendo”, lamenta mientras teme que desde la discográfica piensen que han cometido el error de “contratar a una niñata Disney”. Nada más lejos de la realidad. Segundos después recibe el espaldarazo entusiasta por parte del sello. Pero no importa, su síndrome de la impostora está tan sumamente arraigado que le es imposible no sufrir absolutamente desconsolada. Gómez experimenta este proceso con la carga añadida de tener que lidiar con las especulaciones y continuos comentarios sobre su vida sentimental. Dedica las 24 horas de su día a día a su carrera profesional mientras que a la prensa lo único que parece importarle es qué tal lleva su sonada ruptura con Justin Bieber. “¿Cuándo valdré la pena yo sola sin que nadie me relacione con nadie?”, es una de sus reivindicaciones.

55 conciertos después, la cantante canceló la gira. Los titulares dijeron que fue “por ansiedad, ataques de pánico y depresión”. Raquelle, la amiga de Gómez que le acompaña en todos sus viajes, asegura que si alguien hubiera visto a su amiga en el centro psiquiátrico donde ingresó tras sufrir el brote psicótico que le detuvo, “nadie la habría reconocido”. “Un día dijo que no quería vivir, su mirada era hacia el vacío y me asustó mucho”, recuerda. Para entonces Selena ya oía voces, “cada vez más fuertes”, según revelan, pero entonces no sabían que padecía trastorno bipolar. De ahí a que su diagnóstico años después fuera tan sumamente liberador.

Su 'descubrimiento' le llevó a reflexionar sobre si debería o no hacerlo público, hasta que llegó un punto en el que sintió que estaba preparada para decir: “Estoy triste”. Tal fue el empuje que batió su récord en escribir una canción en menos tiempo, 45 minutos. El resultado fue Lose you to love me, que se mantiene como uno de los grandes éxitos de la artista. “Habla sobre mi aprendizaje de elegirme a mi”, describe de su letra.

Luz en el transcurso de túneles con salida

El documental muestra parte de la labor de filantropía que realiza Gómez, en concreto con un viaje que realiza a Kenia a un colegio que ella misma financia. Allí habla con los alumnos y tiene una conversación con una mujer que le cuenta que intentó suicidarse. “Sé lo que es estar a punto de hacer algo para herirte”, le confiesa la artista en un potente diálogo de tú a tú, que sirve para que la propia cantante se cuestione a sí misma consciente de una realidad perversa y, por desgracia, universal: “Siempre encuentro a la persona a la que no le gusto y la creo a ella”.

Al igual que para el resto de la humanidad, 2020 y la irrupción de la pandemia no fueron un momento álgido para Selena, que contó con el agravante de la complicación de su lupus. El documental muestra a la artista sometiéndose al duro tratamiento que necesitó para paliarla, y con la que sin embargo concede ligeros puntos de humor. Obtuvo resultados positivos y gracias a ello ha podido continuar adelante dentro del firme proceso personal que ha registrado el largometraje.

Su mayor mérito, pese a las evidentes dificultades que han atravesado la vida de la cantante es que no es derrotista. A contrario, su catarsis tan relacionada con su contexto como estrella juvenil que a la vez regresa a su Texas natal vestida en chándal como ritual recurrente, tiene un trasfondo coherente y sincero. Es luminoso porque destila verdad una verdad comprometida, pero sin florituras. La cantante cierra, que no concluye, el viaje resumiendo en tres líneas los cuatro últimos años de su vida: “Soy un proyecto inacabado. Soy suficiente. Soy Selena”. Y lo que le queda.