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Entrevista Albert Julio Doumbe ('Dany')

El camerunés que denunció a España ante Estrasburgo por ser apaleado en la valla de Melilla: “Soy esa persona a la que tratasteis como a un animal”

Albert Julio Doumbe Nnabuchi, al que todos sus allegados llaman Dany, muestra el vídeo de la actuación policial por la que denunció a España en Estrasburgo.

Gabriela Sánchez

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El 15 de octubre de 2014, un joven de camiseta morada permanece encaramado en lo alto de la valla de Melilla junto a otros migrantes subsaharianos. Agotado de resistir, empieza a descender hacia la escalera que la Guardia Civil ha colocado apoyada en la base de la alambrada. Cuando la alcanza, varios agentes empiezan a golpearlo. El hombre cae al suelo, no se mueve y parece estar inconsciente. Es arrastrado y devuelto a Marruecos agarrado de pies y manos. 

Las imágenes, difundidas entonces por la ONG Prodein, provocaron la imputación de 8 guardias civiles en Melilla, pero el caso fue finalmente archivado por no poder contar con la declaración de los afectados, dado que habían sido devueltos en caliente. La causa acabó en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), pero a finales de junio la Corte ha concluido su inadmisión por “pruebas insuficientes”.

Ese hombre de camiseta morada, apaleado y devuelto por la Guardia Civil, se llama Albert Julio Doumbe Nnabuchi, pero desde pequeño se le conoce como Dany, en recuerdo al nombre de su padre, ya fallecido. Vive en España y, tras casi siete años de los hechos, concede una entrevista por primera vez a un medio de comunicación. Quiere contar su versión sin intermediarios.

“Mi voz no se ha tenido en cuenta”

En su resolución, Estrasburgo considera que no ha quedado demostrado que la identidad del denunciante coincida con la del hombre que aparece apaleado en las imágenes. Y Dany, enrabiado y frustrado, no entiende nada: “El Tribunal me hace sentir como si no existiese, como si estuviera muerto. Mi voz no se ha tenido en cuenta. Me siento silenciado”, sostiene Dany, muy afectado, a través de videollamada.

“La prueba soy yo y ahora estoy aquí, estoy en Europa”, repite atropellado desde su casa de Málaga, la ciudad donde vive en la actualidad. Estrasburgo alegó que “el demandante no compareció ante los tribunales nacionales”, sin embargo, el camerunés y su abogado recuerdan que su devolución a Marruecos por parte de las autoridades españolas impidió la personación del afectado en la causa abierta en los juzgados melillenses. “A veces me pregunto: ¿si me hubiese muerto, como murió George Floyd en EEUU, sí me hubiesen escuchado? Hay que morir para que nos tengan en cuenta?”.

El camerunés, que esperaba nervioso la resolución del caso, transmite una fuerte impotencia tras la respuesta del Tribunal: “Prefería que hubiesen dado la razón a la Guardia Civil, habría entendido que, como siempre, los poderosos ganan. Pero que no me digan que esa persona no soy yo... Soy yo y estoy aquí, con todas mis facultades, trabajando en España para buscarme la vida”.  

Estrasburgo le dice que no tiene pruebas suficientes para determinar que quien denuncia los hechos es de verdad ese hombre de camiseta morada que se desploma en el suelo en las imágenes aportadas, pero él describe con detalle los dolores que sufrió durante los meses posteriores a aquel 15 de octubre de 2014. Se coloca la mano en la zona lumbar para hablar de los fuertes dolores que sufrió durante meses y la complicada manera en la que tenía que entrar en la cabaña del monte Gurugú (Marruecos) tras su devolución, para evitar que una mala postura le hiciese daño. Explica de forma minuciosa los minutos anteriores a ser golpeado en la alambrada, justo antes de que, dice, perdiese el conocimiento.

En el vídeo de la actuación presentada a la Corte no se llega a ver con claridad el rostro de la persona golpeada, pero sí se identifica su ropa: una camiseta morada con un diseño de colores y pantalón por debajo de la rodilla. También se observa el pelo del migrante devuelto, algo largo y con rastas. 

Está dispuesto “a lo que me pidan” para demostrar su identidad, dice, aunque Estrasburgo ya ha respondido. Dany muestra a elDiario.es fotografías suyas, tomadas tanto en la valla de Melilla como en el monte Gurugú (Marruecos), con la misma camiseta morada y el mismo peinado del hombre golpeado. “Tengo todas esas imágenes aquí dentro”, dice tocándose la barriga. “Si alguien me dijese que puedo declarar sobre lo que me pasó, iría a donde me pidiesen mañana mismo para decir: 'yo soy esa persona a la que habéis tratado como a una animal'”.

Su versión de los hechos

Ese día, cuenta, saltaron la valla alrededor de 400 personas. Recuerda estar en lo alto de la alambrada durante horas y que su mejor amigo, con el que emprendió el viaje desde Camerún, le dijese que él iba a bajar, que hacía calor y estaba muy cansado. “Habíamos empezado a caminar desde la una de la madrugada, anduvimos toda la noche. Yo le dije que habíamos puesto mucho esfuerzo, que si bajábamos nos devolverían”. 

Dany quiso aguantar un poco más, en lo alto de la valla más próxima a Melilla. Varios guardias civiles, cuenta, colocaron una serie de escaleras apoyadas en la alambrada y les pedían que bajasen. En la zona ‘entre vallas’, también había agentes españoles y, en el otro lado, esperaban los gendarmes marroquíes. 

“Miré a mi amigo y vi que estábamos rodeados. Por mi propia voluntad, empecé a bajar hacia donde habían puesto la escalera. Y, cuando me estaba acercando, me golpea y asusté. Yo intento volver a subir para explicar que estoy bajando, pero me atrapa otro agente. Son ellos los que me tiraron”

“Recuerdo el dolor y la rabia del momento en que me dieron el primer golpe, ¿por qué, después de un rato convenciéndonos para bajar, cuando lo hago me pegan?”, se pregunta Dany. Cuando estaba arriba, apunta, los agentes le decían que, si bajaba , le darían agua y volvería a Marruecos “sin problemas”. “Confié en ellos, una persona sin defensa, me trataron así”. 

Lo que pasó después, reconoce, lo conoce gracias al vídeo. No tiene recuerdos de su impacto contra el suelo, ni de haber sido arrastrado por los agentes, como muestran las imágenes. Tampoco tiene en su cabeza el momento en que los guardias civiles empujan su espalda con una defensa y, aparentemente inconsciente, su cabeza choca con sus piernas; o cuando es agarrado de pies y manos durante su devolución a Marruecos. 

La siguiente imagen que guarda en su mente, explica, se ubica ya en el autobús en el que le metieron por los gendarmes marroquíes, donde suelen trasladar a los migrantes subsaharianos tras los saltos de la valla a las zonas del sur del país para alejarlos de la frontera con España. “Me dolía mucho, no aguantaba el dolor. Mis amigos se empezaron a preocupar al verme sufrir tanto, temían que me pasase algo grave. Tenían miedo de que me muriese”. 

Sus compañeros empezaron a gritar dentro del autobús y, como no viajaban con ellos muchos agentes, el conductor decidió parar el vehículo, según su testimonio. “Desde allí, mis amigos me llevaron al Gurugú [uno de los montes donde se refugian  migrantes que intentan llegar a Europa]. El camerunés fue trasladado al médico por el jesuita canario Esteban Velázquez, entonces responsable en Nador de la Delegación de Migraciones del Arzobispado de Tánger, cuenta Dany. Conocido como Padre Esteban, era un referente por su labor de acompañamiento sanitario que prestaba a los migrantes heridos en los saltos de la valla de Melill. También por su denuncia social, razón por la que el Reino marroquí le expulsó del país.

El abogado de Dany, José Luis Rodríguez Canderla, presentó ante Estrasburgo una declaración jurada del sacerdote en la que indicaba haberle acompañado al hospital, donde no se les proporcionó informe médico. “Me hicieron una radiografía y me pusieron una inyección, pero a mí nadie me dio ningún papel”, dice el camerunés. 

“Apenas podía andar”

El dolor se mantuvo durante meses: “Andaba encorvado. Apenas podía andar, iba pasito a pasito. No podía toser ni reir por el dolor que me provocaba”. Según su testimonio, sentía un dolor intenso por la  espalda. “Recuerdo que, si andaba, no pisar una piedra o un bache. Me quedaba parado una hora para pasarlo porque, si no, sentía un latigazo”, dice, mientras describe con gestos todo lo que cuenta, como cuando se tenía que poner de rodillas, con la espalda recta, para introducirse en la cabaña donde dormía.

La lesión le impidió durante un tiempo intentar saltar la valla de nuevo. “Recuerdo una noche que toda la gente del bosque se fue y yo estaba solo… Más adelante, lo intenté, pero a mitad de camino tuve que volver”. 

La primera vez que vio el vídeo, que tuvo una gran repercusión en los medios españoles, fue en un locutorio de Nador. “Había mucho revuelo. Yo me puse a llorar. Aún ahora, cuando lo veo, se me saltan las lágrimas. Me duele verlo. Mi madre me enseñó que lo más importante era respeta a la gente”. 

Durante mucho tiempo, Dany temía represalias si denunciaba los hechos, tanto en los tribunales como ante los periodistas interesados en contar su historia. Prefería callar. “Como había rumores de que estaba muerto, me daba miedo que, si descubrían en Marruecos que no lo estaba, me quisiesen matar”, recuerda el camerunés. 

Hasta que perdió el miedo. La ONG Andalucía Acoge contactó con Dany, a través de Prodein. Pasado un tiempo, el migrante decidió denunciar los hechos ante Estrasburgo, después de haber sido archivada la causa en un tribunal melillense. En el monte Gurugú el camerunés firmó un poder notarial para reconocer como representante legal al entonces abogado de la organización, José Luis Rodríguez Candela.

Dany ya no recuerda todas las veces que intentó alcanzar suelo europeo. Tras años y años malviviendo en Marruecos, conoció a una mujer española con la que se acabó casando en Camerún. El joven llegó a España en avión hace dos años.

Ahora, vive en Málaga, donde trabaja en un restaurante. Las dificultades económicas en su familia le impidieron acabar los estudios en su país por lo que, en Andalucía empezó a estudiar la ESO. No obstante, la pandemia le ha obligado a parar por un tiempo, porque su madre necesitaba apoyo económico debido a la crisis sanitaria ligado a la pandemia. 

Si echa la mirada para atrás, recuerda el largo viaje recorrido hasta llegar hasta aquí:  Nigeria, Benín, Burkina Faso, Mali, Túnez, Argelia y Marruecos. “Fue muy duro, pero lo más peligroso que me ha pasado en todo ese tiempo sucedió en Melilla, con la Guardia Civil española”. 

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